Cachín Antezana: Jorge Suárez, “un orfebre de la forma”
Ricardo Aguilar Agramont
Luis H. Antezana, más conocido como Cachín, habla de literatura boliviana, su ordenamiento, su trabajo de preparación del libro de la Biblioteca del Bicentenario de Bolivia (BBB), Jorge Suárez. Obra reunida y de su obra crítica ensayística que desarrolla una experiencia de escritura estética, la cual será publicada también por la BBB en el futuro próximo.
– ¿Cómo se da el paso de la lectura a la escritura en su obra crítico ensayística, la cual también será parte de la Biblioteca del Bicentenario? Digo escritura en su sentido menos restrictivo, como conciencia del lenguaje.
En mi caso no hay mucha distancia entre la lectura y la escritura. La lectura, si quieres, es mi oficio.
Finalmente, a lo largo de toda mi carrera, comenzando por estudiar para ser profesor de Literatura y Lenguaje en la Normal Superior, hasta tener mi doctorado en Filología, siempre he estado obligado e inclinado a la lectura como oficio, a parte del gusto de leer desde niño. Entonces, mis lecturas tenían que ser traducidas en algún tipo de trabajo, de informe, de ensayo, a veces más sencillamente hasta de resumen. Ese es mi paso inmediatamente a la escritura, el análisis. Yo no pretendo tener la escritura en el sentido creativo de la palabra, en el sentido de un poeta o novelista.
– Pero en una experiencia de escritura, digamos, en el sentido que le da Barthes, con cierto gozo con esa escritura por más que no sea ficcional.
Sí, pero el peso que puede tener cuando escribo no viene tanto de mí como de los autores que me ayudan a leer. Profesionalmente nunca he leído solo, siempre he leído acompañado de alguna perspectiva teórica o acompañado de otros estudios sobre lo que yo estoy leyendo. De ahí viene lo de informe académico. Ahí, tomando la mención que haces, muchas veces he tomado a Barthes porque da muchos instrumentos que son útiles para leer mejor. Si eso se traduce en escritura, bueno en mi caso, habrá una referencia o una cita a los autores que me han ayudado.
– Ahora a lo más general. Recuerdo que uno de los primeros intentos de ordenamiento de la literatura boliviana a los que llegué era su propuesta temática que proponía hace varios años: literatura de Guerrilla, de la Guerra del Chaco, de mina, urbana, etcétera. Quisiera que podamos hablar hoy de qué regiría un nuevo ordenamiento, si es que lo hubiese.
Yo diría que tenemos un momento clave en torno a 1958-59, cuando Óscar Cerruto publica Cerco de penumbras. Leyendo esa obra estoy bastante convencido que hay una transformación en nuestra narrativa, no vamos a hablar de literatura, sino de nuestra narrativa. Gracias a Cerruto se reemplaza un realismo tradicional por un acceso muy directo a la ficción, pero a la ficción en su sentido más radical. Hay dos sentidos en ficción, uno que es hacer verosímil lo posible, es decir el Quijote no ha existido, pero es posible, entonces lo hago vivir medio loco en La Mancha, esa es una ficción que hace verosímil lo posible; pero hay otro nivel de ficción que es la que hace verosímil lo imposible. Esa es la ficción de Cerruto. Ahí los muertos vuelven para molestar a los vivos. Después de Cerruto, nuestra narrativa comienza a ser mucho más flexible, se abren las puertas.
– Casi simultáneamente, con la novela Los deshabitados, de Marcelo Quiroga, hay otro cambio que va a tener ecos después. En Los Deshabitados hay una fuerte búsqueda de la subjetividad. Los personajes no están vistos desde fuera, sino desde dentro, y eso incluye no solo los personajes, sino también al narrador. Hoy nuestra literatura recorre por ancho y largo esos caminos: los de la ficción y la introspección.
Después, hay varios momentos de la novela previa: hemos tenido una novela minera; rural indigenista; costumbrista, la novela del encholamiento con La Chaskañawi como cumbre; y hemos tenido, curiosamente, un género que hasta el día de hoy se hace, aunque parecía un género inmediato, la narrativa de la Guerra del Chaco, que se hizo mucho en su momento, pero hoy en día Adolfo Cárdenas o Jesús Urzagasti, entre otros, tocan el tema décadas después del hecho. Esas serían unas cuantas pistas.
Más adelante se va desarrollando algo que, si bien no es un cambio sustancialmente, sí un cambio de referencia. Nuestra literatura deja de ser rural, minera, y se vuelve cada vez más urbana. Ahí, un momento clave es la novela Felipe Delgado, de Jaime Saenz, y la enorme literatura urbana de hoy como Periférica Blvd, de Adolfo Cárdenas.
– De algún modo, todos los ensayos posteriores de ordenamiento se remiten su análisis. Quisiera hablar del canon boliviano en referencia al proyecto de la BBB, que tiene una vocación canónica. ¿Para qué sirve un canon, es necesario?, ¿cómo ve el proceso de formación de un canon de escritores bolivianos que no necesariamente son de literatura, sino de escrituras con alta conciencia del lenguaje (como Almaraz o Zabaleta), para volver al concepto del principio?
Perfecto, son nombres que han trabajado al mismo tiempo que sus ideas, su lenguaje, pienso en Almaraz y Zabaleta. Ambos felizmente son parte de esa colección. Así, también en algunos trabajos de historiadores se logra esto por ser una forma de narrar, están muy cerca de la literatura. La historia como documento sería la historiografía, pero el libro de historia, cuando está bien narrado, con riqueza literaria, es el que más tiende a pervivir y dejar huella en una sociedad. No sé si está en la colección, pero un historiador que narra de maravilla es Querejazu.
–Están dos de sus libros.
Cuenta de maravilla. Masamaclay, Llallagua, La biografía de Costa Du Rels, son libros que se pueden leer con gusto. Esas son labores de escritura, no hay que olvidar que la escritura implica un acercamiento al difícil problema de lo estético, de la imaginación con el pensamiento, no solamente ideas.
Volviendo, en las Ciencias Sociales, porque me ha tocado estudiarlo, Zabaleta tiene una enorme riqueza verbal y siempre es un desafío leerlo. Es bueno que sean un poco difíciles, en el sentido de que provoquen nuevas ideas, desafíos de comprensión. No solamente se trata de establecer un canon al que haya que obedecer, sino un canon que provoque y que abra puertas. Un canon tiene que provocar. Los autores que han escogido, por lo menos los que conozco de literatura como Cerruto, Sáenz, Suárez (que yo he preparado), está Adolfo Cárdenas, y más, todos son provocadores. En historia, hay dos libros maravillosos que sé que están, una joya de nuestra literatura e historia, Los últimos días coloniales en el Alto Perú, de Gabriel René Moreno, y ya publicada una joya historiográfica maravillosa que es el Diario del Tambor Vargas. Esos libros no son solo para educar, no, son provocaciones para pensar mejor, ver mejor y pensar de otra manera. Son libros antiguos, el Diario del Tambor es de la época de la independencia, van a pasar 200 años y sigue desafiando. Lo maravilloso de ese libro (y acá quizá venga la palabra que usted está buscando) es que es un diario fundamentalmente escrito en medio de la guerrilla de Lanza, escrito ahí, a golpe de tambor, qué teórico de cenáculo va a poder competir con escribir a golpe de tambor en medio de las batallas de la independencia. Nadie le gana al Tambor.
– Algo así se puede decir también, en cuanto escritura, de la Historia de la Villa Imperial de Arzáns…
Es una bomba atómica, ¿está pensando en Arzáns?
– Exacto.
Eso no es un libro, es una bomba atómica. Absolutamente inagotable. ¿Está incluida en la Biblioteca?
– Están los tres volúmenes.
Aunque es un error porque ese libro es anterior a la República.
– Se incluyen varios textos del periodo colonial, incluso precolonial…
Eso es un error porque no son libros de la República. Aunque, como digo, probablemente no hay libro superior al de Arzáns.
– Pero son libros que explican Bolivia.
No había Bolivia entonces, en el territorio boliviano. No importa. Me alegra que se haya colado Arzáns, porque ese libro merece ser parte de nuestro horizonte cultural.
– Finalmente, Potosí es la razón más fuerte por la que Bolivia se constituyó independiente, ¿no?
En cierta forma sí, por lo menos el occidente.
– Entonces, en defensa del corpus colonial de la BBB (que debe llegar a algo más de 10 títulos), pienso que, de algún modo, ese es el criterio que se tomó.
Me alegra que no seamos rencorosos con la Colonia. Debemos agradecerle a Arzáns y a don Gunnar Mendoza. Hay países, como México, que tenían enormes problemas con su pasado colonial. Hasta que Octavio Paz tuvo que reivindicar a Sor Juana Inés de la Cruz para que se den cuenta que muchas cosas importantes habían pasado en la colonia.
– Ese es el criterio.
Está bien que se rescate.
– Quisiera que nos hable de la edición de Jorge Suárez. Obra reunida en la BBB, que ha estado a su cargo.
La obra que ha promovido la BBB es la Obra reunida, está todo lo que él ha publicado como literatura, no está su obra periodística. Por supuesto ahí está El otro gallo.
Era su vocación ser poeta, lo dice en alguna entrevista. Pero se lanzó y narró cuentos, logrando un libro que creo que es maravilloso: El otro gallo, que es una joya de saber manejar la ficción. Son las aventuras imaginarias de un bandido, de un chico, que en sus borracheras cuenta una serie de aventuras, todas ellas narradas, a momentos, con una prosa extraordinaria, prosa poética de primera calidad y el otro lado que a veces le falta a nuestra literatura: un exquisito sentido del humor.
Por suerte, en la Obra reunida los directores de la Biblioteca han aceptado incluir un libro que sacó que se llama Melodramas auténticos de políticos idénticos, eran crónicas en verso donde tomaba el pelo, en el año 60 del desarrollo del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario), sobre el problema de la diferencia entre el MNR de Paz Estenssoro y el PRA (Partido Revolucionario Auténtico) de Walter Guevara, ahí ve quienes eran los idénticos y cuáles los auténticos, ahí se ve su enorme sentido del humor.
Suárez poeta y narrador-poético tiene una novela inconclusa, pero que la Casa de la Cultura de Santa Cruz publicó póstumamente y que también está incluida: Las realidades y los símbolos. Entonces, tiene una buena parte de poesía y otra de prosa, faltaría su obra periodística y algunos inéditos que recién la familia está ordenando.
Jorge Suárez fue activísimo, toda su vida trabajó de periodista. Ya va a ser 20 años de su muerte. Él estaba trabajando como director del Correo del Sur y le dio un ataque al corazón, pero también trabajó con Jornada, Los Tiempos, El País de Santa Cruz. También fue diplomático durante el gobierno de Juan José Torres, primero en México y luego en Argentina. Cuando vino el golpe tuvo que huir a Chile y después a México. En fin, un hombre cuya fidelidad al sentido de su labor de periodista fue excepcional. Junto a eso estuvo su pasión por la literatura, fue un orfebre de la forma cuando trabaja los sonetos, por ejemplo, pero también cuando trabaja la lírica popular, como en su libro Serenata, donde hay obras que tienen que ver con los boleros de caballería, con taquiraris, etcétera.
Si se quiere encontrar una síntesis de lo que ha hecho, ahí está El Otro Gallo, donde está la tradición popular, el mundo de lo cotidiano (que le gustaría al periodista), lo fantástico de un narrador excelente, en una prosa poética.
– A propósito de la falta de sentido del humor que mencionaba en nuestra literatura (salvo excepciones que cada vez son más frecuentes), ¿se deberá quizá a nuestra herencia realista?
Sí, la seriedad viene de que de todo ese pasado realista nuestra literatura tuvo que trabajar como sociología. Entonces, nuestros autores, recogiendo las enseñanzas del realismo y naturalismo, tuvieron una especie de suplencia laboral, hicieron literatura, pero también tuvieron que hurgar la sociología.
Entonces, como usted decía, esa seriedad es porque la literatura tuvo que cargarse un fardo excesivo, cargarlo en el hombro y esperar reemplazar a la sociología hasta que ésta comience a caminar por sí sola. Cuando la sociología pudo caminar, entonces la literatura se sintió más libre y pudo corretear por otras partes.
Fuente: Letra Siete