10/27/2017 por Marcelo Paz Soldan
Ser novelista…

Ser novelista…


Ser novelista…
Por: Claudio Ferrufino-Coqueugniot

Definirse como novelista… A pesar de considerar el género como el más libre, creo que también es el más difícil, no por la complicación que hay en contar una historia sino el hilo con que se la va manejando. He leído, y muchas inéditas en Bolivia, novelas con grandes historias, pero narradas en tal forma que lo único que queda es anecdótico, nada literario. Una buena comida, y un buen libro, se definen por las porciones de especias mixturadas, incluso en aparente irracionalidad. Bolaño en su Cuaderno de Chile narra, perora, discursea, en un inmenso párrafo que constituye una magnífica novela, una que a primera vista da la sensación de pérdida de tiempo y que termina perfectamente coordinada. Thornton Wilder creó otra soberbia con cartas de sus protagonistas: César, el poeta Catulo. No hay fórmula, pero hay dosis. Armado y trabajo. Definirse como parte del género tiene implicaciones de rigor, que no necesariamente lo limitan.
Pero, ahí está Arlt, que dicen que no sabía escribir. O Viscarra, para nosotros. ¿Barre eso esta simple opinión? ¿O en la “torpeza” también se tejen estructuras?, suponiendo que lo dicho vale y que estos dos escritores similares y dispares no fuesen duchos en arte y sí en memoria o imaginación. Entonces a veces no bastaría un buen entarimado y se realzaría el talento. Esto nos mete en una confusión peor a las 24 horas en la vida de una mujer, de Zweig, pero a la vez hace parte del encanto. Adjunto aquí un breve artículo mío del 2006 porque me parece interesante respecto a la novela como género. Recurro a Kundera.
“Dónde se genera la novela, o, mejor, dónde nace el novelista parece ser la pregunta introductoria del autor checo. Recurre a la imagen del poeta lírico, como la contraposición esencial al escritor de novelas. El poeta lírico, afirma, se genera y se contempla en sí mismo; incluso cuando se relaciona con el mundo exterior e intenta un lapso de “exterioridad” termina cayendo en su propia imagen.
Cuando Flaubert escribe “Madame Bovary” la crítica lo acusa de prosaísmo. Y ese decantamiento flauberiano, según Kundera, refleja el paso de un estado al otro, el abandono de la reflexión lírica. Una suerte -continuamos con la tesis del ensayo- de maduración donde el novelista pierde aquella esencia única del poeta y se infiltra en el devenir colectivo.
Flaubert decía que el artista para permanecer debe hacer creer a la posteridad que nunca ha existido. Proust, adentrándose más en la creación de la novela, y señalando a En busca del tiempo perdido, aseveraba que todo lo que contenían sus páginas era ficción, a pesar de que sabemos que el libro está indisolublemente ligado a su vida. La artimaña del novelista y de ahí su posible eternidad está en hacer que el lector crea que el argumento es el suyo también, que se está escribiendo sobre él, lo cual no es de modo alguno cuestionable. Kundera cuenta que creció en la ilusión amatoria de Albertine. Luego, cuando supo que Proust había modelado el personaje en un hombre al que amaba, le pareció que habían asesinado a “su” Albertine.
Después de la cuestión inicial, diferenciativa, entre el poeta lírico y el novelista, Kundera prosigue con digresiones interesantísimas que ya no muestran tal contradicción sino que se insumen en los detalles de lo que es la novela y quien la escribe. Recupera a Cervantes, habla de la crítica del joven Ionesco a Víctor Hugo, y, apoyándose en la grandiosa fama que aquel alcanzó, dice también de la megalomanía del creador de novelas como elemento esencial -y provechoso- de su carácter”.
octubre 2006

De esta nota introductoria salto hacia el tema propuesto, el de uno mismo, su obra, en el escenario local.
Partimos de un drama: que en Bolivia no se lee y no porque no se quiera leer. No se enseña a leer ni hay interés en hacerlo. Ya la cuenta, de entrada, tiene números rojos porque carecemos de políticas que excedan aquellas de simple alfabetización. De ahí la preocupación de que la literatura, el ensayo, el periodismo, alcancen apenas a un minúsculo grupo de adeptos, entre ellos los mismos que escriben, con conciencia elitista de ser pocos, caldo ideal para cultivar pavos reales, de mocos largos y plumas esotéricas, que se erijan en mandamases de opinión y modelos no desarmables. La rosca como icono boliviano, incluso en literatura.
Recibo escritos de jóvenes dispuestos a poner su obra inédita ante quien creen, falsamente, alguien idóneo para juzgar. Digo falsamente porque me considero un optimista de las letras, además de advenedizo, y veo en todo texto lo rescatable antes que lo malo. Vuelvo, y lo repito sin cansancio, a que el éxito, no en términos colectivos sino personales, no solo radica en la libertad de escribir lo que se quiera sino en lograr gracias al trabajo de relectura, reescritura, autocrítica, solidez literaria.
La última o últimas décadas han traído al estrado una suerte de banalidad, relacionada al nexo entre academia y arte. Se cree que estudiando literatura ya se ha conseguido el oficio de escribir. Claro que no. El escritor no es una invención académica, al contrario. Esta supuesta superioridad se ha adjudicado el escenario y desdeña la labor para la que fue creada, importantísima además, la de la crítica. Fenómeno latinoamericano relacionado a la larga historia de verticalidad social, donde en la sociedad pobre el letrado adquiere una posición por encima de otros. Pareciera que hablamos del siglo XIX y está presente, no se la ha superado, e incluso se inserta más en incomprensible paradoja en la globalización que debiese hacer tabla rasa con las diferencias. No lo observo en la literatura anglosajona, donde no se relaciona al escritor con su profesión, menos con la de las letras. El riesgo es la apropiación de un espacio por una oligarquía escribiente, que a veces no tiene mucho que ver con la posición económica de sus participantes sino con la actitud rosquera de su desempeño. En situación semejante, dadas las características de Bolivia, se estaría vetando de plano y de lleno el ingreso a este parnaso a muchísima gente que escribe porque quiere escribir, porque necesita hacerlo, no porque lo aprendió en doctorales sesiones de gente cuya capacidad creativa está en entredicho. Hay que democratizar la literatura en el país, crear bibliotecas, conversar acerca de temas y autores, analizar estilos, ser vehementes e irreverentes. Publicar. Que exista la dinámica que luego llegará la estética. Sobre todo leer.
¿En este contexto, mi presencia en las letras bolivianas a qué se reduce? Soy, y me considero, un escritor boliviano nutrido en muchas fuentes. Aislado porque lo prefiero, sin decir por ello que los cenáculos son malos. Acabo de afirmar en el párrafo anterior que no. Nada tengo contra clubes de lectura y opiniones compartidas. Es una base que sirve. Pienso que en algunas novelas mías lo de la bolivianidad es obvio; en otras no. No creo importante esclarecer para el lector el origen étnico, nacional, racial de quien escribe. Buscar con énfasis “la” novela “boliviana” induce al error. Hay que dejar fluir las letras. Ellas se acomodarán a la conciencia y reflejarán en el papel lo que crean conveniente y válido, hasta si de identidad se trata.
¿Metas a lograr? Está bien si se decide hacerlo. Lo mío va con el gusto de escribir. Sin embargo no está mal fijarse recorridos y fin. Suele ayudar en el armado del rompecabezas novelesco. Va con el carácter del creador, con sus costumbres y hábitos. ¿Manías? Las hay sin duda. En mi caso, en donde la literatura se ha escrito cuando he podido, cuando se ha abierto un resquicio en medio de la lucha por sobrevivir y otros intereses, no. Da lo mismo escribir con o sin zapatos, de noche o de día, con vela o con foco, con una mujer dormida u otra colgada del cuello, con un emparedado de mortaleda o un café sin azúcar. Exteriores que decoran o molestan el instante, pero no definitorios para nada en el proceso creativo.
Los preferidos… ese es ya un dilema. Los antiguos, inconmovibles, siguen: Homero, Víctor Hugo, Sienkiewicz, Gogol… Es paradójico que no siendo yo cuentista, o pésimo cuentista, mis autores favoritos lo fueran: Schwob y Babel. Se admira lo inalcanzable, lo que no se puede lograr. Y, claro, Cervantes, Rabelais, Rulfo, Andreyev, Dostoievski, Borges, Solzhenitsin, Bashevis Singer, Vasily Grossman, Shalamov, Werfel, Musil, Schulz, tantos otros. Aparte de los ensayistas, de la literatura de viajes: Frazier, Kaplan, Chatwin, los cronistas de Indias, los navegantes ingleses y su bitácoras, los exploradores; la crónica actual, dispersa en su mayoría en revistas, la narración literario-periodística que tan bien han desarrollado los anglosajones. Y el cine, ese gran quehacer literario que llena al menos dos horas de cada día mío. La literatura de la imagen que sirve además para escribir como si se estuviera filmando. Felizmente el cine, aun restringido, tiene alcance masivo; no así los libros.
Casi todo lo que leo hoy de Bolivia está inédito. Es motivo de tristeza porque casi con seguridad quedará así. Nos priva del proceso que de la creación va a la crítica y retorna. No se puede comentar lo que no está presente. Entonces se reduce a un intercambio mínimo entre amigos. Aparte que la literatura boliviana como tal no interesa afuera. Hay cupos, cuánto de Bolivia se puede aceptar en el mercado, a no ser que hablemos de una obra soberbia, monumental, que todavía no existe, y no existirá ante tamaña precariedad. Y las roscas, elementales grupúsculos de clase o de emblema, cerrados, esquivos, intocables. Apoyo los certámenes literarios auspiciados, con todas sus deficiencias y limitaciones. Suelen ser la única ventana.
No siempre fue así. Hubo tiempos en que Bolivia era publicada y leída afuera, En Buenos Aires y Santiago. Hay que buscar el punto de retroceso. Que al menos para eso sirva globalizarse. Quizá esa fue la época dorada, la de Céspedes.
¿Quienes se perfilan? Un muro de desconocidos que escribe a pesar de todo. Santa Cruz y El Alto como productores masivos. Polos económicos, polos culturales. No hay maestros hoy, a pesar de que algunos merecen serlo y se desvanecen en la mezquindad del medio. Cuesta decirlo, pero en una sociedad como la nuestra tal vez tenga el impulso que venir desde arriba. No me gusta la idea pero bien valdría el espaldarazo inicial. Aun sabiendo que los creadores de inmediato se pondrán en contra de la mano que los alimenta, lo que está bien, muy bien. Independencia ante todo.
Junio 2015
Fuente: lecoqenfer.blogspot.com/