En el cuerpo una voz, de M. Barrientos
Por: Fernando Molina
En el cuerpo una voz, la última novela de Maximiliano Barrientos, es una distopía. Ocurre en un futuro no muy lejano, durante y después de unos terribles sucesos históricos que incluyen “el asesinato del presidente indio”, la división de Bolivia en la Nación Camba y la Nación Andina, guerras civiles e intervenciones extranjeras.
El caos y la barbarie a la que todo esto da paso son conjurados finalmente y vuelve la paz, y con ella el cumplimiento de tareas como las dos encargadas al protagonista: la recopilación de los atroces testimonios de las víctimas del periodo que se llama “el colapso” y el ajuste de cuentas a un particularmente perverso autor de las masacres.
Descripción de la obra
La primera parte de la novela inicia la historia que servirá como hilo conductor de la narración: en plena guerra, dos hermanos, uno de ellos malherido de bala, escapan de un monstruo apodado el General. La segunda parte, adoptando el mecanismo narrativo de la novela estadounidense Guerra Mundial Z, presenta un conjunto de testimonios de víctimas o participantes en atrocidades de distinto tipo acaecidas en los tiempos del “colapso”. La tercera parte es una serie de textos más o menos poéticos que narran momentos previos a la guerra u otros de datación incierta. Finalmente, la novela se resuelve (de la manera previsible desde el comienzo) en las últimas decenas de páginas.
A lo largo de este recorrido muchas cosas pasan, como el lector se imaginará. Se presentan incontables asesinatos, tiroteos, acosos sexuales, huidas, abusos y actos escabrosos e inmorales como el canibalismo. Los personajes sangran, vomitan, sudan, se echan pedos, etc., una y otra vez. En realidad, las catástrofes políticas que hemos mencionado no tienen importancia alguna, excepto para justificar lógicamente que la guerra constituya el centro de la narración.
El autor es más pudoroso en materia sexual: aunque habla bastante del asunto, no lo representa.
Monocorde
Contar la guerra siempre es difícil y hacerlo de una manera que sea a la vez necesaria (por contrario a “gratuita”) y artística exige una pericia que Barrientos no demuestra. Ajeno a los detalles que convierten un suceso sangriento en un verdadero episodio dramático, el escritor se torna monocorde: quiere que lo que dice resulte monstruoso y espantoso, pero olvida que la acumulación de cosas desagradables y asquerosas no constituye al terror, no lo hace emerger (quizá apenas a la aprehensión). De la misma manera que, como ya sabía el Quijote, la acumulación de requiebros y promesas de fidelidad no consigue inspirar un auténtico sentimiento amoroso.
Sin personajes
La novela no sólo es monocordemente violenta y escabrosa (al punto de que incluso en tiempos de paz, por ejemplo cuando los protagonistas descansan en una taberna, las peleas estallan inopinadamente), sino que todos los personajes son parecidos. Los protagónicos igual que los antagónicos, las mujeres igual que los hombres, etc.; el registro siempre es el mismo y por tanto sólo sabemos que X es prepotente y Y es amistoso porque el narrador lo dice, no porque X y Y actúen (hayan sido construidos) como tales.
Y no estoy hablando de un efecto buscado, sino de una consecuencia indeseada de una carencia narrativa.
Ahora bien, esto significa que la novela, por decirlo así, no cuenta con personajes. En lugar de ellos encontramos marcas lingüísticas, esquemas sin entidad. No nos vemos con gente asesinando, muriendo, aterrorizándose, canibalizando, sólo con un autor que dice que la gente mata, muere, sufre, come a sus semejantes, etc.
Y es que primero debemos conocer a las personas, así sea sumariamente, para que sus acciones nos resulten significativas. Es algo difícil de explicar, pero que cualquier lector regular reconoce de inmediato en una novela: se cree o no se cree que “Juan Pérez” es gente, que existe o existió alguna vez.
Ahora bien, para entrar en la mente del lector, “Juan Pérez” primero debe estar, con total nitidez y vivacidad, con largos y detallados antecedentes, con entidad, en la mente del escritor. Y este es el problema en este caso.
Una segunda razón reside en el hecho de que algunos personajes de En el cuerpo una voz reaccionen de manera incompatible con la situación en la que se hallan implantados o con la personalidad que se les ha asignado. No es que cambien al calor de la historia, algo que es bueno y puede encontrarse en las novelas mejor hechas, sino simplemente que son erráticos.
Ahora bien, una obra que “no tiene” personajes es una obra que ha fallado en lo esencial, por muy vertiginosa o muy clara y directa que sea, como en efecto esta novela es.
Maximiliano Barrientos, igual que otros autores jóvenes y no tan jóvenes de nuestra literatura, se ha lanzado a escribir (con el “género” de las distopías catastróficas en la cabeza) sin fabular primero una historia que valga la pena de ser contada, y que luego él pueda contar con mucho cuidado, precisión y vida.
Fuente: Ideas