El viento de la cordillera de Alison Spedding: la bisagra
Por: Virginia Ayllón
Segunda novela de la trilogía de la saga de Saturnina Mamani, El viento de la cordillera es, además, la novela de enganche entre Manuel y Fortunato y Saturnina from time to time; es decir el thriller relaciona la picarseca con la distopía o ciberpunk y, finalmente enlaza desde los años 80 otros dos tiempos: la Colonia y el futuro.
Estos acoplamientos históricos y literarios hacen de El viento de la cordillera, no tan solo una bisagra sino y sobre todo una pregunta. Por ejemplo, ¿por qué los 80 y no el 52? ¿Tal vez por eso se puede leer Catre de fierro como parte de esta saga?
Es decir el misterio de este thriller se instala desde antes de iniciarse la historia. Conjeturamos que la elección de los 80 tiene que ver con la identidad de la Satuka cocalera. Así, la trilogía es también una historia de la coca y los cocaleros. Recordemos que el Comando Evo Morales, no tan aguerrido como el Felipe Quispe, es una de las fuerzas rebeldes de la Ex Bolivia. Además, la Satuka pijchea en los por lo menos cinco siglos que cubre esta historia.
Ahora bien, así como el anuncio de la picaresca en el título de Manuel y Fortunato anticipaba una forma a probarse en el texto, en El viento de la cordillera el anuncio de la forma es más atrevido; la autora nos indica que leeremos un thriller.
Si bien es difícil definir el thriller como género narrativo, ya que toda definición “resbala” hacia el suspenso o el policial negro, como lectores podemos convenir que un texto que se quiera thriller tendrá al menos un misterio, protagonistas y antagonistas, y especialmente un ritmo acelerado, excitado. La intensidad podría resumir todos estos atributos.
En esta novela Spedding acude al diálogo como forma primordial de armar la narración por lo que podemos decir que la acción signa la novela. El peso de la acción, sin embargo, no elimina la introspección, permitiendo así que los personajes se dibujen con claridad. La centralidad de la acción, creo, es la marca de la velocidad constante de esta novela. Por su parte, el misterio es plural, si por un lado la desaparición de Indalecio es el enigma más notorio, no dejan de serlo la incógnita sobre el discurrir de la vida de Segundino o los intrincados vericuetos de la producción de cocaína. Se trata pues de un thriller y no de una novela de narcotráfico, como algunos estudios la han ubicado.
Narcorealismo, narcotremedismo y otros epítetos se han pergeñado para calificar el conjunto de novelas, escritas desde los 80, particularmente en México y Colombia y que incluye desde La virgen de los sicarios, de Fernando Vallejo hasta La reina del sur, de Arturo Pérez-Reverte. Seguramente este conjunto tiene sus variantes pero lo que nos ha llegado es una novela temáticamente centrada en tres aspectos: la pobreza como origen del fenómeno, la violencia del narcotráfico y, finalmente sus enredos orgánicos con el poder.
En El viento de la cordillera también están al menos dos de esos elementos: la hiperinflación y las políticas neoliberales de los 80 como contexto de la “pobreza” y la juntucha del ejército, la Policía y la justicia con el narcotráfico. Pero la violencia narco, ese terror en el que se detiene la típica novela narco no es una veta en la novela de Spedding.
Claro que es notorio que la narradora escapó conscientemente de este discurso así como del otro sucedáneo, el de “las víctimas del narcotráfico” porque eso habría instalado la denuncia política y social con un tono victimista. Más aún, la “pobreza” de los protagonistas es relativa, en todo caso resaltan las estrategias para hacerle el quite a ese mal. Incluso la connivencia entre poder y narcotráfico no tiene la forma de acusación y más bien desnuda la debilidad de tales poderes. Una víbora challada puede más que toda la DEA.
No se trata pues de una novela de narcotráfico, ni siquiera de una variante local y esto es posible porque incluye dos dispositivos que también están en Manuel y Fortunato y en De cuando en cuando Saturnina: el humor en la forma, y el trastocamiento de los valores en el argumento.
Evidentemente, la dura o fina ironía es soporte de la “otra” forma de pensar y actuar de los personajes. Si hay que coimear, hay que hacerlo si eso permite salir de la cárcel, sin que ello signifique, necesariamente una falta moral. Los personajes conocen las reglas del juego planteado por el poder y su antagonismo no es moral, es de sobrevivencia porque hay cosas más importantes que hacer en la vida; burlar al poder no es un fin en sí mismo, se trata de sortear los obstáculos, solo eso.
De este modo, la patria, la economía, el neoliberalismo o la corrupta justicia les tienen sin cuidado a estos personajes, ninguno de estos temas les son de interés. Tal vez uno y solo uno: el mercado porque business are business y desde Manuel y Fortunato estos protagonistas saben en qué mundo vivimos. La fiesta, el rito, la memoria, que viven en otro espacio, en otro lugar, eso sí es de su interés. De ahí que el epílogo en que algunos de los antes pisadores de coca fungen de empleados públicos, tampoco es extraño porque, lo mismo, business are business.
La burla, la mentira, el engaño como forma de resistencia y el humor, por tanto, son el enganche que hace El viento de la cordillera con las otras dos novelas de la trilogía.
Finalmente, en esta novela, Saturnina (que no es la misma pero es igual) consolida sus características de hábil comerciante y hechicera, heredadas de su antecesora de la Colonia, peculiaridades que se dispararán, literalmente, en su versión de viajera interestelar. Hasta entonces, en el futuro.
Fuente: Letra Siete