En el Cuzco el Rey
Por: Juan Pablo Piñeiro
Tengo una teoría sobre la falsedad en los Andes y es la siguiente: en el castellano hechizado que hablamos, donde los hechiceros no son otros que el aymara y el quechua, el prefijo falso describe las características particulares de la “copia” y no así su ilegítima originalidad. En otras palabras la falsificación no es una reproducción sino más bien una mutación, que adquiere identidad propia. Para poner un delicioso ejemplo, simplemente recuerde el sabor de un Falsoconejo bien servido: es tan suculento como un guiso del mentado roedor, aunque todos sabemos que para cocinar un falsoconejo verdadero se debe utilizar exclusivamente carne de res. Si nos remontamos a las campañas electorales del 2005, recordaremos aquella iluminada maniobra de la oposición de manifestar el temor que la llegada de Evo Morales al poder causaba a los trabajadores textiles, nada más y nada menos que a partir del testimonio de un falsotextilero. Actualmente está claro que mucha gente no podría decir a ciencia cierta como es un textilero, pero casi nadie es incapaz de identificar a un falsotextilero. Unos meses más tarde, el flamante presidente de Bolivia recibió las efusivas felicitaciones de su par español, aunque después se supo que se trataba de una broma de un locutor de la “madre patria”, conocido en nuestro medio como el Falsozapatero. Cuando se corrigieron los entuertos y el mandatario ibérico finalmente pudo conocer a nuestro dignatario fue interrogado acerca de su identidad: “¿Usted no es el falsozapatero, no ve?”, preguntó Evo y con seguridad Rodríguez Zapatero no entendió nada. ¡Cómo iba a hacerlo, si nos comunicamos en lenguas tan distintas!
Está teoría viene a cuento a propósito del libro En el Cuzco el Rey del escritor chileno Bartolomé Leal, cuya trama gira precisamente en torno al robo y falsificación de obras de arte sacro colonial en el Cuzco y sus alrededores. Una novela de género negro sencilla y muy entretenida, donde el lector acompaña en sus aventuras al limeño José Leal Cocharcas, que en este caso cumple la función de detective, o quién sabe, la de un falsodetective. Falso porque fue un niño abandonado, criado por transportistas limeños en la Terminal de esa ciudad, (lo que explica su capacidad de frecuentar sin ningún reparo los recintos de bajo astral donde los delincuentes anidan); y a la vez es un hombre que posee una antipática erudición burguesa sobre arte sacro colonial andino, lo que lo califica para la misión de investigar el robo de algunas pinturas pertenecientes al patrimonio franciscano. Es decir que para resolver este misterio es mucho más adecuado un falsodetective que un detective. Gracias a esta esencia esquizofrénica del personaje, podemos acompañarlo al prostíbulo y regresar a dormir a la casa de los curas, durante la misma noche. Muchos me dirán que después de conocer a ciertos sacerdotes el recorrido no es tan esquizofrénico, pero ese es otro tema.
José Leal Cocharcas es convocado al Cuzco por su amigo franciscano, el padre Domenico Giglio, quién ha sido delegado para investigar la desaparición de cuatro pinturas importantes de la parroquia de Andayhuillas, la “Capilla Sixtina del Ande”. Con la ayuda de sus conocidos entre ellos el falsomartinchambi (un fotógrafo llamado Martín Puccho), logra dar con la pista de una siniestra banda de ladrones y falsificadores de arte, y sin mucho misterio que resolver, la aventura encuentra su desenlace en el desarrollo previsible de los acontecimientos, todo coloreado por el peculiar contexto que brinda el mundo andino y su enigmática historia
El tema del arte sacro colonial andino, da mucho en qué pensar. En el fondo cualquier obra que corresponde a este conjunto es una mutación de los sentidos originales, una falsificación al mero estilo de los Andes (así como la Virgen es una Falsapachamama que solamente encuentra su equivalente en la figura de la Pachamama, es decir la Virgenfalsa). Podríamos decir, entonces, que esta es una historia acerca de la falsificación de la expresión artística más falsa del continente: el arte colonial andino. En este sentido me parece significativo el trabajo de Justo Coca uno de los “copistas” interrogado por el detective José Leal Cocharcas el momento en que está trabajando en una versión del Cristo de los Temblores: “El difícil cuadro le estaba quedando de buena factura; al menos el patetismo lúgubre y sangriento de la composición le había salido convincente. El maestro, me fijé, tenía a la vista tres fotografías de la misma obra, en versiones diferentes y estaba haciendo una suerte de síntesis con los elementos que mejor le convenían a sus posibilidades. Era una manera interesante de trabajar. No tenía nada que ver con el afán de copiar para engañar. Al menos a juzgar por lo que estaba viendo”. ¿Se podría decir que el maestro Justo Coca es un Falsofalsificador? Yo creo que sí. Como falso es el leve temblor que padece Cuzco en un momento de la novela, cuando en verdad el movimiento telúrico es causado por Inkarri quién junta las desmembradas partes de su cuerpo antes de finalmente despertar, tal como lo anuncian los pájaros del mito narrado por José María Arguedas, que da título a esta obra: “En el Cuzco el Rey”. No quisiera ahondar en más detalles pues sabemos que comentar una novela policial es muy delicado: hay el riesgo de echar a perder las sorpresas que están destinadas para el lector. En cuanto a mi teoría todavía estoy pensando si conviene más demostrar su certeza o en todo caso su falsedad.
Fuente: ecdotica-6413e4.ingress-bonde.easywp.com