El misterioso caso de los escritores Bartleby
Por: Cristóbal Zamudio
Bartleby y Compañía es un libro de difícil clasificación. A decir de algún entendido, se trata de una obra paraliteraria. El libro gira en torno a los numerosos casos de sujetos que deciden no escribir y sin embargo hacen literatura. Basado en un cuento de Melvill, Enrique Vila Matas los llama Bartleby, tocados por el Mal.
En cada caso el detonando del síndrome del Bartleby es diferente, pero esencialmente tiene el mismo efecto al paralizar por completo al escritor, y hacerle decidirse por no escribir. Las excusas que Vila Matas colecciona a lo largo de su cuaderno de notas (ya que él mismo se siente tocado por el mal, y se rehúsa a llamar libro a su libro y en su renuncia le pone el nombre de “notas sin texto”), en realidad son una recolección, un repaso minucioso, por autores y no autores, que no hace más que mostrar la exquisitez y erudición del escritor en temas de literatura.
Desde un inicio la voz que relata busca en realidad negarse, ocultarse, morir. Su intención es suicida, pero una vez más la total negación no hace más que afirmarlo. Pero volvamos a la colección de excusas, desde la de Rulfo, quien dice que después de Pedro Páramo no escribió más porque su tío Celerino, quien le contaba las historias había muerto, hasta la de los muebles del joven aprendiz Cadou. “Al joven Cadou le impresionó tanto ver a Gombrowicz entre las cuatro paredes de la casa de sus padres, que apenas pronunció palabra a lo largo de la velada y acabó sintiéndose literalmente un mueble del salón en el que cenaron”.
Cadou sufre un mal que le lleva a pintar muebles en lienzos, descabellada salida que queda más o menos explicada por Vila Matas cuando la atribuye a una parálisis total del joven y prometedor escritor, surgida ante la abrumadora presencia de un gran autor que en vez de estimularlo lo paraliza al punto de congelarlo, y le genera una angustia que se refleja en la pintura de objetos observantes, inmóviles. “Todos sus cuadros tenían como protagonista absoluto un mueble, y todos llevaban el mismo enigmático y repetitivo título: Autorretrato”.
Uno a uno, los casos divierten, y apasionan las ocurrencias de la gente para justificar su no escribir; tanto que uno se empieza a cuestionar si fueron ciertas o sólo una invención del personaje de Vila Matas. La veracidad, no obstante, gana fuerza dada la simplicidad pueblerina de Rulfo, avasalladora por su profundidad. Así, si bien la incomprensible decisión de Cadou hace dudar nuevamente de la existencia de tal personaje, Vila Matas se encarga de disipar cualquier titubeo: “Sobre el caso de Cadou hay un interesante estudio de Georges Perec (Retrato del autor visto como un mueble)”. Si Perec lo estudió, debió de existir.
Revisando superficialmente la literatura nacional, existen casos parecidos que pueden tomarse como claros ejemplos de Bartleby, o autores tocados por el mal. Me permito citar dos: Adela Zamudio y Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Zamudio escribe un solo libro, Íntimas, aunque puede argumentarse que al tener una obra poética considerable no es posible que haya sido “tocada por el mal” por sólo haber publicado un libro. Pero acorde a varias biografías, se conoce que Zamudio retiró personalmente numerosos ejemplares de su obra de las librerías de Cochabamba. Algunos autores dicen que al tener errores en la impresión, esa publicación la avergonzaba, pero éste resulta un pobre argumento pues Zamudio ya había enfrentado vergüenzas mayores con mucha hidalguía; arremeter contra la Iglesia no era cosa de poca monta.
De Marcelo Quiroga Santa Cruz casi no quedan dudas; fue tocado por el mal, fue un auténtico Bartleby. Su única obra, Los Deshabitados, es el reflejo de este tipo de personajes. Al parecer el libro purga la angustia del autor, sus deseos de escribir y la realidad de no hacerlo. La frase que puede sintetizar la esencia Bartleby en la novela es la que dice su personaje principal Fernando Durcot: “A la escritura le llamas fe, pero su verdadero nombre es miedo”.
Quiroga Santa Cruz no vuelve a escribir más. Aunque existen ensayos y otros textos de tinte político, y una novela póstuma e inconclusa, su labor netamente literaria empieza y concluye con su única obra. Al parecer, un denominador común existe entre estos dos escritores, la lucha por una causa los desvía de un quehacer exclusivamente literario.
Bartleby y Compañía es un libro fascinante que explora la idea de definirse por negación. Hace un viaje sutil y a la vez profundo al muy frecuente temperamento triste y solitario del escritor que se niega a sí mismo, sin embargo, en palabras de Jaime Saenz, “el escritor no se hace, sino es”.
Fuente: www.laprensa.com