Construir un mundo (o algunas imágenes de Las visiones)
Por: Aldo Medinaceli
(Texto leído en la presentación de Las visiones, en la ciudad de La Paz, 2016.)
Entre otras cosas la tarea de construir un mundo literario requiere de una meditada arquitectura, un hábitat reconocible y, quizás como piedra angular, de una fervorosa imagen. Una previsualización, podríamos decir. Este atisbo al nuevo escenario no siempre sucede en el plano racional solamente, sino que suele partir de intuiciones o, más claro, de visiones. Pero al mismo tiempo, el mundo a ser construido irá cobrando la forma de la sorpresa, en las decisiones que tome el constructor cotidianamente, cada vez que decida un ángulo o cuando dibuje una escena. Vale decir: en la lúdica práctica de la experimentación.
Iris, el mundo en donde suceden los cuentos de Las Visiones, ofrece al lector en dosis equilibradas ambas partes: la vista previa –aquella irrefrenable oniria– emergiendo en frases fulgurantes, empastando óleos en el lector. Y al mismo tiempo, un tanteo de aquel nuevo lugar, todavía inexplorado, que irá naciendo ante nuestros ojos con su propia lógica, historia y lenguaje.
Describir el mundo de Las Visiones con una sola imagen sería complicado, ya que este espacio literario podría funcionar como una matriz de metáforas visuales. Podría parecerse a una flor que se incendia, a un niño que camina por calles devastadas, a una suma de papeles escritos con códigos secretos. A tres mujeres que conversan acerca de la muerte. A un prohibido ritual religioso. Al delirio de un juglar, a las fatídicas aritméticas del inventor de la bomba nuclear. A los espasmos de un jugador de póker, al líquido que pareciera salir de los eclipses lunares. A un inmenso tejido con hilos metálicos, chips multicolores y briznas de hierba fresca.
El mundo que nace en estos cuentos genera en el lector un efecto más profundo que el mero uso del lenguaje. Se trata de una realidad que va emergiendo entre las fisuras mismas de su narración, en cada neologismo, en cada personaje híbrido, como la irrupción de una otra realidad.
Así sucede en aquellos objetos que solamente existen dentro de su marco, similares a los que usamos a diario –aunque no los mismos– o que tal vez todavía no existen.
Aquí citamos algunos de ellos:
los jipus,
los újiàn
los lenslets,
el koft,
el kütt,
los swits,
los joms,
los spikes
y el electrolápiz,
los que van tejiendo una realidad diferente a la nuestra, pero con íntimas correspondencias, porque en este libro los límites de la percepción de la mente son tan complejos como las fronteras entre grupos que pelean por tierras, recursos o credos.
El personaje principal de El Rey Mapache podría estar ahora mismo en la frontera del norte de México, o en alguna ruta cercada que aísla a cientos de refugiados en Europa.
Es un mundo donde cada imagen insinúa una realidad más allá de las palabras, un lugar que se debate entre lo natural y lo no natural, entre la guerra y la tregua. Y en donde sus habitantes viven profundos conflictos espirituales.
Este mundo aparece como si lo viéramos tras una persiana que vuela con el viento, o al otro lado de un mosquitero lleno de diminutas y coloridas plumas de aves, mientras dos seres –mitad orgánicos, mitad artificiales– se protegen desnudos de un posible ataque.
Sólo para ofrecer un rápido vistazo elegimos algunas de sus imágenes:
1. “Las lunas doradas, el amarillo incendiario de las hojas de los árboles. Un espectro de matices que hacían creer nuna perpetua explosión de otoño”.
2. “Un bosque de helechos gigantescos y árboles de ramas secas y prehistóricas por las que se deslizaban gusanos venenosos, y él se estremecía al ver pájaros enormes de alas acarbonadas listos para devorarlo”.
3. “Nel cielo revoloteaban, escandalosos, felices, los pájaros arcoíris”.
4. “De las paredes solo quedaban cimientos de ladrillos tiznados por el hollín, o quizás se trataba de cenizas, las marcas de un incendio”.
5. “Su cuarto estaba poblado por serpientes enroscadas cerca de las paredes, dibujos geométricos suspendidos en el aire, puntos de colores que flotaban sobre una mesita al lado de la cama, alfombras de piel en el suelo, un carrusel que no paraba de girar”.
Imágenes que también tienen una latente oscuridad y aroma a pesadilla, porque la búsqueda de sus personajes podría estar sacada de cualquiera de las múltiples espiritualidades que habitan la Tierra, en simetría con monjes taoístas, herejes tibetanos o sacerdotes sufíes. En Iris están en diferentes funciones –tanto místicas como militares– los: kreuks, los qaradjün, los laikus, los goyots o los shanz.
Este nuevo tejido de lenguaje permite detectar tanto bolivianismos como un spanglish de frontera, pero son más las palabras que parten de una memoria particular y una mitología privada, pienso ahora en la atmósfera del cuento El Frío.
Las Visiones es un libro que obsequia con solidez y maestría un mundo que invita y activa al lector para ingresar en su espacio para descifrar sus códigos.
Este mundo creado por Edmundo Paz Soldán posee también una profunda exploración de la tierra y sus elementos, raíces y habitantes intrauterinos, que no por evitar lugares comunes se hace menos real, la visión de raíces móviles, a veces regidas por Malacosa (una renovada variación del Tío de la Mina), o por un mundo que a momentos pareciera invertir sus órdenes y ponerse de cabeza, tal como lo describe esta breve pero hermosa imagen del relato Anja, acerca de un ave extinguida:
“Ponía mi oído al suelo, entre la maleza, y escuchaba cómo el pajarito se convertía en raíz y se disponía a estallar a la vida”.
Un mundo construido que nos habla de los desplazamientos humanos, en donde los viajeros atraviesan controles cada vez más tecnologizados, en donde los idiomas se mezclan creando otros nuevos lenguajes, y los levantamientos o impredecibles ataques violentos suceden cada vez más seguido. Un mundo que seguirá en construcción con la ayuda de los lectores pero que, sin duda alguna, ya existe, que ya está entre nosotros, en las páginas de este fantástico libro de cuentos.
Fuente: Editorial Nuevo Milenio