A la hora de leer, en Bolivia el libro aún manda frente a la web
Por:Martín Zelaya Sánchez
Me acostumbraría a los largos textos en computadora si no hubiera otra. Pero si puedo elegir, seguiré buscando al libro de carne y hueso”. El novelista Juan Claudio Lechín responde así a la pregunta de si sería capaz de reemplazar un libro tradicional por una lectura en monitor.
Los vaticinios y evidencias tecnológicas son contundentes. Según un estudio de la Universidad de Boston, difundido por The New York Times en febrero de este año, en el último lustro los jóvenes de entre 14 y 24 años de Estados Unidos, Canadá, Japón, Corea del Sur, India y 14 de las más desarrolladas naciones de Europa leyeron más obras literarias y tratados ligados a su profesión online o descargadas en sus computadoras, que en el tradicional formato impreso en folletines o libros. Los porcentajes varían en una relación de 62 a 38 por ciento, en el caso más equilibrado, y de 73 a 27 por ciento, en el de mayor rango de diferencia, siempre a favor de los textos en monitor. Las naciones en vías de desarrollo aún tienen a los impresos a la cabeza, pero la tendencia cambia de manera acelerada.
En Bolivia, no obstante, la realidad es otra, ya sea por el apego incondicional de la mayoría de los literatos o amantes de la lectura hacia el libro-objeto, que se resisten a perder la vieja pero sana costumbre de informarse y deleitarse a través de papel y tinta; pero sobre todo por el todavía remoto alcance de las mayorías a las máquinas y a la web.
Un estudio de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) estima que para fines de 2007, en Bolivia, con una población estimada de 9,4 millones de habitantes, se llegó a un total de 580 conexiones a internet, lo que representa tan sólo el 6,1 por ciento de la población.
Posturas
Dice el escritor beniano Homero Carvalho Oliva: “Los libros son de esos inventos del ser humano que llegan para quedarse; uno puede querer negarlos, quemarlos, prohibirlos, romperlos, reciclarlos, pero ellos siempre estarán ahí, no hay forma de que desaparezcan. Sencillamente porque la humanidad son sus libros”.
Más allá de defensas románticas o hasta fetichistas de los impresos, el viceministro de Desarrollo de las Culturas, Pablo Groux —que coincide con la casi unánime noción de que la cibernética no significará el fin de la industria editorial—, considera que “hay que ver el lado positivo y provechoso, pues siendo tan caro el libro, resultaría más fácil para gente de pocos recursos o de poblados remotos leer obras descargadas en una computadora”. Dando por subsanada la salvedad de que lleguen las máquinas a esos lejanos parajes.
Carlos Azurduy, gerente de editorial La Hoguera en La Paz y miembro de la directiva de la Cámara Departamental del Libro de La Paz, sostiene que “incluso nosotros, los editores, sabemos que hay que aprovechar los avances tecnológicos, la red internet, y fomentamos su expansión y desarrollo, porque eso no va en contra de la promoción del libro y la lectura. El libro siempre va a permanecer, pues es la pieza íntima de recogimiento, que condensa y porta las obras de arte que uno puede disfrutar en la cama, en un banco, al aire libre, o en un avión”.
Una visión —acaso fatalista— tiene Lechín: “La web y la devastadora tecnología llegaron para dominar. Como toda devastación, pondrán razones de orden ético para suprimir al libro, tal vez el respeto a los bosques o algo así. Como en un cuento de Bradbury, retrocedamos y disfrutemos los últimos momentos de las cosas finas, amables y dulces, antes que lleguen los humanos”. Pese a su pesimismo, el autor de La gula del picaflor confiesa que “los únicos textos largos que leo en computadora son los que yo escribo y corrijo”.
“Tengo decenas de libros virtuales que he bajado a mi computadora —dice Carvalho— pero aún no puedo leer textos largos. Prefiero acariciar un buen libro y que me devuelva mis caricias en las palabras que voy leyendo”.
Fechas y motivos
Desde los arcaicos papiros, hasta los blogs actuales, pasando por objetos esculpidos y códices, indudablemente el más perdurable y universal canal para transmitir historias es el libro, tal como fue popularizado a partir de mediados del siglo XV, cuando Johannes Gutenberg perfeccionó la imprenta de tipos móviles, que permitió imprimir ejemplares en grandes cantidades.
El miércoles 23 se recordó el Día Internacional del Libro, debido a que —supuestamente— un 23 de abril de 1616 fallecieron dos de los más grandes escritores de todos los tiempos: William Shakespeare y Miguel de Cervantes Saavedra. Un estudio histórico reveló, no obstante, años después, que el padre del Quijote falleció el día 22 y fue enterrado el 23, mientras que la diferencia de fechas es aún mayor con Shakespeare, ya que en aquella época Inglaterra se regía por el calendario juliano, por lo que en realidad su muerte se produjo un 3 de mayo.
Cerramos con una reflexión que cabalmente justifica la eterna supervivencia del libro-objeto; es de Homero Carvalho. “Los libros inventaron idiomas como el alemán: la primera Biblia publicada estaba en uno de los tantos dialectos del alemán, y sirvió para unificar esta lengua. Consolidaron religiones: la Biblia, el Corán y el Torá. Inventaron países como La Araucana, un poema que concibió a Chile. Concedieron una identidad nacional como el Martín Fierro con los gauchos de la Argentina. Hicieron revoluciones como El Manifiesto Comunista; aunque también transmitieron el pensamiento de Adolfo Hitler”.
Tres defensas apasionadas
Raúl Rivadeneira
“El libro posee identidad, una personalidad propia, visible, tangible; propiedades con las que se establecen vínculos afectivos e intelectivos, como si fuera un ser viviente. Éste es su formidable atributo”.
Homero Carvalho
“Vengo de los libros, me gusta la relación que se establece con ellos. Por ejemplo: el amor a primera vista con libros que uno ni siquiera conoce pero que le hacen ojito desde el estante y al tomarlo, ver la tapa, leer la contratapa y el primer verso o la primera oración, uno no quiere desprenderse hasta terminar, hasta gozarlo”.
Juan Claudio Lechín
“Los textos tradicionales, una vez impresos, no pueden ser modificados a capricho. Los textos tradicionales se los han escrito como un homenaje a la eternidad y no como envase desechable”.
Fuente: www.laprensa.com.bo