Vigilando el humo
Por: Cecilia Romero
(Texto leido en la presentación del poemario “Vigilar el humo” de Yamil Escaffi)
En Vigilar el Humo, antes de la poesía viene la imagen que rememora esos tiempos en que la caliente bocanada de una hoguera se elevaba al aire, en el último campamento estudiantil hace casi ya 20 años, ver las volutas jugar a ser caballitos de aire y sentir algo aquí en el pecho, la vorágine de un pequeño huracán o la espina de una reciente melancolía, así fue entrar a la poesía de Yamil Escaffi por una puerta que se abre inesperada y tiene un misterioso 9 en relieve en la portada. Quizá es el último dígito que cierra o abre su poema números, donde la mirada se detiene en un ocho, ocho donde, en voz de Yamil, después del desierto aparece un árbol de follaje creciendo dentro la tierra.
Hemos entrado al libro, dice la poesía de Yamil Escaffi, que hay cosas que no deben hacerse visibles, deben permitirse el misterio, ese que ha sido degradado por las sociedades que han sabido premiar bien eso de consumir la novedad en su propia hoguera. Es ahí donde entendemos que la creación poética de 9, se evidencia un vínculo indisoluble con el escritor, en esa unión que es fugaz y que de alguna manera permanece.
Este es un lugar donde niños arrojan peces al mar, estancia donde se nos dice que los verdaderos relojes giran hacia adentro, páramo en el que no pretendamos mirar sin espantar palomas ni cerrar los parpados como trampas para osos, valles donde los ojos dice Escaffi son serpientes espirales que como los relojes miran para adentro.
Poesía que hace nacer bosques, que permite de igual manera que un árbol nos esconda en tu tronco cuando sea necesario. Y el amor será un pájaro que se quema, arde el amor sin remedio arde.
Escaffi cumple el precepto de Pizarnik, desde un principio, la poesía es una auténtica patria del hombre. La patria de su última inocencia. Esa patria grande donde el autor es un barco y ese es su signo itinerario. Este libro es la constancia de que el escritor reafirma su férrea intención de vivir y vivirse en la poesía. En su prosa asistimos no a un derrumbe, menos al ocaso, presenciamos una celebración, una poesía esencialista que viaja a la médula y al centro, al corazón de lo que nos hace: al humo que nos habita.
En mar roto, segunda parte de este libro, transcurre el paisaje como una serie de momentos de compresión, somos parte de ese entramado, en el mar somos uno, es su naturaleza performática, azul, liviana y violenta. También somos barco, barco que se convierte, en palabras del autor, en una enorme trampa para ratones, barcos que están al borde de la zozobra y que persisten en su afán de navegar o barcos que en sueños no avanzan.
En palabras de Ramón Almela la obra es el símbolo de la que el artista es el síntoma. Ese síntoma en la poesía de Yamil Escaffi es sin duda la de un barco síntoma, un horizonte que se mueve con nosotros, que pese a las aguas, ha decidido navegar como signo de lo necesario. Su barco cabe en la palma de una mano y es tan inmenso como el mismo mar. Poesía que puede dividir las aguas y en este acto profético, permitir al lector volverse a enamorar del olor de la tierra húmeda, el barro perfumado de las palabras.
Fuente: Ecdótica