Mujeres de palabra: palabra armada, palabra escrita: Una aproximación desde la no-historia
Por: Rosario Barahona M.
(Una de las actividades programadas del FIC 2018, en la ciudad de Sucre, era el conversatorio de cuatro narradoras (Magela Baudoin, Rosario Barahona, Luisa Fernanda Siles y Camila Urioste) para hablar de feminismo y literatura, el mismo que lamentablemente no se pudo realizar. Sin embargo, reproducimos el texto preparado por Rosario Barahona.)
Hace pocos años, participé en un congreso nacional denominado Historias, mujeres y familia, que se llevó a cabo en Sucre, y en aquel entonces, ya que trabajaba un estudio sobre mujeres de las guerrillas revolucionarias sesentistas, presenté una ponencia titulada Tres mujeres de palabra, palabra armada. Una mirada a la participación femenina en la guerrilla de Teoponte (1970-1973), donde desarrollaba la biografía histórica, se podría decir, de tres mujeres comprometidas con la lucha armada del Ejército de Liberación Nacional: Genny Köller, alias Victoria y Rita Valdivia, alias Maya, ambas cochabambinas, así como Mónika Ertl, alias Imilla, nacida en Alemania, pero más paceña-boliviana que alemana.
Amén que ésta última mujer, fascinante por cierto, es la protagonista principal de la última novela de Hasbún, hay que decir que las tres guerrilleras fueron mujeres de palabra comprometida hasta el nivel peligroso, filudo y por entonces, revolucionario de las armas. Escribieron palabras armadas y su vida fue, en sí, la constancia y la consonancia, el grito absoluto de una palabra armada llamada “determinación”.
Y así, estas tres mujeres del siglo XX, como Lindaura y Adela en el XIX e Hilda a principios del XX, comprometieron su vida con la palabra escrita.
Al hacer una sencilla lectura de los hechos históricos del país, encontramos que si bien Adela en su siglo fue criticada por ser una mujer de avanzada, y hasta de cierta forma, excluida de los cánones literarios decimonónicos sólo por nacer mujer, y no “nacer hombre” como ella misma escribió, las demás mujeres a las que implícitamente nos referimos en este texto también, aunque de otras formas recicladas, lo estuvieron, y por qué no decirlo, aún lo están. Es decir, expresándolo en claro lenguaje de género hay que decir que un “techo de cristal”, translúcido, inmenso e incólume, aún nos recubre enteramente.
Por tanto, mirando a través de éste, las preguntas surgen, urgentes, como en estampida. Algunas de ellas son: ¿Es posible considerar un rol de las escritoras bolivianas actuales? Y si lo hubiera, ¿cuál es el papel de ellas? ¿O es sólo un espejismo, una ilusión con la que queremos ilusionarnos?
Para una aproximación a las respuestas ya que en literatura nada es lo que parece, me he servido investigar varias producciones, tanto de autores como de autoras, sobre literatura boliviana.
Comencemos pues, por aseverar que actualmente, ser escritora en Bolivia y además tomárselo en serio, implica dificultades varias, aunque éstas se hayan disminuido y/o transformado en el transcurso de los años, para nuestro beneficio, y me refiero acá, por ejemplo a la gran dinámica editorial de hoy en día, que cada día, incluye a más mujeres. Es decir, dependiendo del género de la publicación, encuentro que es posible decir que publicar hoy es mucho más fácil que hace tan sólo diez años atrás. Existe competencia, calidad y visión, tres componentes perfectos buscados y manejados hábilmente por las empresas editoriales. Sin embargo, que sea fácil, dicho de esta forma que puede parecer -de nuevo- tan fácil y simplista, implica también que el texto pase una prueba de calidad, independientemente si la autoría pertenece a un hombre, o a una mujer.
Con todo lo anterior, una pregunta larga e interesante salta a la vista: ¿por qué entonces la literatura, sigue siendo en Bolivia un campo predominantemente masculino?
Como en muchas de nuestras sociedades latinoamericanas, en la sociedad boliviana el patriarcado se ha reciclado y no deja de ser, ni de estar, y es así que de muchas maneras, esta sociedad “funciona”-entre comillas- porque todo parece estar estructurado como para que las mujeres se ocupen de hacerla “funcionar”. Esto es: casa, hijos, comida, educación, organización de trabajo del hogar, y así por el estilo, un largo, larguísimo etcétera del cual no nos ocuparemos acá por cuestiones de tiempo. Por tanto, no es novedad precisar que como mujeres, cumplimos un doble rol de trabajo, pues aunque los tiempos y las mentalidades (tanto de hombres como mujeres) han ido cambiando y hay que reconocerlo, tampoco se puede dejar de reconocer que en general, las mujeres no trabajamos tan sólo fuera de casa, sino adentro, y en general, más que cualquier hombre.
Esta situación no quiere decir, expresamente, que por el ya mencionado doble rol de trabajo no existan escritoras, o parezcan que son tan pocas en el escenario nacional, pues esto no es así. Las mujeres que escriben, escriben quizá tímidamente, en el espacio íntimo y vital de su hogar propiamente dicho, y no se animan a trabajar su texto con fines de publicación, en muchas ocasiones por la complejidad que implica este doble rol de trabajo: la falta de tiempo, pues a todas nos sucedió que tras una jornada en la oficina, acostar a los niños, limpiar un poco el hogar y poner en su lugar las compras del supermercado, una está tan cansada que tu novela en pleno proceso de escritura tiene, irremisiblemente, que esperar. Y es así que se pasa la vida de las mujeres, entre el trabajo y el hogar, pero siempre o casi siempre anteponiéndolo todo por el bienestar familiar, y dejando de lado sus proyectos personales. Es complicado, por tanto, ser mujer hoy en día pues ninguna escapa a aquel concepto de “dar la talla”, ser “buena” madre, ser “buena” pareja, ser “buena” profesional, son conceptos tan definidos y presionadores que terminan por abrumarnos, todo por lograr la aprobación social, familiar, y lo que es peor, la temible autoaprobación.
Escribir entonces, alcanza altos niveles de complejidad que tienen que ser comprendidos, ubicados y ante todo valorados por todos, pero dentro de este contexto.
Sin embargo, queda la no victimización, queda la lucha. Hay que hacerle la lucha al tiempo, y ser más intensas y pasionales con los proyectos personales de escritura, porque escribir, va más allá que un proyecto personal en sí mismo. Para mí, por ejemplo, se constituye, en el aire que mis pulmones precisan para vivir, y muchas veces, para sobrevivir, pues escribir también es una forma de vivir, una criatura viviente en mis células y en el río de mi sangre, luchando por emerger, pues hay tanto que narrar, tanto fuego en el alma por expresar, tanta catarsis por ejercer.
Por ello, hay un gran trabajo detrás del acto de escribir, tanto para los hombres como para las mujeres. Un trabajo significativo que no es posible realizarlo sin volver a nacer, sin rehacerse, pues el acto de “hacer” implica también la necesidad de renacer, de forjarse nuevamente, de (de) construirse una a sí misma, desde los huesos, desde la piel, desde el universo interior que es también como un recipiente que alberga las experiencias vividas.
Escribir es un oficio como cualquier otro, aunque exige pulso de cirujano, paciencia de orfebre, vista de águila y planos de arquitecto, pues por ejemplo como diseña una casa el arquitecto, así diseñamos nosotras nuestros textos. Un texto tiene siempre, o casi siempre, una estructura compleja, así como tiene fundamento, abrigo, sombra, luz, ventilación. Quitar o mover una palabra equivale acaso a quitar un cimiento, un muro, una escalera, un tragaluz, y por tanto, equivale a una tarea de absoluta planificación y complicado riesgo porque sin el debido cuidado, el texto puede caer por sí mismo como un castillo de naipes.
Pero escribir, no se trata tan sólo de ponerle empeño, que de por sí decirlo resulta ya casi un cliché, sino que se trata de trabajar, para nuestro caso, trabajar el oficio palabra tras palabra, de pasar tiempo con ellas, de discutir con ellas, de pulirlas en frases, en párrafos, de acariciarlas, de comerlas, de presentirlas, y ante todo, de comprometerse con ellas, de soñarlas y de armarlas con el arma de grueso calibre de la determinación, como en su tiempo lo hicieron Genny Koller, Rita Valdivia y Monika Ertl.
En mi caso, ya que lo mío es la novela histórica, mi objetivo es el de rescatar las palabras del polvo, de levantar a los muertos de sus tumbas de piedra, de leer documentos coloniales casi como Melquiades que leía los pergaminos en sánscrito que contenían las profecías secretas de los Buendía. Así, las historias secretas pueden dejar de ser secretas, rompen los muros íntimos del hogar donde fueron escritas y rompen el poder del doble rol de trabajo impuesto o autoimpuesto, y ante todo, se comienza, así, a quebrar el techo de cristal que permanece aún, impasible, sobre nuestras cabezas.
Por último, este acercamiento al mundo intelectual femenino nos permite llegar acaso, a un par de conclusiones: las mujeres no publican, en general, no porque no escriban, sino – aunque pueda parecer muy simplista- porque no tienen tiempo, porque hacerle guerra al tiempo es altamente exigente y una equivocación puede traer consecuencias varias, pues por ejemplo si se trata de terminar un capítulo de mi novela o recoger a mi niña del colegio, elegiré lo segundo, porque lo demás “puede” entre comillas, esperar.
Por otro lado, y ya que hemos mencionado los roles, acaso escapando del encasillamiento de la palabra “rol”, preferiré referirme a la palabra responsabilidad, pues implícitamente el escritor o escritora debe hacerse cargo de cada una de sus palabras, y por tanto, independientemente si desde Bolivia, o fuera de ella, el objetivo consiste en la responsabilidad de lograr producciones de alto valor literario que interpelen y también expliquen, de alguna manera, aproximándonos a la comprensión acerca del porqué histórico de la sociedad boliviana. ¿Por qué somos así? ¿Por qué reaccionamos como lo hacemos? ¿Por qué, por ejemplo, extrañamos al mar? ¿Cómo y por qué aún nos permitimos construcciones sociales-mentales que nos perjudican?
En ese sentido, creo que las escritoras bolivianas, al igual que nuestros colegas hombres, estamos preocupadas por responder a cuestiones personales o íntimas, tanto individuales como sociales en un amplio espectro.
Finalmente, es posible concluir que prescindir de la parafernalia de amor que conlleva todo el proceso creativo de la escritura es imposible, el amor por nosotras mismas primordialmente y luego el amor por la escritura es lo que nos salvará del cataclismo de la frustración.
Se escribe porque se ama lo que se hace, porque la única manera de hacer un buen trabajo es primero, amando lo que se hace, y segundo, respetando el oficio de escribir que implica la férrea actitud de tomarlo absolutamente en serio, exigiendo respeto de los otros, siendo intolerantes ante toda expresión misógina, y criando hijas fuertes y no princesas indefensas, se constituye también en el revolucionario acto de comenzar a romper el techo de cristal de los siglos.
Fuente: Puño y Letra