El corazón de Eisejuaz
Por Mariana Ruiz Romero
Diálogo potente, relato poderoso, voz enardecida: en el norte argentino, un mataco boliviano habla con su dios. No es el Dios con mayúscula de la misión, es un dios muy suyo, con el que tiene un contrato. Este contrato pasa por encima de la lógica occidental, de los blancos, de lo que ellos creen que debe ser la vida. Eisejuaz entrega las manos y se rinde ante este poder tan grande, que le ha hablado en la selva desde que era un niño.
Lo que sigue es poesía pura, es una voz que trasciende la literatura y se hace escuchar, a pesar de que haya sido una mujer, -blanca, rica y argentina-, la que la oyó y la transmitió en esta novela, re-editada por Dum Dum Editora, y disponible por primera vez para el público boliviano.
“Vengan, prendan sus fuegos aquí, cuelguen sus hamacas, hagan sus casas aquí, en el corazón de Eisejuaz”.
Sara Gallardo viajó a Salta en los años sesenta, buscando inspiración y, tal vez, alejándose de Buenos Aires. Encontró allí a un personaje real, un hombre boliviano, de origen mataco, que se había adentrado al norte argentino huyendo de la guerra entre tribus que asolaba el Chaco Boliviano y, también, del hambre, el despojo y la miseria. Este hombre se llamaba Lisandro Vega.
Antes de re-editar la novela, Liliana Colanzi se acerca a la vida de Vega con curiosidad, viaja hasta Salta y habla con sus hijos. Lo hace con respeto, queriendo saber más sobre este hombre, distinguiendo, de alguna manera, la vida real del relato imaginado. Y confirma sus sospechas: en la novela está Lisandro Vega, pero también, está Sara Gallardo, que se las arregla para transformar la vida de Lisandro en algo más: en un nuevo idioma, que se despoja de lo costumbrista y se adentra en los reveses de una lengua semi-inventada, híbrida y única, que se aprende fácil y que nos deja abiertos ante el asombro.
Al leerla, escuchamos al monte, de una manera que recuerda al Urzagasti de “De la Ventana al Parque” pero que no es exactamente igual. Eisejuaz escucha al monte como quien se abre al Universo, y si una lagartija, un árbol, o su propio corazón le hablan, él escucha. Cuando le imponen una misión, él obedece. Periféricamente, algunos retazos de la narración nos ubican en un tiempo occidental, en un espacio, donde los indígenas ya no tienen cabida y se van diluyendo entre la prostitución, el hambre y la miseria de haber perdido casi todo, especialmente su fe, su sabiduría antigua; pero todo esto queda en los bordes y no se acerca a lo esencial de relato.
De ninguna manera se trata de una idealización: Eisejuaz se cansa de ser bueno, toma lo que necesita o lo que le apetece, las mujeres se acuestan con él a escondidas de sus padres, de sus maridos. Hay gente mala y envidiosa, que quiere hacer daño, hay muertes súbitas e inexplicables, hay interacciones, trueques e intercambios entre ellos y los blancos, hay un mundo fuera de toda lógica que nos arrastra consigo. La maravilla de esta novela radica en esa interpelación que nos hace, que nos obliga a escuchar a lo que no tiene voz.
Hay muchos personajes perdidos, que quieren saber qué es lo que sucede, porqué pasa lo que pasa. Eisejuaz, a veces, sabe, y puede vislumbrar cachitos de futuro. Pero hay cosas que él ignora, y hay momentos en los que la voz de dios se pierde, se aleja, dejándolo vacío.
Esta habilidad de transmitirnos su angustia, este vacío que se hace nuestro, este lenguaje nuevo, todo esto es Eisejuaz, una novela que fue considerada un clásico argentino por Ricardo Piglia, y que ahora trasciende sus fronteras, nos busca y nos interpela. Escuchemos su llamado.
Fuente: Ecdótica