El hilo tenso que nos une. A propósito de Distancia de rescate
Por: Agustín Ducanto
¿Qué es lo que sucede cuando ignoramos nuestra parte de responsabilidad ante el desastre, cuando ni siquiera sabemos cómo es que también nosotros fuimos responsables, cuando ignoramos cuál fue el punto exacto en que todo empezó a derrumbarse? ¿Cómo afecta eso a la gente que nos rodea, a la gente que más nos importa?
Distancia de rescate (2014), el nuevo libro de Samanta Schweblin, se plantea como un intento de responder estos interrogantes, aunque de un modo muy vedado, plagado de claroscuros y puntos donde el sentido parece fugarse. Al principio de la novela, hay solo dos voces que dialogan y se interrumpen mutuamente. Se acompañan, también. Buscan recordar algo que pasó, algo del pasado. Buscan poner en palabras ciertos hechos, construir una historia, y para ello se sumergen en el relato, en la puesta en discurso del habla.
Al principio, hay solo dos voces que hablan y en las que se pierde la trama, sin definirse, como una imagen borrosa o un sonido enfrascado. Una de esas voces, la del chico, la de David, interroga, como en medio de una pesquisa, de una investigación, a la otra, la de Amanda, que intenta dar sentido a sus palabras para poder construir la historia. El diálogo que mantienen se confunde en la indefinición de un espacio y un tiempo desconocidos para el lector. No hay, como suele llamarse, por lo menos en el comienzo de la novela, un lugar de la enunciación más que la misma enunciación.
Amanda habla, recuerda, y David la escucha, pregunta, interpreta. Eso es todo. ¿Pero por qué? ¿Qué es lo que buscan?
“…hay que encontrar el punto exacto en el que nacen los gusanos./ ¿Por qué?/ Porque es importante, es muy importante para todos.”.
De a poco, la novela empieza a ahondar en diferentes elementos y, aunque hay ciertos aspectos de la trama que siguen confundiéndose y superponiéndose de maneras extrañas, al mismo tiempo, hay algún tipo de sentido que empieza a vislumbrarse en lo que vamos leyendo. Algo aparece, como entre la espesura de un matorral en medio de la noche, ante nosotros.
David hace las veces de investigador, como inmerso en un caso de vida o muerte, y Amanda es interrogada, es quien da testimonio. Intentan identificar cuándo es que aparecen los gusanos, que no son gusanos pero es como si lo fueran. Más precisamente, el momento exacto en que estos aparecen, porque eso es lo que de verdad importa, por lo menos al comienzo. Por eso hablan, porque necesitan construir la historia de lo que sucedió y de lo que sucede. Pero Amanda no puede hacerlo sola y para eso está David. Para ayudarla.
Entonces ella recuerda algo sobre una casa en un pueblo, en unas vacaciones; recuerda a una vecina, Clara, la madre de David, y la historia terrible que esta le cuenta; recuerda el campo y sus límites; recuerda la ausencia de su marido que debe llegar en unos días y la presencia de su hija, Nina. Recuerda la importancia de la “distancia de rescate” – una especie de sexto sentido materno, mediante el cual mide el peligro que hay con respecto a su hija; una especie de hilo imaginario, aunque no por eso menos real, que las mantiene unidas.
David bucea en el relato de Amanda, dándole un sentido, recortando y acomodando los distintos elementos que lo conforman. Es él quien decide qué cosas conviene iluminar antes que otras, en qué detalles es necesario detenerse y qué observaciones de Amanda tienen relevancia porque pueden ayudarla a recordar. Buscan lo que realmente importa en ese recuerdo, buscan el punto exacto, y por eso tienen que ser precisos.
Pero, ¿el punto exacto de qué? ¿De la aparición de los gusanos? ¿Por qué? ¿Qué es importante acerca de los gusanos? ¿Son lo que realmente importa o hay algo más?
“Sobre la mesa, a esa hora de la madrugada, la lata tiene una presencia alarmante. Esto sí importa, ¿no?/ Esto importa muchísimo.”
La novela toda es eso. La investigación que se desarrolla conforme avanzan las páginas y también las razones de esa investigación, que por momentos encuentra su forma en el relato de Amanda y por momentos se pierde. Y la novela toda es, además, la puesta en escena del acto de narrar, de la habilidad de encontrar en ciertos hechos los aspectos más relevantes, del manejo del ritmo y lo saberes. Porque hay algo ahí, en esa construcción que Amanda intenta llevar a cabo con la ayuda de David, que es vital, que es importante para todos.
Y lo peor es que hay poco tiempo, hay muy poco tiempo.
¿Pero para qué?
A medida que la historia que construyen juntos David y Amanda va adquiriendo un sentido, a medida que los puntos que es necesario iluminar son iluminados, los dos planos que constituyen el relato empiezan a definirse y a implicarse mutuamente. De a poco, aunque de manera esquiva, vamos entendiendo dónde están los personajes y por qué hablan de lo que hablan. Entendemos la importancia de Carla y de Nina, aunque no sepamos dónde están. Pero a medida que la acción transcurre en los espacios que comparten David y Amanda, el relato de esta empieza a flaquear, empieza a confundirse, avanza y retrocede, como si ya no hubiese más movimientos posibles o ya ningún movimiento tuviese sentido. Queda poco tiempo y ella empieza a perderse en la nebulosa de lo que tiene que narrar.
Pero, finalmente, ¿por qué es importante recordar, por qué David fuerza a Amanda a hacerlo? Quizás porque es importante para todos que lo haga, quizás porque intenta ayudarla, porque hay algo, en el recuerdo, en donde se cifra todo lo que sucede, ha sucedido y sucederá a partir de entonces, para ellos y para otros. Quizás porque el mundo es un lugar hostil, que cada vez lo es más, y es necesario detenerse un segundo y entender ciertas cosas. Comprender para poder actuar en consecuencia. Aunque ya no quede tiempo. Porque hay otras personas que dependen de uno, porque Nina depende de Amanda, porque sigue dependiendo de ella, no importa qué es lo que pase, porque la distancia de rescate no debería ser tan grande como para que no podamos sortearla cuando sea necesario hacerlo.
Porque, a fin de cuentas, Distancia de rescate es una novela sobre madres y padres y sobre hijos. Sobre las formas del amor posible entre ellos. Sobre las obsesiones y los miedos que ser padres pueden despertar en el ser humano cuando la vida de otros se superpone con la nuestra. Sobre cómo se sobrelleva el caos de un posible apocalipsis que intenta pasar desapercibido porque solos nos afecta a nosotros, íntimamente.
Samanta Schweblin escribe una novela intrincada y ágil al mismo tiempo. Una novela que avanza y que se devora, quizás porque hay poco tiempo, muy poco tiempo. Una novela opresiva, y desconcertante por momentos. Schweblin sigue en la senda de ciertas líneas que ya había planteado con algunos cuentos de El núcleo del disturbio (2002) y Pájaros en la boca (2009), pero ahonda en ellas todavía más, complejizando la propuesta, dominando aún más la técnica.
Personalmente, quisiera que existiesen más libros de la autora. Pero está bien así. Hay algo en este y en los anteriores que todavía nos permite, como lectores, seguir dilucidando sentidos, buceando en los claroscuros y en las zonas abisales donde a la luz le cuesta llegar.
Distancia de rescate es la historia de cómo Amanda ama a Nina, pero también de la condición humana. Y eso es algo que nunca vamos a terminar de iluminar lo suficiente.
Fuente: Ecdótica