El cuerpo no es ancla de la memoria
Por: Rodrigo Bastidas P.
Jacques Derrida, en Mal de Archivo, planteaba cómo el acceso, el orden y la configuración de la memoria, dependen totalmente del dispositivo en el cual está guardada la información. Esta pregunta, que aparece casi oculta en el texto, se dirige a la llegada de grabaciones audiovisuales y su influencia en la elaboración de museos. Ya en el siglo XXI, con la aparición de internet, la pregunta que se hacía Derrida en los ochenta parece desplazarse hacia la configuración del cuerpo mismo como un software de memoria que puede transportarse a varios contenedores, condición que transforma las condiciones de interacción. Uno de los mundos extrapolados que intentan profundizar más la pregunta por esta relación memoria-cuerpo-sociedad; es la novela Los cuerpos del verano, de Martín Castagnet.
En Los cuerpos del verano, Castagnet presenta a Rama, uno de los primeros hombres cuya mente, después de morir, entra a estado de flotación y reencarna en un nuevo cuerpo. Este regreso a la materialidad después de décadas en la liquidez etérea del ciberespacio presenta para el protagonista un cuestionamiento sobre su identidad. Y es que Castagnet establece una forma de narración fragmentaria y cotidiana en la cual las preguntas se expanden a medida que el protagonista entiende que la identidad no tiene una dependencia de lo físico. Justo al lado de este cuestionamiento, el autor también muestra cómo la cultura ubica espacios para definir al sujeto social a partir de su funcionalidad en un sistema de capitalismo tardío. Así, lo que le quedará a Rama como sustrato de su identidad es la emocionalidad pura (envidia, deseo, inquietud, venganza) y los recuerdos intangibles: las únicas formas en que Rama se permite tener una razón por la cual vivir.
El lector de ciencia ficción encontrará en este libro una serie de guiños al género clásico que se convierten en el sustrato del extrañamiento de una realidad. Pero lo más interesante es que estos guiños son modificados o resueltos a partir de una visión arraigada en las relaciones entre sujeto y tecnología en Latinoamérica: aparecen villas, los aparatos no funcionan siempre bien, la carencia o la adaptación son la constante. Mientras en novelas como Altered Carbon de Richard Morgan el tópico de cambio de cuerpos sirve para desarrollar una historia de acción ciberpunk; en Castagnet el mismo tópico está desplegado para develar cómo ocurren actualmente los “usos del cuerpo”. Visto así, el cuerpo en Los cuerpos del verano se convierte en un “recurso natural” que es usado por los sujetos para obtener una serie de beneficios pero que trae consigo, también, obligaciones y detrimentos.
Partiendo de este novum en la historia, Castagnet construye un mundo en el que todos los sustratos de lo social se ponen en cuestión y develan el lado material de lo social: las duplicidades de lo masculino/femenino, la vida dentro de las máquinas, la adicción a las pantallas, las dinámicas de la justicia, las relaciones interpersonales, el amor. Una pregunta, entonces, ronda el argumento ¿cómo tomar venganza en un mundo que garantiza la vida y el bienestar eternos? Y no es esta una pregunta menor; ya desde el barroco español, la venganza aparecía como uno de los tópicos más importantes para entender lo humano; la serie de conceptos venganza-justicia-castigo, permitían adentrarse en lo más profundo del alma humana y esbozar una identidad del sujeto problemática y compleja. Castagnet, realiza ese mismo giro pero elaborado desde un lugar en el cual la identidad del sujeto se ha dinamitado y el concepto de venganza toma nuevos rumbos.
Lejos de una mirada inocente y distanciado de un escapismo fantástico, el autor apunta en esta novela a una serie de preguntas sobre la propiedad del cuerpo y las falsas divisiones sociales creadas a partir de la apariencia. En su paso por dos cuerpos (uno, el de una mujer obesa que necesita de una batería para funcionar y otro el de un africano alto y fornido) la forma de relación con los otros cambia radicalmente. La pregunta por ¿qué pasaría si tuviera otro cuerpo?, está presente en medio de lo laboral, lo sentimental y lo familiar.
Los cuerpos de verano que ofrecen, venden y ofertan en publicidad, no son más que construcciones discursivas que apuntan a su mera existencia como símbolo. Los del verano, son cuerpos que duran una estación, que no van más allá de lo efímero; y más allá de ese momento ¿qué hay? Castagnet parece apuntar a que la vida se ha convertido en esa suma de estaciones, una adición de tiempo en la que podemos cambiar de cuerpos como si de envases se trataran, sabiendo que la memoria prevalece, cambiando. Es posible que a esto se haya referido Derrida al preguntarse por un archivo de memoria que, al mudar su materialidad, transforma sus archivos, su memoria. Al fin y al cabo, cuando vemos al espejo cada día, nuestros cuerpos siempre serán diferentes; y con esa imagen cotidiana, nos construimos como recuerdo.
Fuente: Página Siete