Magela Baudoin: “Un buen cuento es una saeta veloz y precisa, envenenada de humanidad”
Entrevista a Magela Baudoin
Por: Andres Rodriguez
La Cueva, fundada en 1954, era el bar que Gabriel García Márquez y otros escritores de su generación frecuentaban. La escritora boliviano-venezolana Magela Baudoin recuerda que visitó este lugar en un acto de reverencia. Allí tocó el hielo de Melquíades, mientras leía en voz alta el primer párrafo de Cien años de soledad, y después se tomó una cerveza. Mientras se perdía entre los estantes de libros de ese lugar apareció la figura del periodista y literato Heriberto Fiorillo, quien, según recuerda la novelista, le lanzó un “sortilegio”: “Usted va a ganar ese premio y tiene que volver para acá a celebrar”. Y así fue. Días después, en el Teatro Colón de Bogotá, la autora sentía que se le iba a parar el corazón. Vio a sus padres quebrados y se puso a llorar sin poder contenerse cuando escuchó el dictamen que la anunciaba como la ganadora del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez por el libro La composición de la sal.
La escritora (1973), afincada en Santa Cruz, se impuso a los otros cuatro finalistas: la ecuatoriana Gabriela Alemán (La muerte silba blues), el peruano Carlos Arambulo (Un lugar como este), el chileno Mauricio Electorat (Alguien soñará con nosotros) y el mexicano Juan Villoro (El Apocalipsis (todo incluido)). El jurado, en el acta de deliberación, destacó su “gran talento”, además de su “intensidad y sutileza, y una singular destreza” como cuentista.
Baudoin, además de escritora, es periodista y profesora universitaria. Es fundadora y coordinadora del Programa de Escritura Creativa de la Universidad Privada de Santa Cruz. Es autora del libro de entrevistas Mujeres de Costado (Plural 2010) y su novela El sonido de la H ganó el Premio Nacional de Novela 2014.
Este año aspiraron al García Márquez un total de 136 escritores de 19 naciones, cuyos libros de cuentos fueron publicados en 2014. La escritora, que tiene una promesa pendiente de retornar a Barranquilla para celebrar su logro, conversó con la RAMONA sobre su obra ganadora, su preferencia por el cuento, sobre el periodismo y el auge que vive en su formato literario.
– Cada libro tiene su leitmotiv y su propia búsqueda. ¿Cuál fue la suya en La composición de la sal?
La sal es una sustancia aparentemente corriente sobre la palma de una mano, pero que se usaba para avivar las heridas de los esclavos, y al mismo tiempo para conservar los alimentos o para curar. Su composición química es una metáfora que atraviesa todo el libro: en todos los cuentos se juega este elemento mineral que puede hacer la diferencia entre la vida y la muerte. Mientras escribía me imaginaba que la composición de la sal era, tal vez, la de la vida y, sin duda, la de este libro.
– La composición de la sal titula uno de los cuentos que lo dedicó a sus padres. ¿Cuál fue el estado de ánimo con el que nació esta historia?
Este es un cuento que nace de la poesía, de una imagen: un anciano que no puede dejar de llorar; llora constantemente y al tiempo que se derrama, invoca la muerte o, quién sabe, su propio renacimiento. El personaje se desenvuelve entre el dolor y la risa y entre una aparente normalidad y lo que se mueve debajo de ella, a punto de colapsar. Esa atmósfera enrarecida, un poco melancólica, un poco tragicómica y épica es la que rodea a este cuento.
– El año pasado ganó el Premio Alfaguara por su novela El sonido de la H ¿En qué género se siente usted más cómoda al momento de escribir?
En las distancias cortas. Me gustan los géneros fulminantes, como el cuento o la poesía. De hecho mi novela bien podría ser un cuento largo. Me encanta lo que hay de bomba de tiempo, de laberinto, de brújula, de espejo, en un cuento. Un buen cuento es una saeta veloz y precisa, envenenada de humanidad.
– Muchas editoriales siguen colocando al cuento en segundo plano frente a la novela. Por su brevedad, se piensa que es sencillo. ¿Cree que es un género menospreciado?
Es verdad que algunos editores prefieren las novelas porque al parecer son más “vendedoras”. Sin embargo, creo que esa es una tendencia que va a cambiar. Tengo la impresión de que el cuento goza de muy buena salud en América Latina y de que los medios digitales y las redes sociales han sido y seguirán siendo un terreno fértil para su difusión. Entre otras cosas porque su concisión comulga con la forma en que se lee hoy y con la velocidad de la red. Hay experimentos literarios muy interesantes, en este sentido, como Traviesa o Escritores del mundo, que reúnen cuentistas de todo el continente, facilitando el contacto, el roce cultural y la provocación. Y eso es maravilloso y muy democrático. Supongo que el capitalismo nos hace creer que la grandilocuencia, que lo hiperbólico, que lo suntuoso es un sinónimo de éxito. No comulgo con esa idea. Siempre he tenido debilidad por lo simple, por lo pequeño; y, en la literatura, por los géneros fulminantes y precisos, como el cuento o la poesía. El cuento es un género para mí mucho más exigente que la novela porque tienes que movilizar grandes cantidades de energía en un breve espacio. Por lo tanto, el cuento está regido más por la precisión que por el instinto, que suele dominar en la novela. El cuento admite menos errores. El lector de novelas es más paciente y más benévolo que el de cuentos.
– Giovanna Rivero fue ganadora del Cosecha Ñ y Liliana Colanzi obtuvo el Aura Estrada. Rodrigo Hasbún y Maximiliano Barrientos, por mencionar algunos, continúan proyectándose internacionalmente ¿Qué se debería hacer para dar ese paso definitivo que catapulte nuestras letras en el panorama iberoamericano?
En Bolivia la literatura todavía es una asunto artesanal, en el que escritores y editores trabajan a pulmón, casi individualmente. Pero la literatura de un país es mucho más que eso. En ella convergen escritores, editores, bibliotecas, librerías, lectores, críticos, prensa cultural, escuelas, un Estado que invierta en cultura más allá de lo coyuntural, una empresa privada que vea el arte más allá de la responsabilidad social. Si analizamos esta ecuación, podemos ver cuánto nos falta. Espero que esta coyuntura particular, que esta racha de premios, no sea malgastada por el Estado y que se aproveche el interés y la curiosidad exterior para promover nuestra literatura dentro y fuera de Bolivia.
– Se define como una “amante de la lectura”, además de una lectora ávida desde pequeña. ¿Quiénes son sus autores favoritos y a quiénes considera como referentes para su estilo?
Hay escritores que uno lee y son absolutamente didácticos como Hemingway o Carver o Cortázar, por ejemplo, que te hacen creer que, con esfuerzo y mucha lectura, tal vez un día podrás ser escritor. Luego hay otros, como Faulkner o Virginia Woolf, que lees y hallas inalcanzables y que hacen que la literatura sea un enigma, un desafío, una constante e inquietante pregunta. Pienso que he bebido de ambos grupos con una sed enorme, pero también de la música, del cine, de la tele y radionovelas, de la poesía… En todo caso, algunos escritores están siempre en mi mesa de luz: Borges, triste, genial e infinito; Isak Dinesen, Silvina Ocampo, McCarthy, Marías… De la literatura boliviana me quedo con Giovanna Rivero, y no porque sea mi amiga -que lo es- sino porque su estética y su escritura son muy poderosas. También me gusta mucho Hasbún, Colanzi, Urrelo, Barrientos, Piñeiro, Urquiola, Antezana, Paz Soldán, Fernanda Siles, Gabriel Chávez, Nicomedes Suárez, Gustavo Cárdenas, Gary Daher, Matilde Casazola, Blanca Elena Paz, Emma Villazón, Paola Senseve. De nuestra tradición, Saenz, Cerruto, Céspedes, Tamayo, Freyre, Zamudio, Mundy. En fin, me quedo cortísima.
– ¿Cuál fue la primera obra de Gabriel García Márquez que leyó y cómo fue su primer acercamiento a su obra?
Cien años de soledad, y lo hice para darle la contra a mi abuela, que era una magnífica lectora, una lectora clásica que me heredó su amor por los libros, y a quien no le hacía ninguna gracia Gabriel García Márquez porque “primero tendría que lavarse la boca con jabón”, de tantas groserías que decía. De ahí leí todo lo que él escribió como una devota. García Márquez fue una gran iniciación y ahora lo guardo como un talismán al que vuelvo en busca de magia. Y también para recordar a mi abuela.
– García Márquez y Mario Vargas Llosa empezaron sus carreras como periodistas. ¿Cuál considera que es el aporte de este oficio a su carrera como escritora?
En países como los nuestros, a veces el periodismo es un atajo hacia la literatura. Y si bien se trata de dos lenguajes distintos que trabajan con materias diferentes (realidad y fantasía), en mi caso el periodismo me ha legado una gran economía del lenguaje, el hábito de escribir y de leer en cualquier circunstancia y bajo presión y la manía de buscar historias.
– La periodista Svetlana Alexiévich recibió el Premio Nobel de Literatura por una obra a mitad de camino entre la literatura y el periodismo. ¿Qué opina de la denominada victoria del reportaje literario?
Ante realidades desmesuradas, el triunfo de la crónica, del reportaje o de los géneros fronterizos (entre el periodismo y la literatura) es bastante natural. Cómo podrían los periodistas y los escritores dejar de asombrarse. Tendrían que estar muertos o dedicarse a otra cosa. A pesar de todo nuestro hedonismo, de que el consumo es una droga poderosísima, la realidad está ahí y siempre habrá alguien valiente dispuesto a narrarla. Por eso me gustan tanto los raperos, por ejemplo. Porque están contando un cotidiano que la mayor parte de la gente finge no ver.
– Usted afirma en otra entrevista que la gran literatura se la puede hallar en los pequeños detalles. Juan Villoro dijo, sobre la figura de “Gabo” periodista, que “la cotidianidad es el lugar más misterioso del mundo, si uno la sabe ver”. Poniendo estos dos puntos de vista frente a frente, ¿cómo es para usted escribir desde la literatura frente al periodismo?
Voy a decir una obviedad: periodismo y literatura son dos lenguajes completamente diferentes. A uno lo define la veracidad y al otro la fantasía. Uno para mí es un viaje exterior, olfativo; y el otro, uno introspectivo, sicológico. Sin embargo, convergen en un punto: la curiosidad. Solo que el escritor, en realidad cualquier artista, tiene una mirada estrábica del mundo, que trastoca e hiperboliza; un modo de ver dislocado, listo para hacer un descubrimiento en donde los demás solo obtienen cansancio y polvo de rutina. Pienso en los zuecos que pintó van Gogh, por ejemplo. Esos divinos detalles -como decía Nabokov- son los que hacen al arte y a la literatura.
Fuente: La Ramona