Urrelo cumple
Por: Martín Zelaya Sánchez
Como muchos de los buenos libros de cuentos este puede leerse tal vez no como una novela, pero sí como un todo (exceptuando, eso sí, un par de relatos) temático y estilístico. Un corpus coherente e integral de violencia, desesperación y deshumanización trascienden todo.
No sé por qué -y lo digo de entrada- vistos y analizados los relatos sueltos, uno por uno, se pueden encontrar algunas debilidades formales y de obra fina (solo una frase, por poner un ejemplo: “El rostro de Lu se congestionó, su cuello experimentó de pronto la aparición de un montón de venas surgiendo por todos lados”), pero el libro como tal, como un conjunto, funciona y muy bien, de la mano de dos enormes relatos: el que le da título, Todo el mundo cumple sus sueños menos yo y ¿Será este el momento para quemar a quien tanto temo? Pero también gracias a tres piezas muy bien resueltas: Pequeño manual para hallar la felicidad; Niños corriendo en el piso de arriba y, tal vez en menor medida, La inusual mudanza de la señora Moore. (Curiosamente, estos tres últimos, son los tres primeros cuentos del libro)
En estos nos detendremos, pero antes hay que agregar que es evidente que cuando mejor le va a Urrelo -que ha probado de sobra ser un extraordinario narrador de largo aliento y un dotado para trabajar la técnica, la multiplicidad de registros y voces, hasta el límite- es cuando se mantiene fiel a sí mismo en sus intereses: el oscuro mundo de la marginalidad y la violencia, las historias de atmósfera asfixiante: soledad y desasosiego, la certidumbre de la catástrofe: cuando construye personajes lúgubres, antihéroes, beautiful loosers.
Niños corriendo en el piso de arriba
Lo macabro se torna en patético. El autor-narrador y su triste historia-destino espantan y conmueven más que la trama misma. El tono está muy bien logrado:
“También les leo libros. Les leo fragmentos de los diarios de Pizarnik o los de Cheever, o los de Sandor Márai (y, a veces, los míos). A los dos les divierte tanto sufrimiento, tanta agonía inútil. Ambos se desternillan de risa con los padecimientos de esos autores (y de los míos también).
Es que nos gusta ver sufrir a la gente, dicen, eso nos encanta un montón”.
La inusual mudanza de la señora Moore
Cuento con notorias influencias -de las mejores- de la narrativa norteamericana: economía de palabras y recursos adyacentes a la trama, y los diálogos fluidos, breves y contundentes. El final predecible y lógico -a propósito, claro- ayuda, a la larga, a disfrutar más y mejor la buena factura.
“La señora Moore se sintió sorprendida y se llevó ambas manos a la boca, como si se tratase de un niño al momento de ser capturado en alguna travesura”.
Pequeño manual para hallar la felicidad
La fantasía de pelar cable, mandar el mundo a la mierda e irse de este por la puerta grande. ¿El taxista de Scorsese? ¿O Mr. Jones, la canción de Sui Géneris? El estilo elegido -párrafos largos apenas puntuados; un narrador no solo omnipotente sino responsable del decurso de los hechos- redondea a cabalidad este mini-guion, esta macabra hoja de ruta de la sociedad (ya ni siquiera tan) actual.
“No espere a que su esposa le diga algo. Solo salga, vaya al dormitorio matrimonial, diríjase al ropero, abra la puerta, busque la escopeta para cazar vizcachas, herencia de su abuelo y que por suerte hasta ahora se negó a vender, aludiendo siempre cuestiones sentimentales. Cárguela con tres cartuchos y retorne a la cocina…”.
Si en los tres anteriores textos, la impronta de Urrelo se deja sentir en el trágico sino de los personajes, en la ironía y desazón, en las dos piezas mayores se destila parte de lo mejor de este siempre solvente y original narrador.
¿Cuál es la impronta de Wilmer Urrelo? Varios rasgos pueden ayudar a describir su inconfundible sello: el obsesivo manejo del lenguaje: variación, interposición y experimentación con registros y planos narrativos (lo que extrañamente, como dijimos antes, no siempre sale incólume en algunos cuentos cortos); la naturaleza pesimista e hiperrealista de los argumentos y ambientaciones; la violencia descarnada e incurable no solo de las sociedades, sino de los individuos que elige retratar: desde el inquietante universo de Mundo negro, hasta la desgarradora degradación de la guerra (Hablar con los perros), pasando por el sórdido mundillo del crimen y la represión, en Fantasmas asesinos.
¿Será este el momento para quemar a quien tanto temo?
Piromanía, racismo, homosexualidad. Un huérfano, un fantasma, un viejo lisiado de guerra y de oscuro pasado. Manías, obsesiones, delirios. Violencia omnipresente. Un cuento tan terrible como impactante. Una ensalada perfecta para un argumento urreleano.
“Otra parte del diario de mi abuelo: Agosto, 5 y 6 de 1933. Batalla dura. Los días acá son cada vez menos esperanzadores. Perderemos la guerra, estoy seguro. Aunque eso a mí no me importa. Solo me importa lo que la mayoría de la gente allá en La Paz, allá en nuestras ciudades, llamaría vicio. El vicio que me carcome. Hasta ahora ninguno de los soldaditos afectados habló. ¿Por qué? ¿Por miedo? ¿Acaso porque les gusta? ¿Porque se dieron cuenta que soy superior a ellos? ¿Cuántos llevo? Miro mi cuchillo, veo el mango, y como otros harían con el número de enemigos muertos en su haber, yo grabo ahí, sobre la madera, el número de soldaditos que pasaron por mí…”.
Todo el mundo cumple sus sueños menos yo
“La historia del Jambao ya es, o pronto debería serlo, todo un clásico de la literatura boliviana”, comenta Christian Vera, sobre el protagonista de este relato. Tien razón.
Lo mejor de Periférica Blvd., -a la Urrelo, claro-, lo que seguramente Víctor Hugo Viscarra hubiese querido (aunque no podido) contar. La vida del voceador, del cumbiero, del desheredado y deshabitado, del cogotero… todo en uno y por separado. El Jambao, para no decir más y solo invitar a leer, debería resucitar y tener su propia novela, pensamos.
“Jambao echado en su cama, en su habitación. Miren mi nuevo roperito, antes de plástico y con roturas, ahora de madera, reluciente. Y ahí encima una radio enorme con dos parlantes gigantes, los cuales tienen en sus bordes y en la parte de las bocinas luces de todos los colores que destellan de forma intermitente. Y miren mis gambitas nuevas, muy coloridas, y suavitas cuando caminas, los pantalones flamantes y hasta tiene una polera Adidas y un reloj de pulsera. El muchachón tiene la vista clavada en el techo y de la radio sale, a todo volumen, la canción ‘Se parece más a ti’ de mi grupo, de mi grupazo, los Jambao…”.
Fuente: Letra Siete