“La literatura es asomarse al abismo, acercarse a las zonas más oscuras de uno mismo ”
Entrevista a Samanta Schweblin
Por: Ricardo Herrera
No es exagerado decir que la visita de Samanta Schweblin es uno de los acontecimientos literarios más importantes de este año. La escritora argentina, que ha sido traducida a más de una veintena de idiomas y este año fue finalista del prestigioso premio literario Man Booker International (junto a escritores de la talla del israelí Amoz Oz y el francés Mathias Enard), llega a Santa Cruz para dar un seminario de escritura creativa que se inicia el martes 26 de septiembre y durará tres días. El viernes 29 de septiembre dará una charla abierta en la Aecid. La ganadora del Premio Casa de las Américas por Pájaros en la boca visita el país, como parte de las actividades de extensión cultural de la productora Núñez &Heinrich.
Schweblin, que reside en Berlín, conversó con EL DEBER acerca de su narrativa y la forma en que encara la escritura.
– ¿Cuáles son los mitos y prejuicios más frecuentes que se tiene cuando se aborda la escritura?
Un montón (risas), pero creo que lo más importante de todo es que, en el fondo, lo que se aprende en un taller, como el que doy, es algo muy simple, algo que parece fácil de hacer, pero no lo es, que es aprender a leer lo que realmente dice el texto que uno escribió y no lo que uno quiere que ese texto diga. Cuando uno aprende a tomar distancia y a leer realmente lo que las palabras dicen, uno empieza a tomar verdadera dimensión de qué efecto está haciendo en el lector.
– Has dicho que la literatura no es solo para genios, sino un trabajo de paciencia, técnica y convicción. ¿Tu mecanismo de trabajo también es lento?
Sí, yo soy de metabolismo lento. Todo me lleva mucho tiempo y hago un gran esfuerzo por prestar mucha atención a lo que estoy haciendo, por tratar de que sea lo mejor posible dentro de mis capacidades. Si no le exigiera eso a mi literatura, escribir me resultaría muy aburrido.
– Horacio Quiroga aconsejaba no empezar a escribir sin saber, desde la primera palabra, adónde se va. ¿Compartes esa idea?
Sí, me alineo a esa tradición, pero también creo que hay que tener cuidado de no perderse un gran cuento porque uno está obsesionado con otro cuento que quiere contar y no le sale. Hay que estar atento a las cosas que van apareciendo durante el proceso de escritura. No hay que ser cabeza dura (risas).
Los chinos dicen que el gran secreto para utilizar la tinta china es no apoyar el pincel en el papel hasta que uno no sabe bien qué es lo que va a dibujar, porque el secreto es no despegarlo hasta el punto final y eso es un poco lo que está planteando Horacio Quiroga. A mí me parece una idea muy bonita, pero también creo que uno tiene que estar abierto a todas las cosas que pueden ir surgiendo durante el proceso de escritura, a lo que te va pasando. Vas cambiando durante ese proceso. Uno no es el mismo, cuando empieza a escribir un cuento que cuando lo termina. Creo que también hay que estar abierto a eso.
– ¿Las normas favorecen la creación literaria o la limitan?
Para mí, en la literatura no puede haber ninguna norma externa, nada. Ni siquiera cómo van las comas, pero eso no significa que no haya orden. Creo que las normas en un texto son internas. Es el propio texto el que dicta qué tipo de narrador va a contar la historia, qué puede y no puede decir y pensar el personaje, qué límite de lo real y lo fantástico se puede o no se puede cruzar. Todo es posible y es la propia historia la que dicta las normas.
– ¿Es cierto que tu abuelo decía que escribir es algo así como adentrarse en un territorio enemigo?
No es exactamente así. Mi abuelo estuvo en la guerrilla francesa cuando era muy jovencito y él hacia la avanzada en su batallón, que consistía en levantarse muy temprano en la mañana, agarrar la bicicleta y acercarse lo más posible hasta el enemigo. Así trataba de recoger la mayor cantidad de información. La parte más peligrosa era regresar con esa información a salvo y podía salvarle la vida a todo su batallón. Cuando escribo siempre recuerdo ese movimiento de mi abuelo, me parece un movimiento mágico y la literatura tiene mucho que ver con eso. La literatura es asomarse al abismo, acercarse a las zonas más oscuras de uno y la oportunidad de vivir escenarios en los que no podrías tener la oportunidad de probarte -sobre todo y lo más importante- tener la posibilidad de volver a la vida real con información vital que de verdad puede salvarte la vida o cambiar tu manera de pensar sobre ciertas cosas. No creo que haya sobre la faz de la tierra otro arte, dispositivo o tecnología que nos permita hacer un movimiento tan maravilloso como ese.
– En una entrevista decías que hay dos tipos de escritores, los que realmente disfrutan el lenguaje y los que luchan contra él y te incluías en ese segundo grupo, ¿por qué?
Sí, soy de ese segundo grupo, porque para mí el lenguaje nunca fue algo que asocié con el disfrute. Claro, siempre me encantó leer, pero cuando el lenguaje era algo que tenía que producir siempre fue un problema. A mí siempre me costó hablar, era muy tímida. Tenía una suerte de dislexia, porque mezclo todas las palabras y soy desordenada para comunicar mis ideas en voz alta, porque pienso que en cualquier momento voy a decir algo errado y voy a herir a alguien o traerá problemas. Para mí el lenguaje es algo muy peligroso. En el único lugar donde lo controlo y me siento tranquila es durante la escritura, porque todo el tiempo está a mi favor y hasta que yo no pongo el punto final no se lo leo a nadie.
Clarice Linspector tenía una frase que para mí es un himno nacional: “La palabra es mi dominio sobre el mundo” y yo siento exactamente eso. Cuando escribo siento que puedo dominar el lenguaje, en todas las demás instancias el lenguaje me domina a mí.
– ¿Eres metódica a la hora de ponerte a escribir?
Solo cuando ya estoy embarcada en un proyecto y sé hacia donde voy, pero durante el proceso de búsqueda de una idea trato de serlo, pero nunca lo logro. Soy muy despistada y cualquier cosa me hace volar de una idea a otra y dejo que eso suceda. Ducharme, salir a correr, lavar los platos o cualquier cosa que distraiga al cuerpo me permite que deje a mi cabeza dando vueltas alrededor de una idea. Una vez que la tengo soy supermetódica; trabajo unas cuatro o cinco horas al día y después lo que hago es dar a leer mis textos. Para mí es importante probar cómo va funcionando en el lector, como cuando uno va haciendo una comida y la hace varias veces hasta que sabe perfecta.
– A tus relatos los han denominado literatura del miedo, de terror, de la ansiedad y fantástica. ¿En cuál de esas etiquetas te sientes más cómoda?
Es un poquito de todo eso. Me parece un gran halago que pueda tener muchas etiquetas. Lo mejor que le puede pasar a un texto es que se tenga la sensación de que tiene todas esas etiquetas, pero no se puede parar en ninguna. Respecto al género fantástico, sí tengo mis reparos, porque a mí me encanta, yo me formé leyéndola. Mis autores preferidos tienen de esa literatura y mi narrativa va hacia allá, pero no cruza nunca la línea entre el realismo y lo fantástico, ese es mi mayor disfrute. Camino en vilo, entre los dos mundos. Que se diga que mi literatura es fantástica a veces me incomoda un poco, porque me gustaría que el género sea una decisión en la cabeza del lector.
– Has resistido durante mucho tiempo en un género ninguneado por las grandes editoriales como es el cuento. Recién acabás de publicar una novela con mucho éxito. ¿Es una señal de que claudicaste?
Creo que sigo ganando la batalla. Distancia de rescate es un cuento largo. Creo que no es un prejuicio solo de los editores, sino también del mercado y de los lectores. Los editores hicieron algo muy inteligente, porque lo publicaron como una novela y es verdad físicamente, tiene 120 páginas, pero en ningún lugar dice esto es un cuento o una novela, es una historia y lo que lleve leerla, llevará, ese sería el espíritu más bonito que pueda tener un libro. Hay historias que se pueden contar en dos páginas y hay otras que necesitan 400. El género tiene que ver más con un título que le pone el mercado que algo que yo sienta a la hora de sentarme a escribir. Cuando me siento a escribir tengo que contar una historia y lo que me lleve a escribir es un problema de la historia, no de género.
Fuente: El Deber