Bedregal, el retrato más completo
Por: Rosángela Conitzer
(La Fundación Cultural del Banco Central presentará; ‘Yolanda, una mujer del siglo XX’, un volumen de muy cuidada edición que reproduce fotos, pinturas, y comentarios sobre la escritora paceña)
Este libro es comparable a un aguayo de esos que tanto admiraba y coleccionaba Yolanda Bedregal. Los aguayos son más que un entramado de hilos y hebras sustentados por una urdimbre invisible, pero imprescindible. En ellos se plasma la concepción previa que nace y crece en la mente del tejedor y que luego elaboran sus hábiles manos con amor y paciencia, combinando colores, dibujos y texturas que cuando se desprenden del telar se enmarcan en un rectángulo ideal.
En este libro se despliega, como en un gran aguayo, la vida de mi madre Yolanda Bedregal y se puede atisbar ambas caras del tejido; el anverso y el reverso, la vida pública y la vida privada de una mujer del siglo XX. Percibimos colores vivos, alguna que otra franja es más bien sombría, otra monocroma, resaltan figuras estilizadas representando personajes, escenarios y sucesos y uno que otro atisbo de los hilos ocultos. El telar, el marco ideal no es otro que Bolivia en el siglo pasado.
La urdimbre la tesaron sus padres, su extendida familia, sus maestros en escuelita fiscal y las fieles sirvientes a quienes dedicó bellos poemas. Sobre esta infancia rica y fértil se fue tejiendo un aguayo con colores relucientes, brillantes, grises y opacos, como son en la vida alegrías y penas, éxitos y frustraciones, el amor y el desamor. Refiriéndose a esa urdimbre dice Yolanda en su Confidencia fraternal:
“De aquellos seres y cosas que acompañaron mi niñez aprendí, sin yo notarlo, lo que quizá vale más en mi existencia. De mi padre, tan triste en el fondo, la alegría de darse y dar con justicia y comprensión; de mi madre, la fuerza de la debilidad activa; de mi abuela la rebeldía paciente en la desgracia; de mi bisabuela paralítica el poder de la impotencia; de mis nobles ayas aymaras, la fidelidad y el amor a mi raza; de los chicos, en su encrucijada vacilante, aprendí que estamos en un juego sagrado, serio y peligroso con Dios, con el diablo y con el prójimo”.
Los textos, las imágenes y los recortes de periódico permiten recrear los diversos perfiles de Yolanda Bedregal: nos encontramos con la escritora y también con la maestra, la hija, la madre, la ciudadana comprometida como activo miembro de la sociedad, tanto en la rebelión como en la solidaridad.
Hallamos notas sobre su infancia y juventud, sus logros y reconocimientos; la vemos citada como Yolanda Bedregal, Yolanda Conitzer, Yolanda de Bolivia, Yolanda de América, Dama de América. En Yolanda Bedregal, una mujer del siglo XX están retratados además de los hijos de su sangre, sus hijos de papel, no otra cosa es su producción literaria que se presenta en bien elegidos fragmentos.
El marco espacial es ante todo la ciudad de La Paz. En la misma confesión arriba citada, ella relata: “Si no bajo la carpa del circo, me equilibré sin trampas bajo el cielo abierto de La Paz y de otros cielos transitorios”. Existe también un marco histórico: los acontecimientos trascendentales que vivió Bolivia en el transcurrir del siglo XX. Además, y como a todo ser humano, también a ella le tocó vivir su propio destino, escrito en las estrellas que muchas veces no logramos descifrar. Este libro es verdadero testimonio de una vida, en un país, y en un tiempo concretos. La vida de una mujer, clase media, familia intelectual y culta, no pudiente, con valores éticos, estéticos, metafísicos y religiosos que se van encarnando en la escritura sustentada, igual que el aguayo, por una urdimbre inalterable, en la que las lanzaderas van entretejiendo motivos y matices que cambian, desde la adolescencia hasta la madurez.
Se incluye un material hemerográfico cuidadosamente conservado en varios álbumes por su esposo Gert Conitzer, que da cuenta no solo de la producción de Yolanda Bedregal, sino también del ámbito social, cultural de la ciudad de La Paz; es la historia de un pueblo, una clase, una sociedad tan cambiante como el ser humano que se va transformando y mutando sin que podamos cuestionar sus valores y sus cánones.
Si bien las fotografías son testigos de momentos fugaces, son al mismo tiempo piezas de un rompecabezas mayor constituido por más de ocho décadas de vida y son, para el ojo atento, elementos que reproducen gráficamente casi un siglo de historia. Este libro habla, pues, al ojo, al alma, a la memoria, a la sensibilidad, a la crítica.
Fuente: Tendencias