El otro gallo de Jorge Suárez. Estrategias para entrar y salir de la modernidad.
Por: Alex Salinas
¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; y nada hay nuevo debajo del sol.
Eclesiastés 1:9
Desde la aparición de la escritura en América ha sido toda una tradición retórica identificar a las tierras bajas como un lugar salvaje, no apto para la civilización, así a sus habitantes. Después, nuestros trópicos se convirtieron en otra manifestación de la barbarie latinoamericana, donde el individuo es devorado por la selva o por las maquinarias destructivas del capitalismo. En el siglo XX, ejemplos de esta barbarie la encontraremos en Cuentos de Amor, locura y de muerte (1917) de Horacio Quiroga o La vorágine (1924) de José Eustasio Rivera. En Bolivia, en los años 30, dirigirse a los llanos equivalía descender al mismo infierno. Afortunadamente, autores como Augusto Céspedes también supieron encontrar, en medio de la carnicería, la inesperada belleza de una tierra en un principio hiriente.
En El otro gallo (1982) de Jorge Suárez (1931-1998), encontramos pocos estereotipos, pues es un oriente hecho de contadas y medidas palabras, posterior a la barbarie de la guerra, pero anterior a la lujuria desatada de escritores como Manfredo Kempff o a la ciudad licenciosa de Wolfango Montes. Es muy fácil y hasta abusivo catalogar a El otro gallo como un oportuno producto del realismo mágico, la estética dominante en la literatura de la región a finales del siglo pasado. Aunque algo hay de eso, en la obra de Jorge Suárez nada hay de excesivo o hiperbólico, mucho menos situaciones que se resuelvan por la magia. En todo caso, nos encontramos con aquella definición de lo maravilloso hecha por Josefina Ludmer, cuando los hechos cotidianos, los fenómenos de la naturaleza, son explicados como algo sobrenatural, aunque estos fenómenos son también vistos como habituales por los personajes.
El otro gallo gira en torno a los relatos de Luis Padilla Sibauti, el hijo de un gelatinera convertido en el “Bandido de la Sierra Negra”, un legendario asaltante producto de la imaginación de Sibauti, pero que conserva los rasgos de su padre, un ladrón de ganado asesinado décadas atrás por los carabineros. En la narración de las aventuras del Bandido de la Sierra Negra presenciamos la emergencia de una sociedad premoderna, donde el origen y la naturaleza de las cosas a menudo se explican en el mito. Allí, sus habitantes, insertos en los ciclos de la naturaleza, en comunión con el universo, atentos a sus señales agoreras. La violencia, las pasiones y la muerte de los hombres son otras manifestaciones del carácter cíclico del tiempo, aquello que ya ha sucedido y que volverá a suceder: “Y de todas estas cosas, dijo el bandido, está hecha la vida. Como la muerte. Había que sentir a los suchas, hundidos en la inmensidad azul, festejando en su idioma, con gritos que para ellos son júbilo y para nosotros espanto.”
A pesar de ser publicado en 1982, es la localización temporal de El otro gallo lo que nos permite entender mejor su intención y su forma. Las narraciones de Sibauti ocurren a finales de los años cincuenta, cuando el estado se expande, se culmina la carretera asfaltada que une Santa Cruz con el resto del país y llegan a asentarse las primeras mega industrias cañeras. Estos factores rompen el equilibrio de la región, aumentan la diferencia entre ricos y pobres, reducen los mecanismos de castigo a las transgresiones, dando lugar a la impunidad: “Donde crece un cañaveral no renace el monte. Por donde pasa un carabinero no deja más que un rastro de tierra arrasada […] en vez de carabineros debían ser cañabineros, porque su único oficio es guardar la hacienda de los ricos.” Aún así, el texto de Suárez no es un esfuerzo nostálgico por volver a una edad de oro desaparecida ante los embates de la modernidad. Por lo contrario, creemos que las narraciones del Sibauti es una estrategia gozosa por articular el pasado con un presente narrativo de crecientes diferencias sociales, y un futuro aún más incierto.
En este sentido, la narraciones de las aventuras del Bandido de la Selva negra, se convierten en el nudo que posibilita la continuidad de los personajes en el tiempo; asimismo, en un fluido entrar y salir entre un pasado mítico compartido y el presente de la narración. El relato dentro del relato en la novela es el lugar donde los disímiles individuos se encuentran y estos pueden ser dos y uno a la vez [una verdadera teoría de la lectura], en el que pueden ser los de hoy, pero sin renunciar a sus símbolos, a la constitución primigenia e intemporal de un mundo sin jerarquías, a sus repertorios de colectiva identidad. Aunque las aventuras del Bandido de la Selva negra sean del todo inventadas por Sibauti, aquel espacio narrativo que crean no es en absoluto menos real que la Santa Cruz efectiva de los años 50 que circunda a los personajes, porque la historia de los pueblos no la hacen sólo aquellos hechos documentados e institucionalizados, los apodícticos discursos del poder, sino, sobre todo, las palabras e historias (como las que leemos en El otro gallo) que son repetidas una y otra vez, aceptadas y finalmente compartidas por sus habitantes.
Fuente: Puño y Letra