La construcción cultural del poeta Franz Tamayo
Por: Freddy Zárate
En la actualidad el poeta Franz Tamayo (1879-1956) es venerado tanto por el sector intelectual, político y la población en general, de una manera que podemos calificar entre entusiasta y apacible. Esta apreciación favorable puede ser resumida en palabras de su biógrafo, el escritor Fernando Diez de Medina, quien afirmó: “Hay, ciertamente, un Tamayo real y un Tamayo ideal. Quedémonos con el segundo”. Sobre este último aspecto recorrió la vida y obra del Hechicero del Ande.
El autor de los poemarios: Odas (1898); La Prometheida o las Oceánides (1917); Nuevos Rubayat (1927); Scherzos (1932); Scopas (1939) y Epigramas griegos (1945), tuvo una recepción académica divergente. Esto lo presintió tempranamente el crítico literario Carlos Medinaceli, quien manifestó: “En sus trabajos en prosa nunca deja de acompañarle el buen gusto y, en cambio en sus versos, porque en realidad abusa del color, llega como en ciertos pasajes de sus poemarios a lo churrigueresco y lo estridente e incurre otras veces en metáforas e imágenes de evidente mal gusto”. En vida, el poeta Franz Tamayo fue considerado como erudito, arrogante, huraño, complicado y hasta loco. Esta conjunción de calificativos llevó a la sobreestimación e incomprensión de la ampulosa prosa tamayana, cargada de retórica, latinajos y helenismos.
Curiosamente, la multifacética obra de Tamayo se redujo al texto denominado Creación de la pedagogía nacional, quedando en segundo plano su laureada labor poética, sus mensajes a la juventud, sus elocuentes discursos y sus magnánimos adagios sobre la vida, el arte y la ciencia. Desde el punto de vista de la ensayística, Creación… es considerada –por parte de historiadores, periodistas, literatos y políticos– una de las obras capitales de la literatura boliviana en el siglo XX. Un ejemplo ilustrativo del convencionalismo literario sobre la obra de Tamayo, puede ser advertido en la novela Felipe Delgado (1979) del venerado poeta Jaime Saenz. En uno de sus pasajes, el protagonista Delgado afirma: “Imagínese, el libro más importante (Creación de la pedagogía nacional) que jamás se haya escrito en Bolivia. Yo nunca me cansaré de leerlo. Aquí sí que Tamayo se nos presenta de cuerpo entero. Aquí sí que se plantea la verdadera revolución para el surgimiento de la nación que debemos ser”. Más adelante, Saenz desentraña al enigmático Tamayo con el siguiente argumento: “Le tememos por su fuerza y lo odiamos por su sabiduría, Él sabe lo que es Bolivia y nosotros no. Él vive el peligro y nosotros no. Él conoce al indio y nosotros no. Él habita en el Ande y nosotros no. Y Tamayo a su vez nos teme y nos odia. Nos odia porque no hemos sabido conocerle, y nos teme porque nos necesita (…). El hombre común, el ciudadano anónimo, el hombre de la calle, ama y comprende al poeta. No se requiere ser sabio para emocionarse”. Del mismo modo, el escritor Néstor Taboada Terán en el libro Franz Tamayo. Profeta de la rebelión (2007), lo personifica como “el supremo señorío de la inteligencia, de temperamento volcánico, de impetuosa vehemencia (…). En la palabra y la escritura de Franz Tamayo resuenan los ruidos de sonidos profundos, pensador insondable y polemista despiadado”. Estas apreciaciones románticas, pueden ser puestas entredicho al rastrear el contexto sociopolítico en el que se desenvolvió el trovador de los Andes.
El poeta Franz Tamayo ingresó al mundo de la política a través del periodismo. Empezó a escribir artículos sobre cuestiones políticas en el periódico El Tiempo, inmediatamente recogió sus breves notas y publicó el folleto Doce artículos (Imprenta Velarde, La Paz, 1909). Al año siguiente, fue nombrado Director del matutino El Diario. A raíz de ello, Tamayo esbozó cincuenta y cinco editoriales (del 3 de julio al 22 de septiembre de 1910). A las pocas semanas, reeditó sus escritos con el llamativo título Creación de la pedagogía nacional. Editoriales de El Diario (La Paz, 1910). En el preámbulo del texto, el propio Tamayo, reconoce la poca profundidad de sus apreciaciones por “todos los inconvenientes de una producción periodística, rápida, sumaria y forzosamente desordenada e incompleta”. Esto explica las múltiples incoherencias, confusiones y contradicciones de su crítica a la reforma educativa de principios del siglo XX. La obra capital de Franz Tamayo termina por ser un libro disperso y fragmentario, en donde no propone de manera objetiva una alternativa de educación al modelo belga, sino, simplemente tenemos un pomposo título cargado de buenas intenciones. Paradójicamente, este libro es el más divulgado hasta el día de hoy. En este sentido, Tamayo sentenció: “Ni los hombres ni los libros son libres de escoger su destino: habent sua fata libelli (según la capacidad del lector, los libros tienen su destino)”.
El proceso político postguerra del Chaco (1932-1935) estuvo marcado por una fuerte ideologización en la esfera pública, que determinó la forma de percibir la historia y la cultura hasta el día de hoy. La relación tortuosa entre política y cultura puede ser advertida en los ideólogos del MNR, quienes dogmatizaron a dos figuras de la cultura boliviana: por un lado, ensombrecieron al intelectual Alcides Arguedas con el calificativo de “antipatria” y condenaron el libro Pueblo enfermo; por otro lado, enaltecieron al poeta Franz Tamayo y canonizaron el texto Creación de la pedagogía nacional.
En el gobierno de Gualberto Villarroel –a través del Ministerio de Educación, Bellas Artes y Asuntos Indígenas– reimprimieron el libro Creación… con el epíteto: “En homenaje al ilustre polígrafo Franz Tamayo (se) reedita esta obra fundamental para la pedagogía boliviana”. Como se sabe, Tamayo legitimó a la logia militar RADEPA en alianza con el MNR, primero como parlamentario y luego como Presidente de la Asamblea Constituyente. Años después, en el primer gobierno del MNR, el libro Creación… fue distribuido profusamente en toda Bolivia, quedando en el imaginario social, una sobrevaloración a la labor política, pedagógica, intelectual y poética de Franz Tamayo.
El escritor Augusto Céspedes –uno de los principales ideólogos del movimientismo revolucionario– exaltó de modo enigmático, seductor y jocoso la figura de Tamayo: “Cabeza grande, tronco pesado como que es de piedra, extremidades cortas de paso rápido, saco largo y pantalones a la altura del tobillo, todo coronado no por la encina sino por un sombrero de paja que también sirve de molde para la fabricación de quesos en su hacienda, constituyen a Tamayo elegancia y armonía”. Además, el Chueco Céspedes le adscribe los siguientes calificativos: monolito pensante, Tamayo el cerebral y el erudito rítmico. Sin darse cuenta –o con profunda ironía– el Chueco Céspedes dio en el clavo al llamar al gran Tamayo “monolito”, es decir, un exponente ceremonial, inmóvil, histórico y artístico que conlleva el monumento de piedra de una sola pieza, y al mismo tiempo “rítmico”, que hace alusión a la principal destreza de Tamayo: la versificación musical.
Actualmente, la figura del Hechicero del Ande es percibida de modo enigmático en el imaginario social boliviano. Por ejemplo, hasta el día de hoy reza en la pared de la calle Loayza, –en donde vivió Tamayo– el siguiente cartel que dice: “…Tamayo es la personificación de la ciudad; gigante en su capacidad como el Illimani que la protege, arrogante y complicado como su caprichosa geografía; único en su obra; como única es nuestra ciudad en su cósmica belleza…”. Ante esta idea tan generalizada, continúa vigente la pregunta que se hizo el Chueco Céspedes en su ambivalente valoración al personaje Tamayo: “¿Es su pensamiento inextricable, es evidencia de ineptitud para realizarse sencillamente o es más artificio intencionado para deslumbrar a los bobos?”.
Fuente: Lecturas