De qué hablamos cuando decimos “pasiones”
Por: Mónica Velásquez Guzmán
Hace unos meses, Plural publicó El cuento sentimental romántico en Bolivia, de Leonardo García Pabón. En él se presenta un extenso estudio y una antología que reúne seis narraciones breves. La selección incluye: Soledad de Bartolomé Mitre, Crimen y expiación de Sebastián Dalence, La isla de Manuel María Caballero, El Templa y la Zafra de Félix Reyes Ortiz, Misterios del corazón de Mariano Ricardo Terrazas y Corazón enfermo. Diario de una costurera de Isaac G. Eduardo.
El eje ordenador de la lectura es el análisis de la “vida interior”, la sensibilidad y la economía de las emociones en estas narraciones que cuentan de “amores imposibles y desgraciados”. Contra la supuesta cursilería que, prejuiciosamente, puede alejar a lectores contemporáneos de este tipo de literatura, el autor reivindica la misma no sólo porque cumplió una tarea “educadora y moralizante” que permite leer el siglo XIX (y nuestro presente), sino también porque desde lo sentimental se pudo jugar una representación y un cuestionamiento de lo histórico.
En estos cuentos, sus protagonistas cuestionan el presupuesto de que son los personajes femeninos quienes podrían formarse, modelarse, desde el arquetipo de “ángeles del hogar” y lo llevan a sus límites. Lo que dejan es “un camino literario más crítico y penetrante de los mecanismos de construcción de sujetos nacionales, y nos revelan más fisuras e imposibilidades…” (35). Las fisuras del discurso y de las prácticas culturales públicas aparecen manifiestas desde los espacios privados.
El autor analiza cómo “este tema del amor” funciona en tanto “alegoría del fracaso de los proyectos nacionales”.
Entre los seis cuentos, llaman mi atención los tres últimos, entre otras razones porque plantean lenguajes y problemas más que vigentes, tanto para la literatura nacional como para el momento histórico que nos toca habitar. La isla actualiza la fantasía de una familia que decide alejarse de una sociedad corrupta para fundar un nuevo mundo, entre adánico y utópico. Todo irá bien hasta la llegada de un extranjero que porta “una nueva emoción”, enamora y luego abandona a la hija, lo que deriva en el suicidio de ésta y la muerte “por pena” de sus progenitores. Mientras se asiste a la trágica muerte por imposibilidad amorosa, se dibujan de fondo las leyendas del lago Poopó: la muerte de un pasado mítico enmarca la desaparición del núcleo familiar, sus emociones y su intento de refundarse bajo un nuevo orden.
Más allá de los análisis del autor sobre esa interioridad que fracasa en su educación sentimental, el relato sugiere pensar ese deseo tan de vuelta en nuestros días por huir y por fundar otro sitio, otra comunidad donde sea posible la realización del mismo. En el siglo XXI, en Bolivia, el país mismo fantaseó con ser una isla a contrapelo de la “decadencia occidental”… y así vamos.
Misterios del corazón, por su parte, narra la historia de amor y de poder entre un joven de origen árabe y una mujer que oculta ser la Virreina. Cuando él la descubre, presume su develamiento y ella lo condena; veinte años después es rescatado, se vuelve sacerdote y la perdona. Como bien destaca García Pabón, las confabulaciones entre pasiones y poder (ejercido además por una mujer, aunque de manera varonil) cuestionan las representaciones de lo femenino y dibujan una imagen alternativa, aunque, habría que añadir, ninguno de los protagonistas escapa de un imaginario que hoy llamaríamos patriarcal y que los condena a pensar y a ejercer el poder y las emociones de modos mutiladores. La caída de dos modos de heroísmo decimonónico es el desmoronamiento de los regímenes de poder, pero no de sus vigentes lógicas. Además de todo lo que esta escritura permite elucubrar acerca del dúo amor-poder, masculinidad-feminidad, la contundencia con que lee la política de las emociones trae a nuestros días la pregunta de cómo las pasiones rigen los tronos y disfrazan de discurso sus más acaloradas sinrazones. Tema más que urgente.
Finalmente, Corazón enfermo. Diario de una costurera contrapone la escritura del diario de la protagonista con la crónica policial que halla su cuerpo en la morgue y deconstruye las razones de su muerte. Antecedente de las tramas que luego plantearon Virginia Estenssoro en El occiso y Yolanda Bedregal en Bajo el oscuro sol, asistimos al duelo no sólo entre escrituras, espacios íntimos y espacios públicos, sino a la ilegibilidad tanto de la subjetividad femenina como de su cuerpo que, sometidos al escrutinio del amor o de la ciencia forense, callan o se matan. En un mundo de feminicidios, venta de mujeres, hombres impotentes o violentos, aterrados o clientes, ¿puede el amor ser leído?, ¿puede el cuerpo acabar en otro sitio que no sea el de la víctima o el de chivo expiatorio de una sociedad incapaz de lidiar con la economía de su deseo?
Excede a este escrito la pregunta del por qué se estaría renovando el interés por el siglo XIX en últimas publicaciones. Me interesa más indagar sobre la urgencia de revisitar nuestra “educación sentimental” en términos políticos, que atiendan tanto los espacios íntimos como los públicos, si es que tal división todavía existe. Hace ya un tiempo que la literatura y el arte en Bolivia reclaman un sitio para el deseo, para el amor, pero también un lugar para la ira y la violencia que toda sociedad debe acomodar. Demanda de salidas, no marítimas, para fuerzas que si no tienen cauce aparecerán como golpe o como insulto. ¿Será este un tiempo de cinismos que extrañan al sujeto y de amores que oscilan entre la tragedia y la impertinencia, entre una anacrónica nostalgia de ser humano, una tecnología que dota de identidades móviles y apariciones circunstanciales y, por si fuera poco, un mundo que ya no quiere sino hacer de los afectos un arma o una estrategia más? ¿Demasiado pesimismo? ¿O una astucia donde parece que una lee novelitas sentimentales, mientras desenmaraña los disfraces de la política?
Fuente: Ideas