‘Mar fantasma’: los límites desfasados
Por: Rodrigo Villegas
La gran guerra. La guerra de la sed. La guerra de las petroleras. La guerra en las que los países sin mar dieron su sangre para calmar la sed de un desierto. La guerra estúpida (Augusto Céspedes dixit). La guerra abrasadora. La guerra abrazadora. La Guerra del Chaco.
A casi un siglo (1933 – 1936) de la Guerra del Chaco, la narrativa de los países involucrados, Bolivia y Paraguay, ha transitado diferentes caminos, estepas, selvas y ha llegado a este siglo con el ímpetu propio de la juventud, de las contradicciones del intimismo, de lo fantástico, hasta la ciencia ficción, quizá el talante de la actual literatura boliviana, o por lo menos de la que más se exporta.
Pero aquella guerra que cada vez se nos presenta más lejana ha dejado, hasta hoy y por supuesto en adelante, registros y cicatrices hondas en la construcción de una identidad de una narrativa boliviana. Queda solo nombrar algunos libros trascendentales producidos en y después de dicho acontecimiento trágico: Aluvión de fuego, de Óscar Cerruto; Sangre de mestizos, de Augusto Céspedes; Chaco, de Luis Toro Ramallo, y otras tantas obras que se adentran tanto en contexto como en trauma, evocación y precedente.
Mar fantasma —Arandurá (Paraguay), 2018; Kipus (Bolivia), 2018— es el encuentro entre estas dos narrativas relegadas a la tierra seca, a la Patria sin mar. Ambos países recelamos una salida al océano Pacífico, albergamos esperanzas y resignaciones de mojar nuestros dedos en aguas propias, en saborear la arena que circunda el balneario. Y desde allí, por supuesto, es que también se construye una narrativa. Se crea desde el abandono. Desde la ausencia.
En esta antología se encuentra la literatura contemporánea de Bolivia y de Paraguay, países hermanados por la historia y la carne sacrificada hace ya tantos años. “¿Por qué un libro binacional y con impronta mediterránea? Porque creemos que la literatura puede ampliar el horizonte en el que ocurren los diálogos entre naciones y culturas. Si la conversación ha sido históricamente monotemática —la Guerra del Chaco—, el arte puede reinventar esta amistad. Hay algo de lúdico y mucho más de descubrimiento y compromiso en este volumen”, se lee en la contraportada.
El arte como enlace, como punto de reencuentro, de olvido.
Y es así que pocos cuentos están relacionados con la Guerra del Chaco en sí. Porque no era la búsqueda de esta antología, o al menos así se denota, sino aunar narrativas y asimilar qué es y desde dónde se la escribe. Porque para unos la guerra sigue flotando en sus hogares —familiares beneméritos—, en sus memorias, y para otros ya es parte de un pasado que no influye en lo que se cuenta, sino que, como toda historia, precede a otras nuevas formas de expresión.
En la contratapa se añade: “Son, pues, bolivianos y paraguayos mordidos por la pasión de contar. Tiene entre 32 y 53 años. Todos han escrito dos o más libros y han abordado el difícil género del cuento. Quizás ahí se acaban los factores comunes. La obra contiene 22 voces heterogéneas, hay diversidad en tema y estilo. Esta es una representativa muestra de los caminos que lleva recorrido el cuento en Bolivia y Paraguay, países vecinos pero tan alejados entre sí; un catálogo de autores que se encuentran en plena construcción de sus literaturas, en territorios que no tienen mar, pero que lo suplen con una potente narrativa que es capaz de alumbrar océanos, continentes y planetas enteros”.
¿Quiénes escriben? Bolivia: Edmundo Paz Soldán, Liliana Colanzi, Magela Baudoin, Giovanna Rivero, Daniel Averanga, Wilmer Urrelo, Rodrigo Urquiola, entre otros; Paraguay: Javier Viveros, Mónica Bustos, Humberto Bas, Rolando Duarte, Verónica Rojas y otros. Todos ellos representantes de las literaturas de ambos países.
Es así que nos encontramos con el cuento Larga distancia, de Rodrigo Hasbún, o Pájaros que migran hacia el este, de Fabiola Morales, con parecidos estéticos y temáticos, por así decirlo —la de la búsqueda de ese hogar y el rechazo del mismo, la soledad genética que no coadyuva en tales circunstancias, sino acrecienta la indagación—, y La memoria invertebrada, de Rodrigo Urquiola; El aburrimiento del Chambi, de Daniel Averanga, y Chaco, de Liliana Colanzi, que desencadenan en la violencia de la memoria, el acercamiento a la Bolivia derruida y confrontada por sus fantasmas, espíritus y lenguajes contradictorios entre sí.
O la lejanía temática paraguaya entre Ofiuco, de Mónica Bustos, e Yvy’a, de Javier Viveros, uno en el que sus personajes convergen en un futuro cibernético y el otro, que sobrevive en el Chaco, en la confrontación entre “pilas” y “bolitas”.
El arte contiene a su tiempo en una esfera, la guarda y la revela a los que llegan a ella en un tiempo que está por venir. Mar fantasma es esta revelación, la de la narrativa que muta y hermana, la que confronta y alberga más revelaciones que desencantos. La que sobrevive a la guerra y a la sangre, y la que prefiere vislumbrar nuevos escenarios, algunos desde diferentes galaxias, para ver a su territorio desde la distancia del viajero. Cambiar de ojos.
La mediterraneidad nos enlaza. El mar, fantasma ultravioleta, es la isla desde la cual encontramos el pacto de nuestra literatura.
Fuente: Tendencias