Saenz, dos imágenes fáusticas y Mefistófeles
Por: Alan Castro Riveros
En la vía
Borda tenía dos imágenes de Johann Wolfgang von Goethe: el inteligente burgués apoltronado en aristocráticos ámbitos y el repentino canal del demiurgo que obra el Segundo Fausto.
Pero a pesar del segundo Fausto, los apuntes del Loco deslizan antipatía hacia los fastuosos palacios trajinados por Goethe y celebran la grandeza del andrajo (desde Homero hasta Hamsun).
El desencuentro entre la vida acomodada de un hombre y la flor de intemperie de otro trae una larga tradición. Por ahora, detengámonos en el encontronazo de estos dos tipos en una vereda particular de Felipe Delgado (1979):
“En efecto, avanzaba Delgado por la avenida Pando en dirección a la calle Inquisivi, cuando a esto, se acercó a un señor que pasaba por ahí, y con todo respeto, le pidió un fósforo para encender el cigarrillo que tenía entre los labios. Tratábase de uno de esos señores bien vestidos, que acostumbran llevar los guantes en una mano, como un ramillete de flores. Y seguramente se sintió ofendido por el requerimiento del desconocido, a quien miró de pies a cabeza y, por toda respuesta, apartó con un empellón, tal como se procede con un pordiosero” (III: 423).
Se trata de un pedacito de la escena en la cual Felipe Delgado, tras haber disipado su dinero, se percata horrorizado de que “era ahora un pordiosero” (424).
Cabe agregar que las menciones a Goethe y Tamayo se dan muy cerca del inicio y el final del “devenir pordiosero” de Felipe Delgado.
Calma
J. W. Goethe es mencionado dos veces en Felipe Delgado. En ambos casos, el poeta alemán no aparece solitariamente. Tras él, invariablemente, persiste Franz Tamayo.
Antes que Delgado deje la casa paterna y se mude a un desvencijado cuarto de la calle Catacora (que refaccionará hasta quedar “descontento por lo mismo que se sentía tan contento”), el flamante huérfano se despide de su tía Lía con una carta. En tal misiva se menciona a Goethe por primera vez —y, como decíamos, Tamayo aparece en seguida.
“‘¡Calma, calma!’, dice Goethe. Y Tamayo dice: ‘Habitar un sueño como habitar el Ande’” (83).
Ambas frases son de pluma libre; no citas literales. Vienen a colación luego de que Felipe Delgado dice sentirse perdido.
Es así que ambas convocan una presencia imperturbable: una que pulsa quedamente el propio ritmo (la calma de Goethe) y otra de hábitat olímpico (el Ande onírico de Tamayo).
Valga añadir que la visita a Goethe por parte de Saenz parece venir del aire de navegación del poema Mar en calma (Meeresstille), mientras que Tamayo emerge de la inscripción del epithymbion situado casi al final de su Scherzo sinfónico.
Aquí la nieve es mítica
Una imagen clave del poeta del Ande, en consonancia con lo que venimos tratando, aparece en el libro póstumo Tocnolencias (2010), donde Saenz dice que Tamayo, “habiendo llegado a la conclusión de que la silla presidencial no era para él adoptó una decisión radical y se retiró de la vida pública para encerrarse en vetusto caserón” [82].
Este paso de lo presidencial a lo vetusto, seguido de una vocación eremita, sintetiza en sí no solo la imagen del poltrón y el añico avistado en el Goethe de Borda, sino también la del demiurgo —en este caso, olímpico.
Historia de fantasmas para personas adultas
La segunda mención de Goethe en Felipe Delgado es pronunciada por Juan de la Cruz Oblitas después de escuchar un poema que Delgado —en su calidad de alojado— recita en casa del susodicho. Se trata del mismo capítulo en el que Delgado se revela como un pordiosero.
Después de que Felipe deja de leer el poema, inquiere con su mirada la opinión de Oblitas, quien comenta: “…cómo se ve que usted siente, sin importarle un comino el entender o no entender lo que escribe. Debe ser el caso de los grandes poetas, que escriben en trance y Dios sabe si hipnotizados. Cuál musa inspiraba a Goethe, ese alemán que no morirá nunca, y cuál inspira a nuestro Tamayo, el aymara que morirá al último” [417].
Tanto Goethe como Tamayo son imaginados por Oblitas como seres poseídos por un trance de escritura; en este caso, tomados por el ton del demiurgo y el son de neblinosas musas.
Esta escena en casa de Oblitas (donde duerme el desamparado Felipe) es la inmediata anterior a la revelación que tiene Delgado respecto a su calidad de pordiosero. Es una escena que, como muchas otras, se difumina en un final fantasmagórico (siendo la desaparición de Delgado la coronación de esta serie).
El capítulo referido comienza con la llegada de Felipe Delgado tras haber visto al “hombre muerto”. Es decir, que la segunda aparición de Goethe y Tamayo como demiurgos se sitúa entre dos visiones claves para Felipe Delgado: la del hombre muerto y la de sí mismo como pordiosero. Ambos autores, transportados al Olimpo de Oblitas (si tal cosa), ya no dicen nada en este escenario y su hieratismo responde casi a una quimera.
Sin embargo, cabe decir que el ámbito mítico en Goethe y Tamayo se entrecruza en el aire griego —pagano para Goethe, andino para Tamayo. Esta atmósfera aparece en el viaje órfico y helénico del segundo Fausto y en el Ande que habita Tamayo con La prometheida.
Sabemos que Mefistófeles, el enviado del diablo para pactar con Fausto, tiene un carácter prometeico, en cuanto hurta el saber de las divinidades para beneficio del hombre. Por su traición, Prometeo es encadenado al “invicto Cáucaso” (como lo llama Tamayo en el verso inicial de La prometheida), del cual ahora solo queda el inexplicable peñasco.
Mefistófeles y el conocimiento fáustico
La imagen del apoltronado burgués y la del desamparado pordiosero tienen una estampa claramente humana. En cambio, la comunicación con el saber divino en la tradición fáustica, tiene siempre como intercesor a un enviado de las profundidades.
El andrajo en Saenz a su vez tiene un aire mefistofélico. Baste recordar este conocido encuentro del niño Felipe Delgado con el mismo diablo con la cola al aire: “Daba mucho en qué pensar el demonio; pues según estaba visto, había de ser extremadamente descuidado. Ahí estaba el pantalón, dejando al descubierto unos trapos (…) Y por idéntica razón, no tendría dónde caerse muerto, ni tampoco tendría con quien casarse, y eso era lo malo” (25).
De ahí que en Saenz, el andrajo sea la síntesis de un conocimiento.
Fuente: Página Siete