Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal, una reflexión
Por: Alejandra Echazú Conitzer
La poesía es esa generosa madre que acoge a todos sus hijos por igual, es ese espacio donde cabe la escritura épica y lírica junto al breve haiku japonés y el soneto rimado está con el caligrama o el antipoema; en su regazo conviven la manifestación colectiva y social hasta la producción más íntima y solitaria.
Por eso no sorprendió que en la decimoséptima versión del Premio Nacional de Poesía Yolanda Bedregal 2017 la obra ganadora Masochistics, tratado cotidiano del paceño César Antezana Lima, fuera estética y conceptualmente diferente al poemario Las Estancias de la joven cochabambina Anahí Maya Garvizu que mereció la Mención de Honor.
El primero explora un intercambio fértil entre voces de sujetos femeninos y masculinos y se ancla en el cuerpo, el segundo trabaja la evocación, el recuerdo y se produce un tránsito a través de diversos espacios de la memoria. Es este contraste que permite tomar el pulso a la creación poética de nuestro país y comprobar que su expresión nace de diversas fibras que nos llevan a percibir la interioridad, como en el caso de Maya Garvizu o el quehacer colectivo que gestó la obra de Antezana.
En suma, el poeta observa, percibe y recrea su entorno desde una mirada sensible a otros estímulos pero los entrega para que también nosotros podamos sentirlos… o vivirlos, como en la performance que realizó el ganador en el que logró combinar la música vanguardista de Javier Tapia, la hermosa voz de Carla Reyes y su propia y poderosa actuación.
El Premio que se otorgó el martes, 29 de mayo, no es sólo el resultado de esfuerzos conjuntos del Ministerio de Culturas y Turismo, de la Gobernación de La Paz, de la Familia Conitzer Bedregal y de Plural Editores, es un acto de fe, y casi de rebeldía, si pensamos que en este mundo de obsolescencias y de tecnologías renovadas la comunicación se reduce cada vez más al laconismo y la fugacidad del chat, de las abreviaciones y los emoticones y, sin embargo, cada versión de la convocatoria (son 11 en 17 años) recogió al menos un centenar de obras postuladas. Este dato revela que la Palabra (con mayúscula) todavía se gesta en momentos ajenos al tiempo mismo y en la inquietud de un universo de sensaciones, pasiones y experiencias que se vuelcan en un ritmo cadencioso y personal.
Por algo la etimología del término “estética” está vinculada a la sensación o la percepción. Sabemos que la Poesía es un corazón vivo cuya pulsión es necesaria para comprender la vida, la muerte y otros misterios.
La expresión poética ha ido adaptándose a las necesidades de cada época y a labrar temas vigentes y vibrantes de la sociedad, así Francisco de Quevedo, en el siglo XVII, escribió poemas metafísicos y religiosos, pero la efervescencia de las intrigas de la corte y su aguda visión de la sociedad lo impulsaron a escribir sátiras y poemas burlescos.
Esta necesidad de reflexionar sobre el entorno generó poesía incluso en la guerra, como la que escribió César Vallejo. En Bolivia, los poetas no se sustraen a esta necesidad reflexiva y así las obras premiadas plasman esa inquietud y nos permiten intuir manifestaciones que no nos resultan evidentes y el corpus de los trabajos también es un archivo de las motivaciones de la creación poética.
César Antezana Lima, por ejemplo, trabaja temáticas transgresoras; en sus propias palabras: “la literatura es una vía muy eficaz para conocer profundamente al ser humano. Ella es un artificio que nos perturba y retuerce, que nos consuela y demuele, que nos incomoda, que a veces nos salva. Porque se constituye en una interpretación del mundo, en una recreación de él”.
El galardón no sólo significa reconocimiento, es el nacimiento de muchas posibilidades a través de la difusión, extendiéndose más allá de los confines de nuestro país. La primera convocatoria de este prestigioso premio se lanzó el año 2000 y la inauguró Jorge Campero con su poemario Musa en jeans descolorido (Premio 2001).
Desde entonces son ya más de 30 obras publicadas bajo el sello de la Editorial Plural que dirige José Antonio Quiroga y que continúa apostando por la poesía “mercancía de lujo, al alcance de todos”, como dijo Rosángela Conitzer. Fueron publicadas once obras premiadas además de una veintena de menciones o finalistas. En este hermoso abanico de textos hallamos autores jóvenes y maduros, de diversas lugares del país, audaces y más conservadores, exploradores en temáticas urbanas y aquellos que se adentran más en una memoria colectiva que recupera otros saberes y otros haceres.
Lejos de celebraciones ostentosas, el martes festejamos en el corazón del casco viejo de La Paz la magia de la poesía que nos lleva a disfrutar el trabajo de la Palabra, pero también nos invita a pensar.
Fuente: Página Siete