Sobre Hablar con los perros
Por: Daniel Averanga Montiel
La historia del amor imposible (o de la imposibilidad del amor) del Perro Loco, la búsqueda de las raíces (y por ende, el devenir o los devenires) de Alicia, así como un pasado turbio que habla sin voz desde la Guerra del Chaco y que tiene como destino la felicidad, son los contextos y coyunturas de Hablar con los perros, una novela muy bien construida, un todo de coherencia narrativa, de tramas interconectadas y de construcción de personajes.
No hace falta esperar menos de Wilmer Urrelo, ya lo había demostrado con Fantasmas asesinos y lo consolida ahora con esta novela, escrita ya hace un buen tiempo, pero ahora disponible para el público en una preciosísima edición a cargo de El cuervo; una editorial que, a cada año transcurrido, nos sorprende más con sus publicaciones.
Recuerdo la vez que conversé con Wilmer sobre su experiencia escribiendo esta novela (hace casi seis años, dos semanas después de que recibiera el premio Anna Seghers por esta misma obra), descubrí que el personaje de Valentín Soriano había surgido y se había fortalecido como tal, mientras él escribía la novela y no desde un esbozo o armado previo del personaje en sí, como había sucedido con el Perro Loco y Alicia, que fueron creados a partir de una pareja que Wilmer había visto y que le había sorprendido: 1. Por la devoción y el amor incondicional que se sentía en la mirada del muchacho y 2. Por la indiferencia de la muchacha ante esa mirada.
Para Wilmer, Valentín o Papá (como le llamaban con cariño, con humildad, con entrega), le había parecido “un poco forzado al principio” pero, ya cuando había terminado de escribir y revisar la novela, terminó siéndole muy convincente como personaje.
“A mí me gustó: es un gran personaje porque es entrañable”, le dije, porque en ese momento lo sentía así; Papá era un personaje que no resaltaba por su aparente individualidad o por sus limitaciones (como Alicia) o por su patetismo típico de muchachos-que-crecen-con-sueños-y-sin-dinero-para-cumplirlos (como el Perro Loco); Wilmer se lo pensó mucho antes de replicar a mi comentario, y me dijo que así sucedía en la escritura y que a veces era mejor que el novelista no se diera cuenta de ello; agregó: “Un personaje puede emanciparse de su autor y agradar a la gente, aunque no se lo quiera así”.
Le había pasado a Arthur Conan Doyle con Sherlock Holmes, a Patricia Highsmith con Tom Ripley y a muchos otros autores más con sus personajes, que surgían porque era necesario que lo hicieran y no porque ellos como autores lo planificaran.
Tal vez no se calcula el poder de construcción de un personaje hasta que se consolida como verosímil para la gente que lo lee.
Desde las primeras páginas, Hablar con los perros se presenta como una construcción ambiciosa por su forma y su estructura: capítulos cortos separan las historias de Alicia, Papá y Perro Loco y, al momento de presentarse en un todo único, se relacionan entre sí no sólo argumentalmente, sino que se presentan al lector como algo que tiene muchas más capas subterráneas que la historia que se ha leído, y la forma de narrar, como nunca antes se había visto (al menos en Latinoamérica), adquiere otro sentido de coherencia, porque los capítulos en los que el Perro Loco tiene protagonismo son, por decirlo así, “un diálogo en donde el interlocutor no puede replicar”, y esto sólo consigue tener coherencia hacia el final, cuando comprendemos todo y cada detalle de lo leído nos despierta una sensación distinta a la típica de las novelas lineales; más al contrario, la línea narrativa de Hablar con los perros demuestra la pericia de dominio de recursos que Wilmer ha sabido manejar a través de los años de lectura y de práctica.
Los registros expresivos o el “Modus narrativo” diseñado para cada una de las historias de los personajes de la novela (no olvidaré a Nancy, otro de los personajes “sorpresa” de la historia) demuestran que no sólo Wilmer diseñó un argumento múltiple que parece lineal y que, en cierta medida, se transfigura como cíclico, sino que dedicó tiempo (mucho tiempo) a que cada historia fuera contada de una forma distinta a las demás.
Todo un portento literario, hay que decirlo así, y más cuando existe tan poca producción que no demuestre lo que Wilmer ha demostrado con este trabajo.
Valga la pena aclarar que la edición que ha realizado El Cuervo es sorprendente en varios sentidos: el diseño de tapa y contratapa, el exlibris, el diagramado y los símbolos que se relacionan de alguna forma con Alicia, son un plus extraordinario, porque no sólo nos encontramos con una obra de múltiples estilos y voces trabajadas con el esfuerzo y la genialidad de Wilmer Urrelo, sino con un libro que le hace justicia de manera sincera.
Fuente: Letra Siete