Viaje a lomo de tigre: Una lectura hecha pensando en las fauces del tigre, pero acurrucada en su lomo
Por: Montserrat Fernández Murillo
T’sao-Wang es la divinidad china del hogar que vigila las acciones pero, sobre todo, las palabras de los miembros de la familia donde reside y las apunta en un registro. Una vez al año, esta divinidad sube al cielo y presenta su informe al Augusto de Jade (Padre Cielo) para que determine la cantidad de felicidad o desgracia que recibirá la familia el resto del año. En el hogar chino, T’sao-Wang es representado en una estatua de papel, que se acostumbra colocar en un altar de madera. Esta estatua es quemada, en una ceremonia anual, sobre una pira de ramas de abeto, mientras se revientan petardos. Dicha ceremonia simboliza el ascenso de T’sao-Wang al cielo. Además de reventar petardos, la familia debe colocar cerca de la boca del dios un trozo de algo dulce para que diga “palabras dulces” al Augusto de Jade, con el fin de que la familia reciba un gran lote de felicidad.
Moira Bailey, en su ensayo sobre el idioma chino, Viaje a lomo de tigre, parece pensar la literatura como su hogar. Pronuncia dulces palabras y no olvida entregar a T’sao-Wang un trozo de “dulce reflexión”, antes de que emprenda el camino al cielo. Las primeras palabras que pronuncia Moira meditan, sobre el ideograma que “más que un símbolo, es un destino”, ya que sostiene lo de atrás para enfrentar el ahora y visualizar el después. Los ideogramas encierran entornos, lógicas y disciplinas de lo chino. Entenderlos es entender que el chino es un lengua que sobrepasa la función de comunicar. Por ejemplo, dice Bailey, habrá que contemplar la naturaleza para entender la acción de escribir, el ideograma que se utiliza para este verbo es el mismo que denomina a la urraca, porque es un pájaro ordenado, que recoge y esconde objetos que brillan. Entonces nos damos cuenta de que el acto de escribir es más que visibilizar el ego, más que decir lo que me pasa y traspasa, es recolectar y guardar eso que aún brilla solo, en la tierra, sin mí. O el ideograma para sabiduría, que traza un corazón y una pequeña escoba de bambú, que significa limpiar/barrer el corazón, para alcanzar lo sabio. Entonces el corazón y la mente, que en nuestro pensamiento occidental se separan y contradicen, se funden en la lengua oriental para nombrar al sabio. Así, Moira Bailey presenta al tigre y parece extender la mano como para invitarnos a subir en él.
Aquel que se trepe en el tigre, como hice yo, tendrá que dudar de la comodidad de lo unívoco, porque primero estarán asombrados al saberse encaramados en la fiera y hasta incluso surgirá la idea de una selfie para evidenciar el momento aventurero en el facebook, pero pronto vislumbrarán las fauces y será “otra cosa”. Viajar a lomo de tigre es ser peregrino y carnada al mismo tiempo. La mismísima guía, Moira, advierte que traducir la lengua oriental (y todo lo que encierra) es como masticar la comida que otro va a digerir ; y no sabes muy bien si te confiesa que eres la carnada del tigre o que en este viaje solo vislumbras. Moira advierte que los ideogramas están unidos intrínsecamente a la posibilidad del sentido, que la letra china contiene conocimientos insospechados, y aún así te muestra, con el mismo gesto que te invitó a subirte al tigre, ritos intelectuales como la poesía china y su dulce convivencia con la naturaleza. Y en ese momento de conocimiento, parece lógico pensar en comenzar a desmembrarse para alimentar al tigre, porque entiendes que el tigre como representante de “la naturaleza es también un medio poético es sí mismo, un mecanismo para transportarse a otros estratos en los que se puede concebir la convivencia pacífica de diferentes niveles de vida y de conciencia”.
Entonces, claro, comprendes porqué la antigua poesía china fue escrita en seda o bambú, comprendes que Sun Zi te diga que “debes ser como el agua que no tiene forma definida, que se adecúa al recipiente que la contiene y que escoge siempre los lugares donde hay menos obstáculos”. Poco a poco te sabes acurrucado en el lomo de un pueblo que observa con profundidad su naturaleza, pero evita las ataduras y la posesión. Moira advierte que el pensamiento chino se caracteriza por su flexibilidad, que hace posible adaptarte al movimiento de la vida y captar lo múltiple, los cambios naturales que son inevitables. Ahí te das cuenta que agarrarte con uñas y dientes al lomo del tigre no es necesario y que poco a poco, un tanto entumecido por la tensión de asirte fuertemente, tu cuerpo se mueve con el cuerpo del tigre y ya no resbalas con su movimiento.
Para finalizar, el silencio se hace necesario como señal de felicidad de espíritu. Al igual que el tigre, queda entregarse al tiempo largo, indefinido e ilimitado, donde la convivencia armónica ha eliminado prioridades, queda dan solo seguir viajando…
Fuente: Ecdótica