Sobre Serenata cósmica, de Juan Pablo Piñeiro
Por: Fernando Molina
Las palabras, evidente instrumento de la literatura, deben tener un propósito: ser medios de un determinado fin. La narración de una historia, un sentimiento, una revelación poética. Las palabras sin propósito (o sin consciencia de que en el fondo carecen de propósito) se acumulan simplemente para dar lugar a un “artefacto” literario: una exhibición retórica que causa perplejidad: ¿para qué, finalmente, el escritor ha escrito el libro, si no le interesa (o si no es capaz de) causar un efecto estético y emocional en nosotros, sus lectores? ¿Escribe por escribir, como un ejercicio de expresión, sin mucho o nada que decir, para dejar una huella de su paso por el teclado? ¿Para ser reconocido como escritor o para publicar (sirena que nos tienta a todos)?
Estas ideas se me ocurrieron mientras leía el último libro de Juan Pablo Piñeiro, Serenata cósmica, una serie de cuentos sin trama, a veces anécdotas, a veces casi prosas poéticas. En estas historias hay fantasmas, muertos y payasos, pero no hay escabrosidad ni, por consiguiente, miedo. Hay ciertos elementos fantásticos poco persuasivos (uno sabe todo el tiempo que son elementos incluidos por el autor, decisiones literarias; y no se las compra). Hay chistes, pero no propiamente un tono cómico. En fin, hay una obra que nunca logra transformarse en un “mundo” independiente del autor; en una realidad ficticia que podamos habitar. Todo el rato, mientras leemos, estamos frente a Piñeiro y sus asuntos (que por suerte –y esto habla bien de él– el expositor no se toma muy en serio). Acabo de terminar el libro y ya no recuerdo otro personaje que el del autor, un hombre joven que escribe bien.
Para algunos, el arte es expresión: lo que cuenta, entonces, es la subjetividad del hacedor. ¿Ha sido capaz de volcar en la obra su personalidad, y esta ha resultado tan poderosa para conseguir subyugarnos? Para otros, el arte es la consumación de una habilidad personal que, al concretarse cada vez con mayor perfección, produce la mentada subyugación: primero la del propio autor, que queda fascinado por lo que él mismo puede hacer, y después la del público. No voy a invitar a mis lectores a que se enrolen en una u otra interpretación. Es posible encontrar obras que calzan perfectamente con una o la otra. Lo que quiero decir es que cuando una obra de arte carece de una personalidad fuera de serie o, en cambio, de una “cocina” literaria muy cuidadosa, sofisticada, astuta y habilidosa, entonces estamos ante un intento artístico fallido.
A Piñeiro le sobra fama. Esta mi lectura adusta, amarga casi, de su última producción, sorprenderá (quizá molestará) a sus seguidores. Solo me queda lamentarlo. Puedo estar equivocado, pero no puedo ser deshonesto. En todo caso, los jóvenes escritores deben inhibirse de escuchar demasiado las críticas, especialmente cuando son elogiosas.
Fuente: Revista 88 Grados