El revés del cuento
Por Isabel Mesa (Fragmento)
Maya dormía bajo la mirada vigilante de cuatro ojitos diminutos que la observaban curiosos. Las frazadas que se iban cayendo poco a poco, a medida que Maya daba vueltas sobre la cama, dejaban ver a una niña flaca, larguirucha, pálida y con el cabello largo, negro y muy ondulado.
Cuando Maya abrió los ojos lo primero que vio fue la silueta de dos pequeñas figuras, sentadas sobre el borde de su mesa de noche, balanceando los pies rítmicamente. Pensó que todavía seguía soñando, así que restregó sus ojos y palpando la superficie del velador buscó sus lentes y se los puso. Incrédula del todo, se incorporó de un salto sobre la cama y acercó tanto su rostro hacia aquellas personitas que su nariz casi rozaba sus cuerpos.
— ¿Quiénes se supone que son ustedes? –preguntó sin salir del asombro.
— Yo soy una princesa —respondió la figura femenina con mucha seguridad—. ¿No ves acaso mi vestido, mis zapatillas y mi corona?
— Entonces… —dudó su compañero—… yo debo ser un príncipe. ¿No ves mi capa, mi espada y mi… mi… ? Oye, princesa –susurró el joven dirigiéndose a la otra figura–, ¿y yo no tengo corona?—
¡Y qué se yo! —respondió la princesa torpemente—. ¡Ya te dije que no me acuerdo de nada! Además, yo a ti no te conozco (…).