Gabriel Chávez: «El poeta es una suerte de alquimista»
Entrevista a Gabriel Chávez
Por: Monica Oblitas
– ¿De dónde nace la poesía a Gabriel Chávez? Uno puede imaginarse en la poesía, bellos e idílicos momentos, pero esa poesía que desgarra, ¿de dónde le surge al poeta? ¿Dónde y cómo encuentra la inspiración cada día?
Todo puede convertirse en poesía. Un árbol, una ventana, un objeto en apariencia banal, cosas y seres que recordamos, fotografías o pinturas, escenas del cine, por supuesto también emociones, sensaciones, historias. El poeta, pienso, es una suerte de alquimista que va por el mundo con los ojos demasiado abiertos, percibiendo con cierta exacerbación lo cotidiano para transmutarlo –incluso lo doloroso, lo terrible- en una forma de belleza cuya materia prima son las palabras y los silencios.
En mi caso, la poesía viene en cualquier momento, entra sin llamar. Son lo que llamo suscitaciones: algo visto, leído, recordado, escuchado, imaginado, que gatilla un poema. El poema, claro, no siempre se escribe ese momento. Llegan a la mente una imagen, una frase, una asociación de ideas. Allí dentro maduran, dan vueltas, muchas veces en segundo plano, mientras hago mis asuntos de cada día. Y cuando toca escribir, se vacían. Ahí se inicia otro proceso, más técnico si se quiere, de revisión y pulimiento del texto, hasta que formalmente se corresponda consigo mismo, porque en poesía fondo y forma son indisolubles.
– ¿Por qué es importante la poesía?
Creo, como digo en uno de mis poemas, que ella hace al mundo más bello y acaso también menos cruel.
– ¿Qué distingue a la poesía boliviana del resto? ¿Cómo ve el estado de la poesía boliviana? ¿Podemos hablar de una evolución?
Bolivia es un país donde la poesía tiene tradición, calidad y vitalidad. Hoy en día existen voces valiosas de distintas generaciones, cada una con su propio acento. Esto mismo sucede en otros países, en mayor o menor medida. La cuestión es que hay naciones cuya poesía está más visibilizada que la nuestra, que ha sido más bien insular, un poco ensimismada y, por eso, asincrónica con respecto a movimientos o corrientes que se dieron en su momento. Pero, en general, siento que la poesía escrita en español, especialmente en Latinoamérica, vive un tiempo muy bueno y que Bolivia no es ajena a ello. Eso sí, nos falta dialogar más con otras poéticas y hacer que nuestra tradición sea apreciada fronteras afuera. Nuestra poesía es, desde esa comprensión, una perla escondida.
– ¿Y qué distingue a Gabriel Chávez del resto de los poetas?
En cierta medida, como he escrito por ahí, refutando a John Donne, todo hombre es una isla, pues sueña el cielo y lleva el mar que le rodea dentro suyo. Tenemos una interioridad única y de alguna manera inexpugnable, incluso para quienes más cerca se encuentran de nosotros. Los poetas escribimos desde esa interioridad, que es nuestra forma de experimentar el mundo, y así la escritura de cada cual es única. Cada ser humano, y por lo tanto cada poeta, es un mundo.
Dicho esto, en un plano más terrenal creo que con los años he alcanzado una voz propia, no ajena seguramente a varias influencias y acentos recogidos con los años. Intento ser lo más fiel a esa voz.
– ¿Cuál es hasta ahora su mejor poesía?
Decir eso le corresponde a los lectores. Hay algunos poemas que han sido bastante antologados, traducidos o comentados, como La canción de la sopa, I Ching, Oliver Twist, Vuelo nocturno, Una rendija, Alivios, No, o La mañana se llenará de jardineros… Pero quiero creer que el mejor poema es el que escribiré mañana o el que alguien leerá mañana, cuando precisamente su espíritu precisaba descubrirlo.
– ¿Cómo incentivar este amor a las letras en los más jóvenes?
La lectura es algo que debería ser como el aire que se respira o la comida que llega cada día a la mesa. Lo digo pensando en los niños y en que los libros tendrían que ser objetos familiares en su entorno desde muy pequeños. Padres que leen tendrán, muy posiblemente, hijos que lean, sea en libros impresos o en los nuevos soportes tecnológicos. La formación escolar y las bibliotecas son importantes, pero complementarias al ejemplo de los padres.
– ¿Qué autores está leyendo y a qué autores, sobre todo bolivianos, recomienda leer?
Cuando no releo a mis autores de cabecera, trato de leer sobre todo a autores contemporáneos que descubro en mis viajes. En este momento estoy leyendo al alemán Michael Augustin, la australiana Sarah Holland-Batt y al ghanés-jamaiquino Kwame Dawes, a los que conocí hace poco en un encuentro y cuyas lecturas llamaron mucho mi atención. En cuanto a los poetas bolivianos, podría recomendar a muchos, pero pensando en algunos indispensables, mencionaré a dos: Oscar Cerruto y Eduardo Mitre.
– ¿Qué tipo de poesía le gusta a Usted?
Soy ecléctico en mis gustos de poesía, cine y música. Pero prefiero la poesía de la memoria, la poesía de la emoción, la poesía narrativa y la poesía mística. Es decir, una poesía que tenga algo relevante que decir y sea capaz de tocar al lector, de conmoverlo. Hablo de una poesía que no sea un frío ejercicio verbal, un criptograma o un artificio, sino un documento del paso de la mujer y el hombre por la tierra y un destello de su búsqueda de sentido y trascendencia.
– ¿Puede la poesía ser una forma de reclamo, de denuncia o de ser contestataria?
Por supuesto. La poesía puede ser contemplativa, mística, interiorista, intimista, pero también puede, y creo que en ocasiones debe, dar cuenta explícita de las cosas del mundo que lastiman al corazón y al espíritu humano.
– ¿Cómo ha influido en Usted que Matilde Casazola sea familiar suya? ¿Qué ha aprendido de ella?
Yo crecí en Sucre, en el seno de una familia que desde hace cinco generaciones es más amiga de la musas que de Creso y se obstina en preferir “las simétricas porfías del arte que entreteje naderías” (Borges) en lugar de buscar realizaciones más terrenales. La antigua casa en que viví mi infancia –construida por mi bisabuelo, el novelista y también poeta Jaime Mendoza- estaba llena de libros, muchos de ellos de poesía, y además, dos veces al año llegaba de lejos una tía de cabellos largos, con su guitarra al hombro y sus maletas llenas de más libros y de aromas y objetos de lugares remotos. Desde luego eso era impactante para un niño perdido entre montañas. Yo veía cantar a Matilde y todavía recuerdo canciones suyas que creo que incluso ella ha olvidado. Supongo que eso me ha influido, pero fue mi madre, Gabriela, la que me abrió las puertas de los libros. Tengo esa deuda con ella.
Luego, como cualquier muchacho que se hace hombre, debí alejarme de esa herencia que de alguna manera me condicionaba, me ataba al pasado, y es curioso anotarlo, pero creo que encontré mi voz poética propia muy lejos de allí y mucho más tarde, en el Beni, y desarrollé la parte más importante de mi obra en Santa Cruz, donde resido.
– Tiene numerosos poemarios, ha sido invitado en nombre del país, ¿ha llegado hasta donde quería llegar?
No quería llegar a ninguna parte (risas). Tal vez ese sea el secreto del viaje, de todo viaje. Como escribe el poeta Ricardo Ballón, solo debemos poner las manos al bolsillo y dejar que el otoño nos despeine. Así no tenemos expectativas que llenar ni que puedan quedar defraudadas. En este viaje que es ser poeta, yo solo escribo y me dejo llevar de la mano por mi poesía. Ella hace lo demás.
Fuente: Revita OH!