Las Variaciones Colanzi
Por: María José Navia
Si tuviera que quedarme con un solo disco en la vida, serían Las Variaciones Goldberg de Bach interpretadas por Glenn Gould. Los que me conocen saben que mis gustos van por el camino (y derechito al barranco) del pop, pero si tuviera que salvar a un solo disco, iría a por Glenn. Y su interpretación maravillosa, y esos susurros que a veces apenas se escuchan.
Vacaciones Permanentes de Liliana Colanzi (de casualidad mis lecturas han estado de lo más asentadas en Bolivia últimamente: Colanzi, Hasbún, Paz Soldán…) funciona como unas perfectas variaciones musicales. (Por un segundo incluso llegué a confundir el título; de “Vacaciones Permanentes” a “Variaciones Permanentes”).
Siete cuentos, a ratos brutales, a ratos sutiles, que van mostrando los distintos ángulos (los secretos oscuros, los miedos, las inseguridades, las pequeñas esperanzas) de una familia, siempre con la atención puesta en un personaje – Analía – que parece refractar todas las dinámicas a su alrededor. El último cuento tiene como centro a Elina, personaje que aparece antes en otro cuento y así, los relatos van subiendo la intensidad de ciertos personajes, ciertos matices, variando poco o mucho cada vez.
La forma de escribir de Colanzi es precisa y preciosa. Nada sobra, nada falta; hay como una economía fulminante en sus historias. La justa dosis de diálogo, las reflexiones (tristes, dolorosas, tremendas) que van haciendo brillar a los distintos personajes.
Hay algo de Cristina Peri Rossi en estos cuentos, ecos de los relatos de La Rebelión de los Niños, de esa cotidianeidad que se acerca a lo perverso, de esos detalles que se magnifican hasta la monstruosidad y o que desestabilizan un precario orden, como en “Rezo por Vos” en el que una pareja que decide casarse de improviso ve su entusiasmo, su relación (su comunicación) interrumpida por un pequeño accidente en el camino; o en “El Fin de Semana estaré bien”, cuento brevísimo, en el que todo lo que no se dice va impregnando venenosamente un encuentro aparentemente banal de una pareja en un motel. Una narrativa de instantes, que se detiene en esos momentos de la vida de los personajes en que ya comienza a perfilarse la cuesta abajo. Así, por ejemplo, en “1997”, la protagonista comenta: “Los tiempos estaban cambiando velozmente, solo que entonces no nos dábamos cuenta y yo no entendía que el mundo de mis padres podía ser mi mundo, que sus pérdidas también serían las mías”; o en “Vacaciones Permanentes” (historia en la que una pareja de amigos decide pasarse una semana en un hotel, olvidándose de las clases y otras obligaciones; una semana que termina con una revelación del secreto de ella y sus repercusiones en la vida de él): “Claro, contestó, convencido de que ya nada iba a ser igual que antes pero confiando en que quizás, si lo ignoraban, el fin de todo podría esperar un tiempo más”.
Se trata también de las versiones (variaciones) que nos hacemos de otras personas, las versiones que queremos creer y se desarman. Así, reflexiona el personaje de “Banbury Road”: “… tiene miedo de escarbar, de enterarse de detalles que podrían hacer trizas la imagen de esa Analía, su Analía, la única que conoce y quiere conocer. Uno no debería ver llorar a nadie. Uno debería ser siempre la misma persona. Uno no debería pensar tanto”.
Yo agregaría: Uno debería leer a Colanzi.
Fuente: ticketdecambio.wordpress.com