Julio barriga: Demasiada poesía con la misma camisa
Por: Adhemar Manjón
Julio Barriga conversaba en un pequeño ruedo con otras personas y recordó su visita el año pasado a la Feria del Libro de Santa Cruz, cuando vino invitado a un encuentro de poetas: “Al finalizar el encuentro me regalaron una estatuilla, fue lo más fálico que me han dado en toda mi vida. Una hora después ya la había perdido”, dijo el escritor, en una de las noches en que se desarrollaba una nueva edición -la 16.ª- de este evento literario. Con él llegó su amigo y editor Fernando Barrientos, fundador de El Cuervo, una editorial que poco a poco se hace espacio en el mercado sudamericano; de hecho, El Cuervo inició su labor en 2008 con el poemario Cuaderno de sombra, del propio Barriga.
Este año, Barriga vino para presentar ese compendio de memorias y crónicas titulado El hombre que amaba a Amy Winehouse. A diferencia del 2014, en el que estuvo distante y prefirió resguardarse en el hotel durante su estadía (“Ya no hay los lugares que me gustaban en Santa Cruz”, dijo aquella vez), en esta ocasión estuvo más amigable y compartió con todos. Ya el último día de la feria, la tarde del domingo 7 de junio, accedió a esta entrevista, a pesar del cansancio por el trajín y los desvelos.
Barriga en estos últimos años ha ganado reconocimiento como poeta, a pesar de que muchos de sus seguidores solo conocen el Cuaderno de sombra (aunque decir muchos… Se imprimieron 1.000 ejemplares de esa primera y única edición en 2008, y aún quedan algunos), lo que ha provocado la aparición de críticos a su obra -y, claro, a sus seguidores- que indican -entre otros puntos- que la gente se deja seducir por la vida marginal que lleva el autor y no por la calidad (algo que también es cuestionada por otros) de esta.
“Pienso que todos son libres de hacer sus interpretaciones. Hay gente que las hace mucho más malévolas o menos benévolas”, responde el autor de Versos perversos (un mea culpa aquí, ya que después se le hizo la ingenua pregunta: “¿Se considera usted un escritor maldito?”. A lo que rápidamente Barriga, de manera tajante, pero siempre sonriente, respondió: “No me considero de ningún modo un escritor maldito. No sé quién puede hacer esa barbaridad consigo mismo, y no es que sea un escritor bendito, precisamente”) y aunque el autor, de 59 años, tiene también bastantes defensores, lo que digan de su literatura es algo que lo tiene sin cuidado; claro, quizás Barriga lamenta que este reconocimiento -los autógrafos, las chicas que piden sacarse fotos con él- llegue un poco tarde (“Todo en algún momento de mi vida ha llegado tarde”, dijo una vez Charles Bukowski, otro escritor con el que Barriga ha sido comparado bastante en Bolivia, así como con Arthur Rimbaud). “Es lo más lógico que los choclos nos lleguen cuando ya no tenemos dientes”, reflexiona irónicamente.
Fernando Barrientos quiere que la poesía de Barriga sea conocida en su totalidad y prepara la edición de las obras completas para el próximo año (Barriga publicó El fuego está cortado, 1992; Versos perversos, 2004; y Luciérnaga sangrante, 2013), junto con un nuevo libro, Cosechar tempestades, que está siendo trabajado desde 2009.
Barriga, mencionado a menudo como un poeta punk, un tipo que eligió una vida de outsider, sobrellevándola en un cuartito oscuro en una calle tarijeña, sin luz eléctrica ni teléfono; un escritor que ha tenido trabajos diversos (“Peón, generalmente. Peón golondrina, peón de construcción, peón agrícola, peón metalúrgico”, enumera), donde el alcohol -y las drogas- siempre funcionaron como escape, no así cómo catalizador de sus creaciones. “No siempre hay una relación causa-efecto; por ejemplo, yo más que al alcohol, en mi producción le otorgo el doble de importancia al chaqui, es el chaqui el que me hace desarrollar estos estados creativos”, indica (en Amigos y abismos, de El hombre que amaba… Barriga explica este modus operandi: “Desde muy tiernas edades he ingerido regularmente alcohol en cantidades que me producen estados de exaltación y luego dolor y angustia, entonces, para no morir, para mantenerme a flote y retornar, necesito escribir o expresar algo sustraído del fondo de mí mismo, que ha quedado al desnudo”. El texto, además, es una hermosa oda a la amistad en la que Barriga agradece a la gente que ha estado junto a él- y a pesar de él- toda su vida).
Barriga, con una poética que abarca distintos estados y estéticas en su carrera, y también arriesgándose con la prosa en su último libro, por ahora -dice- no está escribiendo nada (“De vez en cuando un apunte en el borde del periódico o una nota”), aún recuerda a su amigo Roberto Echazú, quien, a pesar de haberlo conocido en los últimos años de su vida, fue una gran guía para él (“Roberto era una persona más o menos callada, pero tenía terribles rasgos de humor, de ingenio, de calidez humana. Era evidente su gran formación literaria”). Con un modo de vivir que lleva cierta coherencia en lo que escribe -¿y postula?-, y que además se filtra en su escritura, algo que tiene claro: “Pero no puedo más que escribir desde yo mismo, a partir de mí mismo y a veces regresar también. A veces solo se puede regresar a sí mismo”.
Julio Barriga escribió que solo cree en la soledad y en la duda. Al final de la tarde de ese domingo 7 de junio partió hacia su Tarija adoptiva, a exudar arañas y a corregir poemas.
Fuente: Brújula