Un antes seguro, un después conjetural
Por: Luis H. Antezana J.
En literatura, el “antes” del 52 es seguro. El “después” del 52 es mucho más conjetural. Me explico. La Guerra del Chaco sería
—como destacan muchos estudios sobre el 52— la clave.
Desde el punto de vista literario, la “narrativa de la Guerra del Chaco” sería el mejor ejemplo de esa construcción hacia el 52. Simbólico, al respecto, es el final de Aluvión de fuego de Cerruto, con la guerra como trasfondo, desde la mina Espíritu Santo se anuncia la futura revolución. (Obviamente, no se sabe cuál, faltaban 15 años, pero ya se la anuncia).
Por otra parte, esa narrativa colaboró a enraizar la necesidad de superar la derrota que, por este y otros medios, dejó de ser un mero fracaso bélico y se transformó en una resistencia heroica destinada a un futuro aparentemente imposible tipo El pozo (Céspedes) o Laguna H-3 (Costa Du Rels) —supuesto que vale aún hoy en día, tan arraigado está. Otro camino corto: Sangre de mestizos de Céspedes no sólo es la joya narrativa que conocemos, sino obra militante del autor quien, además, siempre hacia el 52, escribirá luego El metal del diablo que, en su momento, se leyó como una denuncia directa al “Super-Estado” minero, vía una biografía ficticia de Patiño.
En suma, después de la Guerra del Chaco, mano a mano con otros muchos factores convergentes, la literatura hace lo suyo construyendo el imaginario social para la (posible) Revolución del 52. Es interesante meditar, dicho sea de paso, sobre la construcción de un “imaginario colectivo” previo, destaco la palabra, a los hechos que lo confirman. Zavaleta Mercado diría que el prejuicio intersubjetivo ya existía (“después de Nanawa”) antes de una crisis que lo “realice.”
¿Después? Las medidas sociales (Nacionalización de las Minas, Reforma Agraria, Voto Universal, Reforma Educativa, co-gestión, etc.) opacan las posibles celebraciones literarias de la Revolución, por un lado, y, por otro, parte de la literatura tiende a motivar una radicalización aún mayor de la Revolución, como la de articular “fuera del Estado” a los sindicatos mineros y campesinos, como se puede leer, por ejemplo, en la obra de Jesús Lara (piénsese en Yawarninchej): pero, personalmente, yo creo que el más importante motor cultural post-52 fue el cine estatal, vía el Instituto Cinematográfico Boliviano (piénsese en los maravillosos documentales de Jorge Ruiz, en los que la propaganda, la pedagogía y el arte intercambian, sin mayores problemas, sus términos).
Por otra parte, el costumbrismo tradicional (ése de “los trozos de vida”), probablemente, comienza a ser superado ya en los 40 con las iniciativas de la Gesta Bárbara de Medinaceli, Churata, Alba y compañía; porque su edición es muy posterior a su escritura, podríamos jugar diciendo que el costumbrismo se acaba con La Chaskañawi (1942). Otra vez: la Guerra del Chaco (1932-1935) fue la gota que desbordó esos vasos. Aunque todavía no hay renovaciones formales notables, después del Chaco, parece que ya no basta con “mostrar” (costumbres), hay que proponer… y denunciar.
Ahora bien, para ubicar la influencia del 52 en el pensamiento e ideología habría que trazar una (imaginaria) línea generacional. Es obvio que los coetáneos, pro o con, no podían evitar su impacto y que para las generaciones posteriores este impacto sería ya muy indirecto. Para no olvidar su peso habría que subrayar que aun aquellos que escriben contra tienen, de una u otra manera, al 52 en el pensamiento.
Fuente: www.laprensa.com.bo