‘Carreteras silenciosas’ de Murillo
Por: Omar Rocha Velasco
Ocho años separan el primer, El hombre que estudiaba los atlas, y el segundo, Carreteras silenciosas, libro de Alfonso Murillo, este dato da cuenta de un gesto que va a contrapelo del furor publicandi al que se han sometido muchos “representantes” de las letras bolivianas. Y no se trata de tener los textos reposando en el clóset o en el horno, como aconsejaba algún escritor uruguayo, se trata, me parece, de madurarlos, llevarlos a pasear en el bolsillo, darles vueltas y pulirlos hasta que sean dignos de publicarse. Así la espera habrá valido la pena como en el presente caso y no hay mejor forma de decirlo sino retomando las palabras que Walter I. Vargas escribe en la contratapa: “Estos cuentos tienen también la virtud de que lo son, de que son cuentos y no las desleídas anécdotas de página y media o, peor aún, la desgraciada ocurrencia de considerar relato a una línea más o menos entretenida”.
Carreteras silenciosas está compuesto por ocho cuentos que tomaron su tiempo y acomodación, palabra precisa sin ahorros y sin excesos, apego a una tradición que cincela per vía di porre, como explicaba Leonardo, es decir, quitando de la piedra todo lo que recubre la forma, oficio de escritura. Del lado de la lectura estas carreteras son un desafío, una pista que hay que seguir introduciéndose en un juego intelectual nada desdeñable, ¿en qué medida el guiño del epígrafe se concreta en el texto?, ¿qué tiene que ver ese pequeño fragmento extraído de un texto tan distante con la historia que transcurre en la ciudad de La Paz?, ¿dónde está el click, ese momento en el que la narración toma un giro que hace que la historia cambie y devenga en un final sorpresivo, imprevisto?, ¿qué resonancia /herencia tienen estos textos, qué conversación establecen con obras y autores de la tradición literaria universal? Atar cabos es como armar una red interminable, aquí ciertos mundos paralelos borgianos, aquí la vida de Bruno Schulz, aquí la historia de Los Marqueses, aquí la leyenda del Kari Kari, aquí el comportamiento de las mariposas monarcas. Todas esas pistas atravesadas por una historia, una simple historia (en lo más puro alguien refiere algo) que trastoca, que empuja, que hace mover la cabeza y hace anotar.
A manera de extraer un gajo menciono el cuento Carry Samoyedo, el narrador relata en primera persona su desazón existencial luego de la adopción de un perro, un ser aparentemente tan frágil, tan fiel, tan de subirse a un taxi, de hacerse llevar a pasear a la plaza de San Pedro, un ser tan controlable aparentemente, resulta insensible, sigue su camino, vuelve a la manada. Aunque se le compre correa nueva, aunque se lo bañe, aunque se lo saque a pasear y se le compre galletas merengadas, aunque se hable con otros paseadores de perros acerca de razas, casas de estadía, formas de educación y alimentación, el perro nunca deja de ser perro, “¡Oh animalidad!”.
Fuente: Tendencias