El libro, aún con tropiezos, da pasos adelante
Por: Wilmer Urrelo
Esta es la época del año en la cual con más gente me encuentro, en la cual más gente abrazo o bien aquella en la que más estrecho manos. Es la época, también, en la que hablo más en público y en la que aparezco más amable y sociable de lo que soy en realidad. En cambio no es la época cuando más libros compro. Es la época en la que debes autografiar libros y por lo tanto en la que, como diría Benito Pérez Galdós en Misericordia, no tienes más remedio que recurrir a “un penoso espurgo en los obscuros cartapacios de tu memoria”, para recordar el nombre de la persona que conoces de algún lado, pues justo se te fue en ese momento. O —mientras él paga las consumiciones de la cafetería— debes llamar a alguna amistad y preguntar: “che, ¿cómo se llama ese al que le decíamos el Bastardo?”.
Es la época de la feria de las vanidades —como dijo un amigo— y el que escribe se escurre a un costado de la foto para no ser muy evidente, aunque el que esté libre de vanidades que tire su fotografía con alguien realmente famoso.
Y también, sin duda, es el momento en que las ideas se repiten o a lo mejor ya se agotaron. Tiempo en que las famosas mesas de discusión parecen ser las mismas del año pasado. Lugar donde se hacen las mismas preguntas, donde salen las mismas respuestas y donde, seguro, se llegará a las mismas conclusiones. Este año, sin embargo, y para no pecar de mentiroso, mejoró en algo, sobre todo por la presencia de los “migrantes”.
Es la época de las quejas; unas con razón, otras sin ella. Que por qué los libros cuestan tanto. O bien: por qué había en el segundo nivel una chica —perteneciente sin duda a la dictadura naturalista— ofreciendo juguitos de algo a voz en cuello y diciendo: “es buenísimo para la próstata”. Lo raro es que las modelos de algunos stands corrieron a recibir su poquitito de salvación prostática.
También: que nunca encuentras algo que valga la pena. Eso es verdad en cierta medida, pues al fin pude hallar Pronuncio tu nombre hueco, de Cristina Zabala —me hablaron muy bien de la novela, a ver qué pasa—. Es la época donde todo el mundo anda de acá para allá viendo libros, la época en que los chiquillos y chiquillas de colegio van a la feria en tropel y lo que menos les interesa son los libros: mejor es correr y hacer renegar a los encargados de la feria. Estos últimos son unos jóvenes contemporáneos (por llamarlos de alguna manera) y pareciera que el puesto que ostentan está más bien destinado a un museo del municipio paceño: “no toquen, no hagan, no rían”. Qué bonita manera de “acercar” los libros al futuro de esta aldea. ¿No era mejor que los libros —tienen vida propia, les juro— los busquen a ellos y dejarlos en paz con sus profes para que éstos los domestiquen? Además, para eso les pagan. El que quiere leer lo hará tarde o temprano. Es como las drogas. O el amor. O la gastritis: te tocará alguna de ellas así te hagas el quite.
Y ya que hablamos del futuro: es la época, horrorosa, en que a alguien con espíritu administrativo (o agrónomo, eso no lo sé), se le ocurrió escribir unos cartelitos, imprimirlos y pegarlos en las puertas de los ascensores: “Prohibido el uso de estos ascensores a los estudiantes”. Entonces ahí me tienen, respetable público, subiendo bastón en mano las frías gradas del campo ferial, y cuando alguien me preguntó por qué lo hacía si seguro dejé de ser estudiante hace años, le respondí orgulloso: “es que soy estudiante de ciencias ocultas”. Es la época, de igual manera, donde más nervioso me pongo ante los halagos y no sé qué decir, y donde me quiero meter bajo las piedras —o mejor, y en estricto orden constructivo del campo ferial: bajo la delgada alfombra y luego el cemento— cuando me invitan a una farra, sabiendo que el suscrito es un aburrido y que solo toma notas para sus novelas.
La época, de igual manera, en que llevo a mis sobrinas a comprar libros y donde ninguna de ellas me hace caso, y es la época donde adquirimos algunas cosillas. A saber: las historias del Chavo del Ocho, un libro de Mariana Ruiz, los Beatles en fotografías o la que les debo porque me olvidé (sinceramente) por esperar al buen Carlos Yushimito para irnos a un almuerzo: Las aventuras del Capitán Calzoncillos. Es la época, para finalizar, que esperas que pase con rapidez para darle una calurosa bienvenida al hermoso anonimato: “ah, ¿usted escribe novelas?, ¿y con qué se come eso?”.
Cada escritor, con su barra brava
‘Repatriar’ a los migrantes y traer estrellas internacionales, lo más atinado de este año
Por: Claudia Daza
El hombre se quebró en la lectura, y con él caímos, aquellos que lo vimos de un lado a otro durante años, escribiendo y vendiendo libros. Y es que Manuel Vargas, escritor reconocido por su trayectoria en la XX edición de la FIL, testimoniaba cómo comenzó su aventura por las letras. Mientras su relato transcurría, yo me preguntaba: ¿quiénes de los asistentes eran escritores, sus lectores o vendedores? ¿Éramos más los amigos o conocidos? Quizás dos o tres escritores, y muy amigos de Manuel, listo. En la sala de abajo, otro escritor presentaba su libro, junto a otro de su misma tanda; lo mismo, uno o dos escritores aplaudiendo, punto. Y es así cómo se han sostenido un sinfín de actividades en la feria: a base de pequeñas barras bravas.
No sé mucho de lenguaje de fútbol pero me encanta gritar “chuza” cuando están a punto de meternos gol. Y eso es lo que voy a hacer ahora, gritar goles, chuzas y sacar tarjetas a modo de relatar ciertos momentos del libro en esta pasión de multitudes.
Walkovers: Es preocupante venir a un partido sabiendo que casi el 50 por ciento de la barra brava boliviana no lee ni un libro al año. Veamos el lado positivo, la otra mitad sí lee, pero solo un libro. Seamos optimistas, algún crack pudo habernos sorprendido.
Nuestra selección: La configuración de jugadores para este año me pareció genial. Eso de que hayan repatriado a los cracks bolivianos, quizás, fue lo más atinado en la organización. Ver jugar de tan cerquita a Colanzi, Ferrufino-Coqueugniot, Rivero, Hasbún, Antezana y Villazón nos hizo sentir de nuevo un orgullo por la verde. Claro que hubiera sido más interesante que los filmen, para que se tenga un archivo y así recordar de aquí a unos próximos años los golazos que nos dedicaron.
Los 10: Hace mucho no se sentía la capacidad de traer tantas estrellas de la literatura internacional. Se agradece, se siente que hay un equipo más preocupado por conseguir algo mejor y no quedarse con la típica respuesta: “es lo que hay”. Además de haber dado talleres, conversado, haber leído parte de su obra, un buen número de escritores le prestó atención a lo nuestro. El mexicano Chimal se llevó una novela de Urzagasti y cuentos de Vargas, Viscarra y otros. Hasta se dio el gusto de aprender más sobre el verbo “ester” con uno de los libreros.
Las condiciones de la cancha: Pudo haber estado mejor. Puede estar mejor. Hay que reclamar por un mejor campo ferial. Un lugar donde todavía no se tienen cajeros de todos los bancos de la ciudad es imperdonable. Se trata de un lugar comercial, no es posible que sigamos llevando nuestra platita bien contada para ciertos libros. ¿Y si falta?, ¿de dónde sacar más dinero para algún libro que nos antojemos? Solo un banco se presta a hacerlo, y los otros brillan por su ausencia. ¿De quién depende eso? Por otro lado, aún se siente la obra bruta del lugar, ¿hasta cuándo vamos a ser el país del así nomás? Tarjetas rojas: De pronto una no puede escuchar una hermosa obra de títeres porque al lado una empresa habla de comida sana, cautivando a todo ese público que debería ser cautivado para leer, y no para comer. El show empresarial ajeno a la lectura no debería ni clasificar para este partido. Arruinan la fiesta del libro, le quitan protagonismo, no saben manejar la pelota en esta cancha, nos confunden, ¿hemos venido a comer o a buscar novelas?Tarjetas amarillas: Se siente la soledad de los escritores. Se siente la poca intervención de otras artes para hacer de la feria un performance en sí mismo.
Ya Urrelo declaró, sentado por ahí: “En las Jornadas de Literatura siempre hablan lo mismo, y los mismos, hay que hacer propuestas más cautivantes para otros”. No es que las jornadas estén mal pensadas, pero ¿cómo es posible que la sala más grande de la feria se haya llenado con 800 personas en una charla que no era de literatura, sino de autoayuda? ¡Chuza!
Golazos: Me alegra haber encontrado publicaciones nuevas, se siente la apuesta de algunas editoriales por lo nacional. Saber que Hasbún está haciendo furor alegra, saber que Espinal sigue vigente alegra. Encontrar la poesía completa de Matilde Casazola alegra, comenzar con la biblioteca bicentenaria alegra, ver partituras de boleros de caballería recopilados por Jenny Cárdenas alegra. Ese tipo de publicaciones merecen nuestros aplausos.
Fotos para el recuerdo: Que esta feria haya sido memorable para muchos. Que de aquí a veinte años recordemos qué libro nos compramos, a qué escritor escuchamos y sepamos quién dijo qué cosa, a cuánto estaba la entrada y qué mirada nos lanzó la caserita de anticuchos al salir de la feria. Así nomás uno se acuerda de un buen partido, la cosa es continuar con el juego, no vaya a ser que abandonemos nuestros libros en un stand: eso sería como fallar un penal…y en esta época, como vamos, hay que saber patear.
Fuente: Tendencias