Edmundo Paz Soldán, fotografiado en Sevilla (España)
“Tanto cine de superhéroes nos ha hecho ver la ciencia-ficción sólo como escapismo”
Por: Braulio Ortiz
El autor se mueve entre el horror y la poesía en ‘Las visiones’ (Páginas de Espuma), un conjunto de cuentos perturbadores que tienen en el tema de la alucinación un hilo conductor.
-En el primer cuento, un juez que es asaltado por visiones deja de preguntarse por la causa de ellas, las acepta. En cierto modo, es usted el que muestra una convicción: hay otra realidad más allá de la lógica, y no pasa nada.
-Pues sí. De hecho, la primera frase de ese cuento, “Y un día, así sin más, las visiones aparecieron”, se me ocurrió un día sin tener aún un personaje. Sólo con esa frase sentí que tenía un libro, que debía girar en torno a todo tipo de alucinaciones, de pesadillas. Cuando fui construyendo el personaje justo estaba leyendo un libro de Oliver Sacks sobre alucinaciones, lo que me ayudó a que ese mundo fantástico formara parte de la realidad de ese juez. Sí, como dices, al ser el primer cuento puede verse como una declaración de principios, como una puerta de ingreso para el lector a ese universo singular que va a encontrarse.
-También podríamos ver en el relato Temblor-del-cielo, con esa niña que tiene su modo propio de expresar las cosas, su interés por el lenguaje como un recurso para crear mundos.
-El desafío en este libro era dar con un lenguaje que supusiera un cambio, pero que a la vez fuera comprensible. Había que encontrar un equilibrio. No quería caer en algo tan trillado como el spanglish, quería mezclar cosas. Los niños tienen una perspectiva mucho más lúdica del lenguaje, juegan mucho con él; al crecer vamos perdiendo esa poesía. La niña de ese cuento era también otra forma de ingreso en el lenguaje peculiar que tienen los habitantes de Iris, un español distorsionado pero que no solamente tiene neologismos sino también arcaísmos.
-Iris, el escenario que ya exploró en la novela que llevaba como título el nombre de ese lugar, es un territorio dominado, y en él abundan las confrontaciones, las rebeliones.
-El proyecto original, la idea que tenía hace cinco años, iba a formar parte de una trilogía que se cerraría tras Los vivos y los muertos y Norte e iba a ser una novela ambientada en Afganistán, pero el tema me saturó y acabé pasándome al registro de la ciencia-ficción. Esa obra fue Iris, y ahí nació este mundo. En ese libro me interesaba el tema de las nuevas guerras, de las nuevas formas de ocupación y del imperialismo en el siglo XXI. La diferencia con Iris es que ahí había una visión más del colonizador, de los soldados que llegan a la isla y la invaden. Aquí quería explorar la mirada de los dominados. Es una colonización contemporánea, pero hay ecos de muchos otros períodos. Yo quería, sin embargo, reflexionar sobre el presente. Para mí el género fantástico es un modo distorsionado de acercarse a la realidad de hoy, una aproximación que la literatura realista no puede hacer.
-En el relato Doctor An se habla de un arma química que provoca visiones aterradoras. Hoy esa amenaza que hace años podría considerarse un alarde de fantasía es más escalofriante, por posible.
-Lo que puedo decir, casi como una conclusión, es que para el cuento de El próximo movimiento me inspiré en todo lo que puede hacerse hoy con drones, y algo parecido ocurre en Doctor An. La descripción del arma química está sacada de un libro que habla de las armas químicas hoy. No me interesa la ciencia-ficción de naves y extraterrestres, sino la que permite hablar de nuestro tiempo.
-Ese enfoque podría conectar con otros maestros de la ciencia-ficción política. ¿Es una tradición que reivindica?
-Sí, sí. La obra de Orwell, Huxley, Philip K. Dick, Ballard… En los últimos años, tanto cine de superhéroes nos ha llevado a pensar que la ciencia-ficción es un género de escapismo, y no sólo. Hay una parte que lo es, y a mí me entretiene, pero el género no se agota ahí.
-Volviendo a sus referencias, toda producción literaria es en cierto modo un diálogo con lo que se ha escrito anteriormente, pero en su caso esta relectura parece más acusada. Algunos de sus cuentos son remakes de otros.
-Hay homenajes descarados en mi obra. En mi primer libro de cuentos, Las máscaras de la nada, ya había revisiones de textos de Nabokov, Onetti y de Borges. En eso siempre he pensado algo que decía T. S. Eliot: que un autor no tiene que dejarse influir por otros escritores, tiene que saquearlos [ríe]. Me interesa mucho el desafío de tomar un referente y ver qué puedes aportar. Con este libro hubo una búsqueda consciente de qué obras podría ambientar en Iris, en ese universo.
-Iris, la novela,se adentraba más en la ciencia-ficción. Aquí da la impresión de que hay más realismo. ¿Es así?
-Eso ocurre porque cuando hice la novela me metía en un mundo que estaba empezando a descubrir, y por ello describía la fauna, la flora en esa clave de ciencia-ficción. Cuando comencé con los cuentos, como el escenario ya era conocido, no sentí esa necesidad de construir un mundo. Podía verlo todo desde una mirada más cotidiana, más desde adentro. Lo que aparecía en Iris de una forma más exacerbada aquí se muestra más sosegado.
-La fe, la búsqueda de la espiritualidad, es otro de los asuntos que analiza el libro.
-En un mundo hostil la fe es una forma de resistencia, como lo son también las drogas; de hecho, hay drogas que se usan para alcanzar una trascendencia espiritual. Pensaba que era bien difícil enfrentarse a un entorno tan complicado sin ningún tipo de apoyo. Me interesaba trabajar cómo ese mundo de leyendas, ese componente espiritual, también invade la cabeza de los conquistadores. Los invasores desprecian a los de Iris, pero hay algo en ellos que les atrae, que les inquieta. ¿Cómo lidias con una amenaza que no controlas, con esos dioses que no son tuyos?
-De esa manera, el ejército dominante se vuelve vulnerable.
-En este libro me interesaba mucho meterme en la fragilidad de los personajes. Un cuento puede tener una trama muy sólida, un lenguaje muy trabajado, pero yo quiero que todo recurso que utilice sea para inquietar, para hacer sentir que los protagonistas están extraviados. Yo mismo lo estoy en cierto modo: no he terminado de entender algunos cuentos, pero hay imágenes que me persiguen, personajes que me atrapan. La literatura, al fin y al cabo, es otra forma de alucinación.
Fuente: Diario de Sevilla (España)