12/02/2016 por Marcelo Paz Soldan
La historia como divertimento en El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo

La historia como divertimento en El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo

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La historia como divertimento en El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo
Por: Melita del Carpio Soriano

(Texto leído en la presentación del libro “El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo de Raúl” Rivero Adriazola, realizado el martes 29 de noviembre, en el Hotel Cochabamba.)
Seguramente muchos de los lectores ya han leído la novela de Raúl Rivero Adriázola El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo, pues se trata de su segunda obra cuya primera edición se entregó el 2010. Seis años después, Nuevo Milenio nos permite leer la novela en una edición que se constituye en una verdadera joya editorial por su belleza y calidad.
Un libro es, como decía Gaby Vallejo cuando era mi docente en San Simón, un objeto y un comunicador. Como objeto necesita seducir tanto, como por el contenido del texto. Un libro bello nos atrapa por los sentidos: placer al tacto del papel fino, el diseño de la tapa, las solapas, la contratapa, la diagramación, la ilustración…y ese delicioso olor que emana del libro que no ha sido barateado por la piratería, ese placer visual que surge de sus detalles tipográficos y del detalle de su acabado.
Sus condiciones editoriales nos permiten que el comunicador pueda llegar a nosotros con mayor impacto. Todo eso he sentido estos días mientras leía El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo. El formato del libro, el tamaño de letra, la disposición del texto en el espacio, algunos detalles tipográficos y especialmente las sugerentes 140 ilustraciones a tinta hechas por el talentoso pintor Joel Gallardo, van con el contenido, la temática y la ubicación temporal y espacial del libro. Al leerlo, nos sumergimos en el mundo de Dumas y en toda esa literatura que hizo suspirar a los nuestros abuelos. Así habrán sido las hermosas ediciones que se perdieron en las bibliotecas destruidas durante la Reforma Agraria en las haciendas del valle y del altiplano.
Para mí, la historia empieza cuando cierto escritor cochabambino obsesionado por la memoria y los papeles antiguos, al final de la primera década del siglo XXI en una ciudad mediterránea de Sudamérica llamada Cochabamba, encuentra un extraño “archivador de cartón cubierto de amarillentos folios ” en la vieja casona de sus abuelos que se hallaba a punto de ser vendida. Los papeles le recuerdan sus raíces galas. En letras francesas, decía algo como “Papeles de la familia d`D…” Extrañamente, los papeles no han tomado el color sepia del tiempo como si algún conjuro los mantuviese intactos a pesar de los siglos transcurridos.
Nuestro escritor, ágil caminante de la Avenida Oquendo, se entusiasma en conocer su contenido y fascinado por los curiosos papeles, devela su significado, ayudado por su anciano tío, quien le traduce el tenor de los textos como lo hizo el mercader a Julio César. Esos papeles fueron los que le dieron a Raúl Rivero Adriázola el material primario para escribir una novela llamada El Conjuro Juliano y la Falsificación de Leonardo.
Otras fuentes indican que también tuvo que ver en la concepción de esta historia, una reunión de amigos en la que se discutió sobre cierto bestseller de espurio contenido llamado “El Código da Vinci” al que Rivero Adriázola calificó de “cualquier cosa”. Rivero como sus personajes se convierte así, en parte de una historia increíble de 256 páginas, breve para su fluidez literaria, pues él suele preferir cuatrocientas páginas para arriba.
La realidad es tan mágica como los mundos que los escritores imaginan y creo firmemente que Raúl es parte de su divertimento histórico aunque como narrador toma un modesto segundo plano hasta convencernos que no es él quien mueve a los personajes, sino otros narradores, cuyas vidas también han sido digitadas por fuerzas secretas.
De hecho, cuentan la historia al menos dos narradores, que por momentos conversan y discuten: un actor (M. Baron) y un religioso (Junot). Cada uno de ellos, desentraña una serie de elementos que configuran la novela sobre un famoso pergamino que contiene un conjuro celta que le fue entregado a Julio César 55 años antes de Cristo durante la conquista de Britannia. Así, el relato se va hilvanando con los hechos de la historia de Europa en la cual, el narrador oculto, Raúl Rivero, aporta una erudición extraordinaria.
La historia no es lineal, da saltos en el tiempo y vueltas hacia hechos narrativos que dejaron cabos sueltos y que son retomados en cierres interesantes. Un mismo episodio contado por otro personaje contribuye en clarificar los hechos, tal cual nos pasa en la comunicación de la vida diaria.
Por momentos, sobre todo cuando Junot cuenta, creemos que estamos sumergidos en un libro muy serio de historia universal que relata esa convulsionada historia a chorros, en cascada, en un torrente de datos, fechas, nombres y personajes que nos arrastran velozmente por 1700 años aproximadamente, de reinados, complejas genealogías, intrigas cortesanas, crímenes, guerras por conflictos políticos y odios religiosos. En medio, el rol de la Iglesia en ese devenir histórico y todo lo que representó como un tremendo poder terrenal, político y militar.
Cuando Baron relata la historia se torna menos erudita y referencial, más vivencial y anecdótica. De ese modo, nos sumergimos en el mundo del teatro del Siglo de las Luces y encontramos historias insólitas, entre otras, la interesante historia de Moliere y de sus obras, su carácter y las circunstancias de su muerte que resulta ser un asesinato.
Otras historias se entrelazan en un tejido interesante como el relato sobre del origen del catarismo, la narración sobre el fanático Sanovarola y la más novedosa: la semblanza y vida de Leonardo da Vinci, verdaderamente deliciosa y desconocida.
Sin embargo, aparecen mezclados con dichos personajes de la historia, otros de novelas famosas como Aramis de “Los tres mosqueteros” y leyendas como la de “El hombre de la máscara de hierro” así como un sinfín de anécdotas divertidísimas que nos permiten encontrar al autor con su sonrisa irónica y su capacidad de gran comunicador de novedades insólitas. Entonces entendemos por qué Raúl llama a su obra “novela” y por qué “divertimento”. El autor nos hace sonreír divertidos frente a la historia universal.
El conjuro era una especie de texto mágico, tal vez una fórmula secreta, que de conocerla y poseerla le daba a un líder el poder absoluto sobre los territorios y pueblos que él deseaba dominar. De este modo, podría convertirlo en “el amo de Europa”.
El conjuro juliano, se llama así en a alusión a Julio César justamente, la novela es desarrollada por los itinerarios misteriosos de este conjuro a través de los siglos en los que va pasando de mano en mano, de generación en generación, en circunstancias en que todos los poderosos, reyes, líderes, guerreros y papas lo buscan. Es así que el pergamino que lo contiene, termina conectándose con hechos fundamentales de la historia europea.
En el fondo, esta búsqueda es una metáfora del poder, el delirio del poderoso que busca perpetuarse y asegurar el poder absoluto si posible con un talismán fundado en lo sobrenatural. Tienen que ver también con eso que buscan los partidos y los pueblos: el hombre, el líder; la figura aglutinadora; el salvador con carisma suficiente para entregarle toda la potestad; con la fascinación que causa el triunfo. La ironía es que el conjuro le da, por ejemplo a Julio César, la fe necesaria para el triunfo de construir todo un imperio y a la vez la vulnerabilidad para perderlo todo. Justamente las dos caras del poder.
Finalmente, es interesante el destino del pergamino y las razones por las que los personajes le dan lugar de retiro, reposo y olvido, lejos de los poderosos de todos los tiempos.
Un libro para reír a costa de la historia y para aprender, sonriendo, las lecciones del poder.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio