Tarija Blues
Por: Joaquín Cruzalegui
El hombre que amaba a Amy Winehouse. Las ciudades del altiplano convergen en un relato vinográfico cargado de despojado existencialismo multigeneracional y la satisfacción etílica de todo ese rock n roll.
Julio Barriga (Chuquiasca, 1956) es de esos hombres que envejecen rápido y de un tirón. Residente y habitante emocional de la ciudad boliviana de Tarija, ahora aparece como otro niño serio dentro del monitor. Sus páginas hablaron por sí solas, la armonía estructurante entre lo que dice que es y lo que escribe hacen a su persona una perfección tortuosa, la misma que se lee en sus versos. Ahora desde Buenos Aires, se lo puede ver entrevistado, seguramente no muy lejos del cementerio que más le gusta, tampoco muy lejos de todos aquellos lugares que visitó.
“Soy peón de albañil, pinto casas.” Responde con la mirada perdida en el techo del altiplano el poeta, como esquivando las miradas inquietas de sus entrevistadoras. Deben tener alrededor de trece-catorce años y lo miran a Julio hamacarse en un columpio despintado como si fuera un lamento atravesando el aire cansado de su pequeña ciudad. “No me puedo acordar que era antes de ser poeta. Me siento orgulloso de serlo,” distiende el ceño fruncido y exhala: “a veces me siento triste.” Julio Barriga se redime pero no del todo, nunca termina de hacerlo. ¿Cómo hace este poeta, marcado por una infinita y hermosa tristeza, para mandar todo a la mierda y sucumbir ante su propia civilización, la enloquecida e inevitable escritura?
La soledad de un hombre acompañado por su historia se desparrama en forma de vocación literaria, y a su vez como un habil cronista de la realidad que lo interpela. Bolivia, La Paz en albores hippies y Tarija, su tierra. “El lugar donde exudo arañas/ y escribo caminando/ o en los colectivos.” A veces en Argentina, otras sobre sí mismo. Es invariable, podría caber en cualquier recoveco este sentimiento. El hombre que amaba a Amy Winehouse (Editorial El Cuervo, 2014) recopila la producción autobiográfica, y maserada en hectolitros de bebida, donde se encuentran textos desde mediados de los 80 hasta el presente, con su anhelo de pasado y su constante pulsión de muerte a cuestas. Julio -en una doble tarea de autocirugía- comprende su vida como obra y no como obra única, sino como una fiesta raquítica de varios días y con el peor vino.
¿Dónde se encuentran Jack, Bolaño y Barriga?
Cada texto, microteorías sobre las cosas, entran en sintonía con el parametro unificador que hacen de Julio Barriga un viudo, no solo de Amy Winehouse, sino de toda pauta mainstream o mercantilista: su afán por contarlo todo. El afán de un ritmo preciso e incansable -estableció Jack Kerouac en Los Subterráneos (1958)- que se acerca y se aleja sincopadamente. ¿Hay cultura punk en Barriga? Hay cultura que busca deliberadamente el desorden y esa mirada cómplice, amiga, aún en los momentos más desoladores y como los detectives salvajes de Bolaño, este hombre se sostiene en la poderosa oralidad del relato y su propio mito como estructura poética. Y el vodka como suspiro lacónico. O equipo de fútbol.
Absorto surcando la vigilia de una “ciudad que se va alejando cuanto más quieres acercarte” el poeta prolonga su estadía en el abismo, dentro de un botellón de viscitudes ardientes: es poesía cotidiana, construcciones simples y universales, serena, hermosa y dulce. Siempre triste, como un blues de aguardiente. Cuaderno de Sombra (editado por El Cuervo en el 2008) es un cuaderno de viaje solitario, la otra cabeza de la bestia bicefala que proponen desde la editorial, donde queda en claro que la soledad no siempre es libertad y reafirma lo que dice Humberto Márquez: “La derrota del poeta es el triunfo del poema.”
Fuente: ciudadsi.com