Exilios fértiles
Por: Ernesto Calabuig
Son tantos los libros de relatos que desfilan cada año ante los ojos del lector o del crítico en un tono medio, que recibir el impacto de la literatura grande y sin trampas acrecienta la celebración. Billie Ruth, del boliviano Edmundo Paz Soldán (1967) es un libro de los que llegan para quedarse, una colección de quince relatos sencillamente magistral.
En este gran vuelo ha invertido Paz Soldán catorce años de su vida. Entre tanto, iba creciendo su fama de sólido novelista. Billie Ruth no se queda en mera colección de textos breves, sino que consigue una unidad natural, no forzada o resuelta solo con oficio o maña de taller. Los temas, motivos conductores y elementos comunes a estas historias surgen de un modo “justo y necesario”, nacen del conocimiento del mundo, del dolor, de la pérdida y de una suerte de “extrañamiento” y distancia a los que Paz Soldán ha llegado tras veintitrés años de vida en los Estados Unidos, donde trabaja como profesor universitario. Bolivia y Estados Unidos son los dos pivotes que soportan el libro, pero no agotan las ambientaciones: de hecho, una de las joyas de esta obra lleva por título “Srebrenica” y nos sumerge, desde la voz de una joven norteamericana, doctoranda de antropología, en el horror de las fosas comunes y las identificaciones de musulmanes bosnios ajusticiados por los serbios. El erotismo femenino (la espontánea relación de la protagonista con una compañera, Debbie) parece insuflar vida, color y consuelo entre tanta constatación de horrores. Hay lugar para habilidosos homenajes a Cortázar y Bernhard, pero el núcleo duro del conjunto gira entre constantes sabiamente distribuidas, como la descripción precisa de matrimonios divorciados o separados y sus amargas consecuencias, percibidas desde la mirada del niño o de los propios progenitores (caso de “Ravenwood” y su desorientado padre). Algunas secuelas resultan tan terribles como en el explosivo inicial “El acantilado”, o en esa pequeña obra maestra de inesperado giro final que es “Díler”, donde el hijo, a su pesar, se erige en juez. A veces los padres y el mundo se revelan en su extrañeza ante un adolescente que crece (“Los otros”) o toman derroteros impensados (“El ladrón de Navidad”). Otro elemento que domina el libro es la brutalidad y la violencia extrema, en aprendizajes sin vuelta atrás. Es el caso del diabólico “Roby”, del ajuste de cuentas de “Volvo”, o del arrebato salvaje e inesperado de una vieja gloria del fútbol en “Como la vida misma”. El fútbol es sabroso ingrediente de varios textos. Curioso el papel que juega el humor en mitad de los horrores cotidianos: en el poderoso “Extraños en la noche”, en pleno robo de un domicilio acomodado, el autor nos hace reír con las ocurrencias de un marido que asiste aligerado, admirado, e incluso conforme, al expolio de sus propias y algo molestas propiedades. El sexo, el erotismo, afloran en las magistrales páginas de ese cuento entre los cuentos que es “Billie Ruth” (con su intensa historia de amor sureño-gótica en Alabama) y en el mencionado “Srebrenica”. También en las iniciaciones adolescentes del grupo escolar de “Volvo”. Historias corales de viejos héroes como “El Croata”, antiguo guardameta de la selección, ahora moribundo de cáncer, permiten retratar a personajes interesantes y trágicos como la uruguaya Pilar y su irreparable pérdida. El “Azurduy” final, viaje de un joven profesor al desfavorecido distrito minero de Oruro, deslumbra en su lograda atmósfera y en ese intenso y mágico crescendo que cierra la obra.
Fuente: revistamercurio.es/