09/12/2015 por Marcelo Paz Soldan
Bolivia, el páramo literario

Bolivia, el páramo literario

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Bolivia, el páramo literario
Por: Maximiliano Barrientos

Algunos años atrás, antes de publicar mi primer libro, bromeaba con una idea que entonces, creía yo, perfilaba las líneas del escritor en el que me quería convertir: un escritor que escribía desde y para el cosmopolitismo. La frase, casi un chiste, que repetía a menudo con quien sea que hablara del tema, era más o menos esta: una canción de Lou Reed habla más de mi experiencia vital que cualquier taquirari. Imagino que lo que quería decir con aquello era que la educación emocional que tuve pasaba por productos culturales foráneos, productos culturales que también formaron a un escritor argentino, chileno, norteamericano o español. Esto no significaba que no escribiera historiasambientadas en Santa Cruz, la ciudad donde nací y donde me convertí en adulto, sino que escribía sobre ese lugar desde las estrategias que me aportaban las formas de arte que no eran originarias de mi terruño, y por lo tanto la frase mostraba un rasgo común a algunos de los escritores de mi generación que desdeñábamos el regionalismo y el nacionalismo por considerarlos una limitación autoimpuesta. Luchar contra esta forma de encierro era la única vía para escribir en el siglo XXI sin caer en arcaísmos.
Con el paso del tiempo la radicalidad de esa frase fue mostrando sus puntos blandos. Escuché a conciencia la música de Gladys Moreno y de El Camba Sota y comprendí, tardíamente, que ellos exploraban una sensibilidad que no distaba de la de otros músicos que me rompieron la cabeza. La radicalidad de esa frase que a veces soltaba con los amigos, como al descuido, fue erosionándose, pero la cito ahora porque creo que reflejaba cómo algunos de nosotros nos posicionamos ante la tradición y ante el dilema de la identidad, y revelaba el lugar que ocupábamos como escritores de una tradición menor que durante décadas se ha mantenido invisible a los ojos de los lectores latinoamericanos y europeos. ¿Qué significa ser un escritor de una tradición menor? Significa tener la ventaja de escribir sin la sombra de monstruos como Borges o Saer, Onetti o García Márquez. Significa la posibilidad de escribir con una libertad y un desparpajo que un argentino o un colombiano carecen. Significa escribir sin la angustia de las influencias, sin armar una obra en contra o a favor de otros que inauguraron brechas. Alguno protestará: nosotros, los bolivianos, tenemos a Jaime Saenz. Lo que es muy cierto, pero el fuerte de Saenz no es la narrativa, es la poesía, y si bien es uno de los poetas fundamentales de la lengua en español en el siglo XX, es casi un secreto, una figura de culto que, a pesar de las traducciones al italiano, al inglés y al alemán, se lo conoce muy poco.
Nosotros, algunos de los narradores bolivianos nacidos a fines de los 70 y a principios de los 80, somos escritores huérfanos. Hicimos de esa orfandad, de esa ausencia de referentes locales, una paradoja. Esto significa, por un lado, lo que ya mencioné hace un momento: la posibilidad de escribir desde la ausencia de presiones en un territorio que se nos presenta más o menos virgen, pero por otro lado representa la tara de escribir desde la marginalidad, desde la ausencia de garantías de un mercado que no apuesta por sus autores, donde los mecanismos de promoción son escasos, por no decir nulos.
(…)
¿Cuándo los lectores bolivianos van a alcanzar la madurez? Esta es una pregunta que me excede, que no puedo responder, pero que siento que a los escritores de mi tanda les ha interpelado más hondamente que a los de otras generaciones. Soy consciente de que la única forma en que la literatura boliviana deje esa condición de ostracismo en la que se ha metido durante décadas no pasa únicamente porque los escritores empiecen a publicar en importantes editoriales españolas o latinoamericanas, o porque sean traducidos a diversas lenguas, o porque escriban en diarios claves de Santiago, Buenos Aires o Madrid, ni siquiera pasa porque sean invitados a la Feria del Libro de Guadalajara o al Filba. Pasa por la respuesta a esa pregunta: ¿cuándo los lectores bolivianos van a alcanzar la madurez? En Santa Cruz de la Sierra no hay una comunidad lectora. Ya casi no hay librerías, y las que sí funcionan, lo hacen con libros viejos, de hace décadas, o con algunas novelas de saldo que los libreros consiguen en esporádicos viajes a Buenos Aires. El único suplemento cultural que hay ya no sale todos los sábados, lo hace cada mes. Nunca hay crítica de libros publicados. No pagan a colaboradores para que escriban reseñas. Como verán, mi ciudad es un páramo cultural. Y esa situación tan lamentable, en mayor o menor grado, se repite en toda Bolivia.
Para concluir, quiero establecer un diálogo entre estas reflexiones planteadas por Coetzee en Elisabeth Costello y un ensayo que ha sido clave para Latinoamérica. Un ensayo de Borges escrito en 1932 cuya vigencia se mantiene intacta hasta nuestros días. Me refiero a “El escritor argentino y su tradición”, en el que el autor de “El Aleph” defiende una literatura argentina que para constituirse como tal no pase por los colores del localismo, sino que beba de fuentes que no se encuentran en el folclore del país. Esa postura crítica ante cierto costado propagandístico del localismo, me parece a mí, ha sido la principal búsqueda de una parte de los escritores de mi generación. “Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y creo también que tenemos derecho a esta tradición”, escribió Borges. “Creo que los argentinos, los sudamericanos en general, podemos manejar todos los temas europeos, manejarlos sin supersticiones, con una irreverencia que puede tener, y ya tiene, consecuencias afortunadas”.
Si de algo estoy convencido, es que muchos de los jóvenes escritores se han dado cuenta de que no podrán escribir sobre Bolivia si no beben de esa gran tradición occidental que menciona Borges, si no se sumergen en ella con irreverencia, sin atisbo de solemnidad y sin complejo de inferioridad, para utilizar lo que les sirva y para descartar lo que no. También se han dado cuenta de que sin esa madurez lectora que exigía Coetzee, todas las obras que se hagan, más allá del riesgo y de la solvencia que contengan, serán esfuerzos aislados, individuales. A la hora de hablar de la buena salud de la literatura boliviana, se requiere analizar factores que no se limiten exclusivamente a la calidad de sus libros.
Fuente: ivanthays.com.pe/