Muerte por el tacto: Sueños de un ángel solitario y jubiloso
Por: Sergio Almaraz
(En 1966 el ensayista Sergio Almaraz publicó una lectura del famoso poema de Jaime Saenz. El texto, entonces, fue publicado en la revista Canata, núm. 7, de septiembre de 1966. y hoy es parte de un libro de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia que reúne la obra del pensador cochabambino.)
A Saenz, el hombre le interesa más en la esencia que en la sustancia. Esta última, representando la parte estática, casi ausente de elementos dramáticos, es la conocida y aceptada convencionalmente.
En el pasado esta “parte” de nuestra ontología fue explotada de diversos modos en la creación artística pues, felizmente, el arte dejó de situar al hombre en su centro, en su doble condición de objeto y sujeto.
Pero el descubrimiento de las realidades más íntimas del ser siguiendo una línea discontinua se produjo por lenta penetración, capa por capa, de una “realidad” a la subyacente. Sin duda hoy, al término de una evolución de cuatro o cinco mil años, el arte realiza una desesperada exploración en busca de los elementos esenciales que, de acuerdo a una definición, habrá de encontrarlos como la síntesis humana que nace de la existencia y la experiencia o, lo que es lo mismo, de realizarse vitalmente en el tiempo.
Saenz se halla en este empeño. Por ello su búsqueda de esencias concede a Muerte por el tacto un aliento metafísico que alterna, creando una contradicción verdaderamente poética, entre la infinidad e impersonalidad de los conceptos y la nota humana y dramática. Los primeros acordes del poema recuerdan la poesía filosófica alemana y tienen la fuerza de un lento sinfónico:
“Olvidó los océanos y las voces replegado con los demás en el apagado símbolo de los puentes —hizo perdurar el crepúsculo […]”
Pero en las siguientes líneas encontramos la nota humana, obstinada y tremolante, que perdurará a lo largo del poema: el árbol y su condición: “los ensangrentados/ los de las largas cabelleras/ los forjadores del viento”. Lo referencial está dado por el árbol, luego serán los animales, las plantas, las viejecitas, objetivamente dentro de cuyas fronteras se trata de una esencia pura. Sería un error intentar definir la poesía de Saenz como tentativa puramente metafísica; lo es sin duda, pero no exclusivamente porque toda ella está teñida de esos valores menudos y entrañables que son eternamente humanos.
Para entender a Saenz y su trascendentalismo a veces frío e impersonal o amargo y panteísta, para comprender sus vacilaciones místicas y sus desesperados “estados de conciencia”, recordaremos a Sartre que, en un ensayo sobre Baudelaire, dice: “Si por una parte es el cuchillo, la pura mirada contemplativa que ve desfilar abajo las olas presurosas de la conciencia refleja, es también al mismo tiempo la herida, la serie misma de la ola”.
Saenz y su juego interior, la unidad y la contradicción que hay entre un cuchillo y la herida, de acuerdo a la definición del drama baudelairiano, revela un desdoblamiento de la conciencia en un oscuro separarse en dos seres interiores; el poeta que se sitúa frente a sí mismo como ante un espejo o, siguiendo la línea de su simbolismo, lo probable es que sea el espejo el que “vea” a Saenz. Veamos algunos ejemplos de ese “desdoblamiento”:
“yo no estoy existiendo
otro existe en lugar de mí pero dentro de mí
y es como lo mirara diez veces
cada una de las diez veces que lo miro”.
Este juego es casi interminable y si se lo siguiese podría llegarse a descubrir la intimidad psicológica del poeta. Hay un campo de tensión dentro de él, del que solamente podríamos decir que está dado por sus dos conciencias y alimentado por sus dos polos, el cuchillo y la herida. La sola mención de dos polos supone que hay alguna contradicción; en Saenz la hay, pero de modo más profundo que las contradicciones poéticas en autores como Neruda que se reducen al plano formal. Saenz es más contradictorio que su propia poesía. Es posible que para escribir no tenga que hacer otra cosa que volver la mirada a su interior. No necesita ver, sentir o imaginar poéticamente. Su mundo interior está lleno de fragmentos poéticos que nacen y se desplazan entre las antípodas de su conciencia. La mayor dificultad de Saenz tal vez sea la de encontrar una forma apropiada con la que nos permita asomarnos a su mundo subjetivo.
Otro aspecto de este notable poema es que en la búsqueda de esencias puras el poeta trata de realizarla extravirtiéndose (“cuando haya cortado mi hablar y solo mantenga relación cristalina con las cosas/ ese será el día en que diga/ soy feliz/ conmigo o sin mí”).
Esta es una fase en su incesante fluir interior. Sale de sí mismo; siendo él, es más que él porque es, en ese momento, él más las cosas, él y las cosas. Desea reducirse a un estado de conciencia pura dentro de la cual se recojan todas las esencias universales. ¿No revela este fenómeno el deseo de usar el tacto “desde las entrañas oscuras” para conocer y comprender el mundo que lo rodea? El tacto es la relación cristalina con las cosas, es el símbolo de lo no intelectivo, de lo irracional, es el esfuerzo con el cual Saenz busca establecer relación entre la conciencia y la esencia, entre su propia esencia y la “esencia de las cosas”; para este fin las ideas concatenadas en el orden racional son innecesarias, tal vez, como lo reconoce, son un obstáculo:
“por eso
cuando se comprenda muchas cosas por el tacto
incomprensibles para los demás sentidos
se sabrá que todo es lo mismo
y que es sin embargo distinto […]
los sonidos, las formas y los colores entrarán en ebullición y se fundirán con el mundo y contigo en una sola cosa”
Este fragmento descubre un extraño esoterismo para el que no interesa conocer el mundo por conocerlo, sino que llegado a un punto (y Saenz parece que hubiese pensado en la revelación o iniciación al referirse a este salto del conocimiento como lo entienden los esoteristas y místicos), pues, llegado a ese punto del conocimiento, todas las esencias individuales (los sonidos, las formas, los colores) se fundirán en una sola y hasta uno mismo se mezclará con el mundo en el que desaparecerá formando un elemento universal y nuevo.
Los antecedentes inmediatos de esta actitud se encuentran en la filosofía romántica alemana con Nietzsche, en el llamado realismo mágico de Hörbiger y en todas aquellas formas del sobrenaturalismo que tanto gusta a los alemanes, uno de cuyos pensadores le decía a un francés que no podía comprender a los del otro lado del Rin que habitaban el país de las brujas y las brumas.
En oposición a este esoterismo, la fuerza humanista de la poesía de Saenz salta una y otra vez.
Rechaza toda actitud que lo aleje de las “cosas sencillas y perfumadas”, se declara partidario de las lombrices, de los perros, de las estrellas que cantan, guarda devoción por la mirada de los niños y le gusta dibujar cuando llueve. Esa inagotable sensibilidad humana llega a la ternura cuando concluye un fragmento así:
“juzgo conveniente alabar la esencia de aquel anciano y detenerme cuando
el ayudante de hornero le hace muecas descriptivas
al animal que pasa fugaz ante la sonrisa de la viejecita del dintel
en fin, adoro las voces claras, los trenes y las ciudades
y por todo lo que digo
adoro mis entrañas oscuras”.
La magnífica predisposición de Saenz para poetizar sobre elementos simples y tiernos lo emparenta un poco con Vallejo; como él, utiliza la segunda o tercera persona cuando habla de sí mismo. Veamos este autorretrato que nos recuerda aquella pieza en la que el escritor peruano, resumiéndose, dice “César Vallejo te odio con afecto”:
“es necesario que recuerden todos su amor a la música, su sosiego y su desdicha,
y su propensión a la risa así como las arquitecturas que urdían cuando podían hacer lo contrario
y su lamento, el lamento que ya fue analizado sin usar la substancia humana,
sin planes, sin palabra ni consulta, pero con ademanes repetidos bajo la mirada
que caía desde un pedestal diseñado en otro tiempo para ensalzar a los mendigos, a los valientes y a los inventores del azúcar y del resorte y sus proyectos,
los rigurosos alegatos en favor del desquiciamiento, de un anti-orden, para el retorno profundo al verdadero ordenamiento
sus conmovedores argumentos para comprender finalmente el simple significado de la estrella
sus penas tan dignas de respeto”
sus venias (te explican el punto de partida de la vida)
encerraban una melodía ingenua y lejana y te inducían a ser más bueno y desentrañar con mayor autoridad los signos misteriosos de las nubes y de las calles
hacían que te vieras tal como eres (tu contenido, las propias venias que jamás harás)
y les intitulabas medida de todo, y solución secreta de todo, y surgía de tu sombra una venia destinada a ellos
y les intitulabas ‘caro destino, gayo amigo’”.
Jaime Saenz, ángel solitario y jubiloso, buscador de una totalidad ciega y callada, paga su tributo de angustia ante la irremediable finitud del humano ser:
“Nada puede convencerme de lo enfermo que estoy, mascando lo que no se sabe, pensando lo que no se sabe, en espera de la revelación integrada por los ríos y la esencia de la música y por el desaliño de la vida […].
Te tocas y no hay música. Te tocas y súbitamente sabes que no hay tú […]”.
Sin duda, mucho más habría que decir sobre la temática de Muerte por el tacto. Limitémonos a señalar que Saenz huyó conscientemente de toda complicación formal prefiriendo expresiones sencillas. Admira y conmueve su esfuerzo en busca de sobriedad y no hay duda de que logra su propósito.
Muerte por el tacto es un poema sencillo de profundos elementos conceptuales; todo él está impregnado de un amor sereno y fuerte por el hombre y por ello nos recuerda con afecto a Vallejo.
De Saenz debiéramos decir lo que Baudelaire dijo de sí mismo: “Intimidad sombría y límpida de un corazón convertido en espejo”.
Jaime Saenz espera una revelación formada por los ríos, la música y su propia vida. Mientras no la encuentre, mientras no se realice su jubiloso sueño, le quedará el tacto, solamente el tacto, pero podrá decir con Baudelaire: “Soy la herida y el cuchillo, la víctima y el verdugo”.
Fuente: Letra Siete