Vampiros en Tarija y Zombies en Potosí
Entrevista a Daniel Averanga
Por: Cecilia Romero
Daniel tocado por el rayo, a esos pocos que el estruendo sacude, traen consigo el espíritu del trueno, algo así como los Buendía que llevan en los ojos sus soledades centenarias como marcas de fuego. Averanga nace en Oruro, en 1982. Pedagogo de profesión, logra cuatro menciones casi consecutivas (2010, 2012, 2013, 2014) en el concurso nacional de cuento “Franz Tamayo”. También finalista en el certamen de microcuento “Somos Bolivia” (2011). Publicó las antologías Gritos demenciales (Gente Común – 2010), Tres en raya (Gente común – 2011), Nuevos gritos demenciales (Ed. 3600 – 2013) y Vértigos (El cuervo – 2013); además de El libro como prostituta y otros trabajos (Ecdótica – 2014), trabajos posibles gracias a la ayuda de dichas editoriales y la colaboración de William Camacho y Guillermo Ruiz Plaza. También participa en la revista de cuento Correveidile; es editor independiente y según el mismo nos dice, espera publicar pronto su primera novela.
En Daniel Averanga la literatura es una celebración, muchas veces, de sucesos demenciales, una donde se hace eco de esos gritos de júbilo ante el horror o la ausencia.
– ¿Podrías comentarnos cuándo nace esta necesidad de narrar historias? ¿Existe un momento fundacional clave?
A los nueve años comencé a dibujar historietas sangrientas y casi todo el mundo se opuso, prohibiéndome incluso dibujar como pasatiempo, porque, según ellos (unos cuantos maestros y, por supuesto, mis padres) el realizar historietas obstaculizaba mi desempeño escolar y, sobre todo, porque aquellos trabajos eran horribles (y buenos, muy buenos, y estoy siendo muy “autocrítico”). Para ocultar la tendencia creativa, comencé a escribir cuentos que eran tiernos al principio pero que se tornaban horrorosos al final (lo hacía para que no descubrieran nada: mis padres solo revisaban lo que escribía hasta la tercera línea del primer párrafo), después me vino la idea de fotocopiar estas historias para vendérselas a mis amigos y así tenía dinero a la hora del recreo. Esto responde a una doble necesidad: contar con dinero para el recreo, y poder narrar algo, de la manera más clara posible, a personas que gustaban de historias interesantes. Hoy es casi igual, solo que me dedico más a escribir historias, cuentos y relatos por gusto que por lucro.
– ¿Según tus principios en cuanto a gustos, fue primero el dibujo (historietas) o la literatura? ¿O ambas actuando simultáneamente?
Fue primero la oralidad: los niños de mi barrio contaban historias macabras de condenados que no podían pasar los ríos, de mujeres que hacían comer estómagos humanos a sus maridos para la cena y de muchos otros monstruos andinos y hollywoodenses; luego fue la literatura, con los libros que leía cuando iba a visitar a don Juan Montiel, mi abuelo, los libros que nos daba mi padre a mis hermanos y a mí de cuentos de Poe o Bécquer cuando era hora de acostarse; por último, fue el cine: de todo ese proceso salió el gusto que tengo por las películas de terror, y eso me hizo hacer lo que en ese tiempo solía hacer mejor: dibujar historietas; luego, como sabes, fue la escritura como fenómeno creador.
– ¿Y la música?
Pues claro, pero periféricamente: mi padre solía escuchar música de protesta y algo de heavy metal, pero dejó de hacerlo cuando mi hermana menor nació: por respeto, creo yo. Luego, esa música me acompañaría como un lindo recuerdo, ahora sirve para corregir mis trabajos. No obstante, para crear una historia desde cero, puedo decir que me sirve más que todo la música de películas: Philiph Glass, Ennio Morricone, Riz Ortolanni, Rob: gracias a ellos pude y puedo seguir escribiendo con algo de ritmo.
– ¿Hay algún género que te evoque o detone cosas más intensas o imágenes que otros géneros?
El género de la literatura fantástica, con todas sus ramas, pues libera a los lectores de mente cuadriculada de sus visiones “formales y normales”, sea más en cuento que en novela.
– ¿Qué rol juega en tus relatos el vértigo?
Es curiosa tu pregunta, porque el vértigo de una lectura debe resultar siempre de un hechizo: el lector debe comprender que, lo que está en sus manos, frente a sus ojos, es algo más que un cuento o una novela escrita por un mortal: tiene que creer que ese escrito es un suceso real o al menos uno interesante, pues cuando uno se da cuenta de que está leyendo “algo escrito”, siente “el desencanto”; en mi caso trato de convertir al lector en cómplice de mi escrito o al menos le muestro algo que vale la pena leer; intento definir mis personajes y la situación y me concentro en presentar algo que sea legible, entretenido y, si se puede, que sea un reto para quien me lea.
– ¿Podemos hablar de una Bolivia que escribe terror? ¿Algún autor nacional que prefieras?
Bolivia no escribe terror, pero ha coqueteado con el género desde siempre; no ha habido autores que se hayan metido mucho en el género: hablar de géneros les parece, a la mayoría de los escritores, algo comprometedor e incluso denigrante: y si bien hay escritores y pseudoescritores que halloweenizan el terror en sus publicaciones llenas de telarañas y calaveritas impresas en las páginas, todavía el género no se ha consolidado como la novela policíaca o la novela negra lo hizo en su tiempo; actualmente leo a Claudio Ferrufino C. y admiro su propuesta de literatura franca, abierta, que es universal, respetando a su vez lo local.
– ¿Cómo percibes el panorama y la dinámica literaria en el país? (vale decir: encuentros, concursos y publicaciones)
Creo que todavía somos una provincia pequeñita en cuanto a literatura: hay mucho rencor y peleas entre escritores que se creen superiores que otros. Hay poca humildad y sinceridad para incluir en los agradecimientos a los editores y correctores de estilo; la mayoría de los escritores, en Bolivia, creen que sus publicaciones son resultado de sus talentos solamente. El panorama cultural y literario necesita de sensatez: hay un exceso de solemnidad en el ambiente, y casi se lo puede ver (y oler) en el mismo aire; con ello, te puedo decir que en cuanto a encuentros no hay horizontes definidos (todos quieren hablar o de géneros o de contemporaneidad), pero te aseguro que si aprendemos mejor de todos, los habrá, y horizontes más amplios que los que pretenden ahora hacernos creer los motivadores o promotores culturales. En cuanto a concursos, prefiero decir que nos iría mejor, pero, qué diablos: recientemente se están reconociendo a nuevos valores, ¡y eso me entusiasma mucho! Por último, las publicaciones están en pleno ascenso, hay más calidad y diversidad cada vez, eso demuestra que, aunque pequeños, estamos haciendo, poco a poco, las cosas bien.
– ¿Tu proceso de creación se impregna del paisaje, de lo que está más cercano o tratas de evitar la autobiografía excesiva?
Escribir siempre implica sacar elementos del propio medio y plasmarlos consciente o inconscientemente en el producto. Leyendo lo que escribo siempre me he topado con mi reflejo, y muchas veces lo hago sin querer. Uso lo que tengo: el lenguaje, el medio, la vida, el dolor, el amor, y aunque escriba sobre hombres lobo en Suecia, o sobre vampiros en Tarija, o sobre zombies cristianos en Potosí, siempre me encuentro por ahí, tanto en mi humor como en mi forma de actuar o de ver el mundo; siempre ha sido así, me es muy difícil crear personajes o historias sin empaparle mi imagen o mi humor o, en fin… mi esencia; creo que todos los escritores han pasado por eso alguna vez: intentar no ser reconocidos en sus historias. Pocos lo logran.
– Para finalizar ¿qué esperas de Daniel Averanga?
Pues de mi persona, espero que tenga la voluntad para sobrevivir de esta manera. Es más fácil ser barrendero porque te dicen dónde tienes que barrer y cómo hacerlo. El escritor no sabe de sus límites, no necesita de un jefe que le diga qué escribir ni cómo escribir, ni cuándo: tiene libertad para crear lo que quiera, pero esa libertad no es completa, e incluso tiene doble filo. Quisiera pensar que mi persona pueda sorprender como cuando tenía nueve años… Eso espero, y espero que las demás personas no esperen nada de mí, y puedan sorprenderse doblemente de mis trabajos.
Fuente: Ecdótica