Nataniel Aguirre y sus odas
Por: Yuri F. Torrez
Aquel debate sobre la autoría de la novela histórica Juan de la Rosa, Memorias del último soldado de la independencia de Nataniel Aguirre que inundó hace tiempo atrás las páginas de la prensa boliviana, a nuestro juicio, es un debate insulso ya que la autoría de Aguirre está fuera de cualquier duda. Más bien, la cuestión debería estribar en reflexionar sobre la exagerada “reverencia” adquirida por Aguirre inclusive asignándole la “paternidad” de la historia cochabambina.
Hace un tiempo, el reconocido periodista Wilson García Mérida propuso que la Casa de la Cultura de Cochabamba se denominará “Nataniel Aguirre” con el argumento que “le debemos el conocimiento de aquellos épicos episodios vividos por el niño Juan de la Rosa, cuando las huestes del desalmado Goyeneche invadieron los hogares cochabambinos buscando a los revoltosos de Esteban Arze, invasión que se encontró con el muro firme de la Rosita, de doñas Manuelas (la anciana invidente y la esposa de Arze) (…) y de nuestras heroínas que fueron inmoladas en la Coronilla por defender la sacralidad de los hogares cochabambinos”.
Estas palabras de Wilson García Mérida condensan aquel tributo dominante sobre Aguirre en Cochabamba que fue recurrente que no reparó en ningún momento, por ejemplo, en el contexto histórico que escribió en los comienzos del liberalismo en 1885.
Aguirre fue un diputado liberal que libró un debate en torno al federalismo y desde su curul parlamentario impulsó la Ley de Exvinculación de 1874 que dispuso la entrega de títulos de tierra a los indígenas. Esta propuesta supuestamente “progresista”; sin embargo, para la historiadora Laura Gotkowits “intentaron hacer que los indígenas fueran económicamente independientes sin alterar las normas que restringían su participación política”, por lo tanto, no supo superar las contradicciones del liberalismo.
Como si fuera un relato homérico, Aguirre con su novela escrita en los umbrales del periodo liberal hace un tributo, a través de un hilo conductor, a todos/as aquellos personajes que desde Alejo Calatayud en 1731 hasta las heroínas de la Coronilla 1812, que desembocó en la idealización de una “nación” en concordancia con aquellos imaginarios excluyentes/segregacionistas de la modernidad decimonónica en ciernes. Aguirre, al igual de sus pares de ese momento “soñaban con la máquina de vapor en un país en el carro tirado por los caballos hubiera sido un gran avance” como decía Sergio Almaraz. Aguirre fue considerado como el hacedor de una narrativa liberal alimentada de prejuicios estigmatizadores contra los indígenas que a la larga fue reproducida también por la historiografía nacionalista que se reflejó, por ejemplo, en la invisibilización de la rebelión indígena de 1781 en Cochabamba considerada posiblemente como ominosa.
En el último libro del historiador, Gustavo Rodríguez Morir Matando. Poder, guerra e insurrección en Cochabamba 1781-1812, no sólo pone en evidencia algunos datos manejados por Aguirre presente en su novela con rasgos mitológicos que fue considerada fundante para la (propia) identidad (mestiza) cochabambina. En vez de hacer odas a través de rituales de reconocimiento para Nataniel Aguirre o de debates absurdos poniendo en duda la autoría de su novela y también más allá de la parafernalia de los bicentenarios, un nuevo acercamiento a la obra de este intelectual liberal decimononico debería servir para (re) pensar la construcción de un futuro diverso en función de haber visto la historia pasada, sin ningún prejuicio racial, reparando esos olvidos imperdonables, reconociendo la diversidad y las diferencias, y así inaugurar un debate (y una reflexión) crítico sobre el verdadero legado de Aguirre para los cochabambinos.
Fuente: hurgandoelavispero1.wordpress.com