Paz Soldán
Por:Adolfo Cáceres Romero
Desde la década del 60, hasta cerrar el siglo XX, y aun comenzando el XXI, los narradores del boom latinoamericano continúan en plena producción. De hecho, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Benedetti siguen activos, con nuevas obras y reimpresiones, sobre las cenizas vivas de Juan Rulfo, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Juan Carlos Onetti, Julio Cortázar, José Donoso, Guillermo Cabrera Infante y Augusto Roa Bastos; todos iluminados por Jorge Luis Borges.
La generación inmediatamente posterior a estas figuras sigue sus pasos con excelentes resultados; ahí se destacan, junto al viejo Ernesto Sábato, Eduardo Mallea y Manuel Mujica Lainez: Manuel Puig, Osvaldo Soriano, Antonio di Benedetto y Tomás Eloy Martínez, en Argentina; Eduardo Galeano, Carlos Martínez Moreno y Napoleón Baccino Ponce de León, en Uruguay; Julio Ramón Ribeyro, Manuel Scorza, José María Arguedas y Alfredo Bryce Echenique, en Perú; Antonio Skármeta, Carlos Droguett e Isabel Allende, en Chile; Óscar Collazos, en Ecuador; Álvaro Mutis y Manuel Mejía Vallejo, en Colombia; Josefina Pla, Rubén Bareiro Saguier, Gabriel Casaccia y Carlos Villagra Marzal, en Paraguay; Arturo Uslar Pietri, Miguel Otero Silva y Salvador Garmendia, en Venezuela; Reynaldo Arenas y Severo Sarduy, en Cuba; José Revueltas, Gustavo Sáenz, Vicente Leñero, José Agustín y Laura Esquivel, en México; Jaime Saenz, Renato Prada, Néstor Taboada Terán, Jesús Urzagasti, Julio de la Vega, Arturo von Vacano, Homero Carvalho, Ruber Carvalho, Manuel Vargas y Juan de Recacoechea, en Bolivia. Desde luego que los que nombramos no son todos; hay más, muchos más narradores con una producción igualmente valiosa, sobre todo entre los nacidos en las décadas del 50, 60 y 70, pero dejemos de ser enumerativos y concretémonos a esbozar algunas consideraciones.
En todos los narradores que hemos citado, incluso en los que vienen luego, existe una clara intención de ser realistas; en muchos, fielmente realistas, sin que importe si son coetáneos o de una misma generación; objetivistas o subjetivistas; lo único que importa es que saben que no se puede crear nada al margen de la realidad. Si algo los destaca es su lenguaje y diseño artístico
—la técnica, que desde luego no lo es todo— con la que procuran dar vida a su obra. Y esto siempre ha sido así, en cualquier cultura y época. Sólo ahora la globalización sitúa a los nuevos narradores en una actitud universalista, mal interpretada, y hasta barajan una serie de nombres en busca de un modelo en el que fincar su obra, sin tomar en cuenta que tienen, como nunca, varios y de innegable calidad entre los representantes del boom.
Pero éste no es el problema y ya lo ha señalado Ángel Rama en su excelente estudio Diez problemas para el novelista latinoamericano. Lo curioso es que muchos narradores e intelectuales todavía piensan que el boom no ha sido nada más que una explosión fabricada por los medios, en complicidad con las editoriales. Vamos a medio siglo de su aparición y en ningún otro sitio del planeta se ha dado tal eclosión de obras y narradores como en nuestra América. Por eso nos extraña que un grupo de calificados narradores considere a García Márquez antimodelo, cuando existen generaciones que lo siguen; luego, tampoco han tomado en cuenta la importancia de Cortázar, Lezama Lima, Onetti o Carpentier; aunque, en algún momento, se han planteado la posibilidad de tomar a Manuel Puig (lo cual no está mal, como también podrían haber elegido a Rulfo o Vargas Llosa). Pero insistimos, el problema no es ése. Y creo que sería bueno recordar al viejo Hugo, cuando dice en el prólogo a Cromwell (1827): “No hay reglas ni modelos o, mejor dicho, no hay otras reglas que las generales de la naturaleza”.
Lo que se advierte es que descartan a García Márquez por su concepción mágica de la realidad que, desde luego —como Asturias, Carpentier o Rulfo— tiende a lo grotesco popular —tal como Rabelais lo hiciera en su tiempo, a quien también le negaron importancia algunos de los post-renacentistas. Por cuanto, desde el punto de vista formal, los recursos narrativos de García Márquez son los mismos que manejan Fuentes, Carpentier, Onetti, etc., etc., con un estilo peculiar, que es propio e inconfundible en cada uno de ellos, y que también son recursos de los narradores que se reunieron en Sevilla, quienes destacan la importancia de Borges, pero creen que con la globalización van a ser más universales y se van a garantizar la perpetuidad. Ser universal no quiere decir ser de cualquier parte, sin identidad.
Hace un siglo, los costumbristas copiaban la realidad tal cual era, sin penetrar en su epidermis; en cambio, los socialrealistas la conflictuaban; mientras que los neorrealistas la recreaban y los hiperrealistas, actualmente, tienden a deformarla, racionalizándola; entonces, surge una visión mágica, grotesca, esperpéntica, virtual, subjetiva, objetiva o crítica del medio. No importa si fantasean con personajes que levitan o viven entre mariposas amarillas, o si los santos y las vírgenes de escayola bajan de sus altares, lo cierto es que se hacen verosímiles. No importa que la mentira sea descarada, si se hace vital e interesante y lleva al lector a meditar sobre su existencia y la de todos.
En fin, un verdadero creador tiene libertad para imaginar o soñar en todo lo que se le ocurra. La cuestión está en cómo lo va a hacer y los recursos que va a usar para ello. No olvidemos que la literatura hace florecer el contenido viviente de las palabras.
En Bolivia, los narradores que tienen elementos del boom son muchos y, los que además ven la magia de la realidad, a la manera de García Márquez, son: Arturo von Vacano, con El Apocalipsis de Antón (1972); Adolfo Cáceres Romero, con La mansión de los elegidos (1973); Néstor Taboada Terán, con El signo escalonado (1975) y El Manchaypuito (1977); René Bascopé Aspiazu, con La tumba infecunda (1985); Jesús Urzagasti, con El país del silencio (1987); Wolfango Montes Vannucci, con Jonás y la ballena rosada (1987), y Edmundo Paz Soldán, con Río Fugitivo (1998) y El delirio de Turing (2003), entre muchos otros.
A propósito de El delirio de Turing, galardonada con el Premio Nacional de Novela 2002, percibimos que no escapa a la retórica del realismo mágico, sobre todo la que apareciera con Juan Carlos Onetti y la animación de sus personajes, con Miguel Ángel Asturias en su El Señor Presidente (1946), cuando con prosa anacolútica reproduce los efectos sonoros de la realidad, lo que algunos críticos consideran de efecto onomatopéyico. Y las parataxis y el asíndeton, que tan bien maneja el autor de Cien años de soledad (1967), están en El delirio de Turing. Desde luego que Paz Soldán procura diversificar sus recursos, siempre en procura de una renovación, aunque sus ámbitos son los mismos. Su lenguaje no puede dejar de ser mágico, tampoco puede apartarse de la realidad, así sea urbana.
En El delirio…, quiéralo o no, delira y juega como lo hace cualquier modelo del boom: “Mi nombre es Albert. Nací…Hace. Muy. Poco. Nunca nací… No tengo memoria de un principio. Soy algo que ocurre. Que siempre está ocurriendo… Que siempre ocurrirá. Soy. Un. Hombre. Consumido. Y. Terroso… Ojos. Grises… Barba. Gris…” etc., que se constituyen en proposiciones hipotáxicas que también están en la obras de Alejo Carpentier, sobre todo en El acoso (1956), al reproducir los arpegios de la Sinfonía Heroica de Beethoven, y están en muchos pasajes de Pedro Páramo (1955) de Juan Rulfo. Además, Paz Soldán anima sus novelas en un mismo escenario: Río Fugitivo que, si bien lo coloca en la línea de Santa María, de Onetti, también lo aproxima al Macondo de García Márquez. Entonces, ¿será posible que con la globalización se pueda desincronizar con la realidad local para ser más universales? ¿Qué tal si Homero, siendo griego, en vez de cantar la guerra de Troya lo hubiera hecho sobre los lances épicos de los egipcios o de los chinos? Si se quiere un modelo, precisamente Homero es el de todos, al menos en el mundo occidental. ¿Y qué tal Cervantes? ¿Qué narrador no anhela estar cerca del Quijote?
Fuente: www.laprensa.com.bo