Vargas: El poeta oculto
Por: Victoria Rule
Dentro del árbol poético latinoamericano la literatura boliviana ha ocupado siempre un lugar destacado. Desde la raíz fundacional del siglo veinte los poetas como Franz Tamayo o Ricardo Jaimes Freyre —fundador del modernismo hispanoamericano junto con Rubén Darío— inician una sólida saga que se bifurca y continúa en Jaime Saenz, Edmundo Camargo, Óscar Cerruto, Pedro Shimose y Eduardo Mitre entre otros. Una de las últimas figuras de esa rica tradición es Rubén Vargas.
Su caso es raro en la poesía boliviana y latinoamericana. Es autor de una brevísima obra poética dentro una corriente de estética de vanguardia, pero contraria al estridentismo de ciertos grupos. Su poesía se sustenta en una poética vernácula (Saenz – Camargo); una poética reticente que deriva en una concisión de la forma poética y en un diálogo con la poética espacial (Mallarmé y el concretismo brasileño). Este triple vector está atravesado por una especie de poética del paisaje del altiplano: “inmensurable como el recuerdo”.
La radicalidad de su poesía consiste en que lleva la experiencia del silencio hasta el extremo de “renunciar” a la poesía como un gesto hipercrítico. Por un lado tiene que ver con un agotamiento histórico de las formas poéticas. No se trata de una falta de inspiración sino de una lucidez crítica que entiende que un ciclo termina y que su generación poética es la de los herederos de la vanguardia. Por ello, Vargas no eligió la repetición, el pastiche ni el pathwork estético, sino un silencio cuestionador. Es una forma de conciencia y de rigor con el momento histórico que le tocó vivir.
MATERIALIDAD
Su primer libro, Señal del cuerpo, ejemplifica lo anterior. Este pequeño e intenso trabajo poético gira alrededor del cuerpo erótico y del cuerpo textual, en un diálogo con Mallarmé. Hay un manejo preciso del espacio donde la página en blanco está llena de significados, de ausencias presentes, de un texto paralelo al texto visible para el lector. Hay en este intenso y concentrado libro una conciencia de la materialidad del lenguaje (cuerpo) poético:
Tu cuerpo
Voracidad/veracidad
Me ata a la tierra
Continuador de los herederos de la vanguardia, Vargas no buscó una poesía con aspavientos ni retóricas discursivas. Nada más alejado de él que el panfleto y los textos manifestarios: no firmó ninguna proclama poética o estética. Desde un silencio elegante y reflexivo tomó partido la crítica en la poesía y en la vida. Su poesía no proviene de la plaza pública ni de la oficina de un partido, nace de una conciencia solitaria que percibe el peso de su propio panteón poético: la tradición literaria boliviana y la conciencia de pertenecer a una familia mayor, la de la literatura latinoamericana.
Conocí a Rubén al final de los 80 en una ciudad de México convulsionada por los sismos de 1985 y por acontecimientos políticos que abrían una grieta profunda en la historia mexicana. Fue en el Museo Nacional de Arte. Él escribía mensualmente en la revista Vuelta dirigida por Octavio Paz. Me lo presentó el crítico y poeta uruguayo Eduardo Milán. Ambas, personalidades opuestas. Milán es una voz firme, contundente y, en cierta manera, autoritaria. Vargas se movía con mesura, no buscaba los reflectores como la mayoría de los poetas. Lo suyo era la literatura, una pasión y preocupación mayor.
El parnaso literario mexicano le era secundario. Cultivó amistad con un puñado de escritores que coincidían con él en gustos e intereses artísticos, sin involucrarse en divisiones ideológicas o intereses extraliterarios, en un escenario de extrema polaridad centrado en los suplementos de cultura. Vargas escribió y reseñó libros de escritores no exclusivamente ligados a Vuelta, como una muestra de auténtica pluralidad crítica y lectora.
ALTIPLANOS
Iniciamos una breve e intensa amistad gracias a un coloquio en Pachuca. Allí conoció uno de los primeros asentamientos mineros de México y celebró el parecido de Pachuca y La Paz. El paisaje de un país alimenta la visión y el lenguaje de un poeta: la concisión de su escritura y la reticencia de su expresión parecen provenir de la vastedad del altiplano.
Nuestros temas de conversación fueron la geografía del altiplano mexicano y el boliviano, y la poesía latinoamericana. Fue un gran difusor de la poesía boliviana desde Franz Tamayo hasta Blanca Wiethüchter. En su sencillez aprecié una personalidad elegante y reflexiva. Era una especie de escritor/minero: trabajaba con exigencia y disciplina para arrancarle al blanco de la página unas cuantas piedras preciosas.
Entre los lectores de la poesía de Rubén Vargas en México están Juan Leyva, Alfonso D. Aquino, Jorge Aguilar Mora y, sobre todo, el poeta y crítico Eduardo Milán Damilano, quien en cierto modo lo diera a conocer y que escribió en Vuelta: “Hay que agradecer la aparición de nuevos poetas cuya preocupación central no sea el retroceso sino la resistencia, la asimilación consiente de su tiempo y no el revival manierista de tiempos formales más tranquilos. Es el caso del poeta boliviano Rubén Vargas Portugal. El austero volumen que reúne los breves poemas de Señal del cuerpo impone a Vargas como un poeta preocupado por la búsqueda de nuevos medios expresivos. En vez de regresar, Vargas sueña el pasado pero siempre desde una perspectiva de un aquí poético que comienza incluso con el reconocimiento material del poema, de la textura de los signos del blanco de la página”.
Hace unos días en la embajada de Bolivia en México me enteré del fallecimiento de Rubén, una noticia verdaderamente triste que se suma a la muerte de dos maestros: Manuel Ulacia Altolaguirre (1952-2001) y Saúl Yurkievich (1931-2006). Ellos, junto a Vargas, apoyaron y alentaron mis inicios literarios. Su partida me ha dejado en una especie de orfandad literaria, una indescifrable señal del destino.
DESPRENDIMIENTO
Vargas fue mi maestro de periodismo cultural. Por su gestión ingresé en el periódico El Nacional. Después vendrían más periódicos y páginas culturales. La deuda es ilimitada y mi incipiente obra tuvo un impulso con su motivación y generosidad. Mi trilogía arborescente deriva de lecturas que me dio a conocer, sobre todo de Camargo, cuya visión poética me permitió establecer un puente entre el repertorio formal de las vanguardias, desde una visión personal alimentada de la respiración del altiplano mexicano y de una fusión orgánica con el paisaje.
Pero el legado de Vargas no solo es estético, sino también moral. Vargas eligió a la poesía en tiempos de indigencia, cuando llegamos demasiado pronto para la poesía y demasiado tarde para el hombre. De ahí provienen sus reflexiones de orden político y cívico. Alguna vez me dijo que concebía la vida “como un continuo desprendimiento de todas las cosas”.
Más de veinte años después, esas palabras quedan en mi conciencia. Hace unos días Rubén Vargas ha dejado de existir pero proporciona un valioso legado a la cultura literaria de Bolivia: una brevísima pero contundente obra poética donde el árbol de oro de la vida está perfectamente unido al árbol de oro de la literatura.
Se esmeró en el trabajo de la forma poética y su vida misma, su elegancia del alma estuvo en armonía con ese rigor. Ese desprendimiento de la vida fue el ejercicio eterno del diálogo entre erótos y tanátos. La vida está habitada siempre con el signo inexorable de la muerte, vivir es morir lentamente. Ese reconocimiento de la finitud de la existencia es una visión mayor de lo sagrado. Aceptar la muerte es amar la vida “porque el amor no admite sino la forma del desorden”. Caos y armonía. Lucidez y locura, aceptación y renuncia: vocación de lo absoluto: “quiero morar debajo de la tierra/ en un diálogo eterno con las sales, raíces/ mis cabellos, / arcilla mis palabras”.
Rubén Vargas ha iniciado un desprendimiento mayor, una ascensión hacia la tierra, un viaje inmóvil a un nuevo natalicio. Su poesía testimonia su tránsito pleno por la vida, el resplandor de su peculiar visión.
Alguna vez planeamos hacer una antología de figuras marginales de la poesía latinoamericana que —en broma— se titularía: Fosa común. Han pasado veinte años desde nuestra conversación sobre México y Bolivia y mi país se ha convertido en un innegable escenario de horror. Pero el diálogo entre los escritores mexicanos y los bolivianos muestra —sobre todo, hoy que algunos ven nuestro futuro en el norte del continente— que las raíces de México y su cultura están junto a las de las culturas hermanas de Latinoamérica. Adiós y hasta siempre a Rubén Vargas, desde el altiplano mexicano: “El altiplano duro de hielos/y donde el frío es azul como la piel de los muertos/ Sobre su lomo tatuado por las agujas ásperas del tiempo”.
A Rubén Vargas Portugal
Eduardo Mitre¿Cómo iba uno a pensar ni siquiera imaginarque era el último encuentro,la última vez, y que ya no volveríamos a vernos? Aquí, en Brooklyn, en el Prospect Park, sentados en un bancotoda una hermosa tarde de octubre,trazando proyectosque realizaríamos juntos…Recuerdo tus palabras—pasión aliada a la serenidad—de cara al país,y en tu voz, por momentos,un dejo de tristezapronto disipadacon un chiste tuyocomo una ráfaga de brisa en los secos arbustosde la seriedad.Pero ahora ¿qué se hace,Rubén, qué nos hacemoscon tanto silencio de tu parte?¿Por qué otra vez se eclipsala luz del regreso, y en tu ciudadse quiebra por la mitadel puente de los reencuentros?Al menos, dime, Rubén,lo que esa tarde no me atreví a preguntarte:Mientras conversábamos,¿qué mirabas tan fijamenteen la corteza del árbol cercano?¿El pesaroso paso de una orugao las alas mimetizadasde una mariposa nocturnaque aguardaba tu retornopara posarsesobre tus párpadosy robarnos la luzque nos llegaba de tu ojos?Ya ni sé si esperar o notu respuesta, Rubén.Pero te cuento que ayerdomingo por la tarde,volví al parquey me senté a leeren el mismo bancoLa Torre abolida,de nuevo,Rubén,en tu compañía.
Fuente: Tendencias