09/18/2014 por Marcelo Paz Soldan
El mundo literario de Raúl Rivero Adriázola

El mundo literario de Raúl Rivero Adriázola

Raul Rivero

El mundo literario de Raúl Rivero Adriázola
Por: Lupe Andrade Salmón

Si usted está leyendo esta columna, con seguridad no es alguien que lee solamente por necesidad o trabajo: usted lee porque le gusta hacerlo. Créame, esos lectores no son tantos como para tomarlos a la ligera, y cada uno tiene su mérito además de su criterio, sus gustos, antipatías, exigencias y preferencias abiertas u ocultas. Cada lector es un mundo al cual el escritor llega anhelante y a tientas, sin saber a ciencia cierta qué efecto tienen sus palabras, y sin tener la certeza de ser bien comprendido o apreciado. Ambos se necesitan, pero el pacto entre escritor y lector es secreto, aunque los resultados pueden variar desde la indiferencia hasta la transformación de una vida.
Así como el lector toma a diario su dosis imprescindible de palabras impresas (o virtuales) porque sin ellas se siente incompleto, el escritor necesita escribir. Así, pasa por un proceso de comunicación con el desconocido pero ansiado lector con facetas que van desde la seducción, al amor o hasta el desengaño. El escritor verdadero es ése que se pasa las noches urdiendo la trama de su siguiente libro, buscando la palabra exacta para el sentimiento preciso; que se obsesiona con la historia, que va dibujando a sus personajes como si tuviera un pincel en la mano, dándoles dimensión y profundidad y que sueña con sus lectores; es un ser impulsado a escribir por sus propios demonios o ángeles; feliz y desdichado, colmado e insatisfecho, siempre hambriento de un nuevo personaje, soñando con una trama de luces propias, gestor de un nuevo libro que nace como un hijo, cargado de esperanzas y dudas.
Es decir, esta columna trata de un escritor, de un personaje y de usted, estimado lector. El escritor es Raúl Rivero Adriázola y el personaje es Víctor Andrade, mi padre, uno de esos seres extraordinarios que se niegan a morir del todo, a quien ahora pueden conocer. Aunque parezca increíble, mi padre me presentó a Raúl Rivero veintitantos años después de haber fallecido, habiéndose convertido en un personaje de su novela. Hoy, gracias a él y a la tenacidad del escritor tengo un nuevo amigo, lo cual es desde ya un privilegio, pero además, a través de la novela “Memorias bajo fuego”, volví a ver a mi padre en un viaje mágico hacia el pasado. Allí está un Víctor Andrade auténtico, joven, dinámico, idealista y decidido. En las páginas de este libro (cuya trama no contaré), está él con toda una generación de jóvenes que quisieron transformar a su país luego de la Guerra del Chaco.
Ese Víctor Andrade de la novela es ciertamente mi padre… allí está su forma de hablar, están sus actuaciones, sus ideales, sus conflictos, sus historias de la guerra y sus secuelas políticas. También es alguien nuevo… alguien reinventado por Rivero Adriázola, y lo veo actuando antes de que yo naciera, soñando (como sí soñó) desde el Chaco con un país más justo, una vida nueva, una nueva forma de amar a su patria. Al leer la novela, también de alguna forma pude conocer distintas facetas de Gualberto Villarroel, Germán Busch, Augusto “Chueco” Céspedes, Víctor Paz y muchos otros quienes fueron parte de mi infancia y juventud.
Finalmente, más allá de los personajes, encontré una trama, un relato que envuelve al lector, obligándolo a aquilatar el pasado y a mirarse a sí mismo en el espejo de la historia de su país. No es poca cosa el viaje impresionante, doloroso y casi imprescindible al que nos arrastra un extraordinario novelista. Leer Memorias bajo fuego es una experiencia que bien vale la pena.
Fuente: Los Tiempos