¿Quién es el hacedor de máquinas?
Por: Raúl Prada Alcoreza
¿Quién es el hacedor de máquinas para Carla Roca Ortiz? En su libro, que lleva el título precisamente de El hacedor de máquinas, la autora nos presenta a un inventor de máquinas; pero, ¿qué clase de inventor es? ¿Qué clase de máquinas diseña y construye?
Se trata de un inventor, un ingeniero que, obviamente, no construye desde las palpitaciones del corazón. De ninguna manera lo podríamos llamar arquitecto de las emociones; menos de los sueños, de las utopías.
Sería todo un contraste; al que, ciertamente, no estamos acostumbrados, en la modernidad; época en la que, más bien, tenemos la costumbre de relacionar la construcción de máquinas, la revolución industrial británica con la subordinación de las emociones.
Al contrario, consideramos este quehacer, este hacer, como parte de la racionalidad instrumental. ¿Cómo explicar el contraste con el que juega Carla Roca? Indudablemente estamos ante la figura de un inventor de la modernidad; parece formar parte de la tradición inaugural de los alquimistas; empero, tradición abandonada, por así decirlo, con la estatalización de las búsquedas de la piedra filosofal. En el mejor caso, nos encontramos en el preludio mismo, humanista, de la modernidad, en el renacimiento.
Cuando el personaje femenino, que se encuentra casualmente con el hacedor, en una calle, y lo sigue hasta su espacio de diseño y fabricación; comparte con él la expectativa de semejante laburo, con cierta admiración desprendida; después le encarga la construcción de una máquina portátil, el inventor renacentista entra en crisis. ¿Por qué?
¿La máquina portátil es el producto extremo de la modernidad instrumental, de una posmodernidad? ¿En ese mundo extremo, vertiginoso, dúctil, de la constante fluidez, no habría cabida para los sentimientos, para las producciones sentidas, para las plasmaciones sentimentales, para los sueños?
Al contrario, el personaje femenino le pide al hacedor dejarse fluir, encontrar su esencia, sin máscaras, sin inhibiciones. El hacedor no puede ante este desafío, no puede dejarse fluir; prefiere continuar con su labor instrumental, mecánica, dominadora del metal con el que trabaja.
El personaje femenino se desencanta; comprende, de repente, que no es posible lograrlo, hacer que el hacedor se encuentre con su esencia oculta, pues él renuncia al conocimiento. No al conocimiento positivista, sino a la hermenéutica, la comprensión del texto y del contexto de los entramados humanos.
La distancia entre el hacedor y su seguidora se hace enorme. Después de esta experiencia la discípula sigue su propio camino, dejando al hacedor martillar el metal con el que trabaja.
Al principio de la narración se comienza con una alegoría, la de la rana y el escorpión, que deben cruzar el río. El escorpión le pide subirse a la espalda de la rana; la rana le dice que le va a picar con su veneno, pues es un escorpión; el escorpión le dice que no podría hacerlo, pues si lo hace morirían los dos.
Se ponen de acuerdo y cruzan el río; todo va bien, hasta que el escorpión no puede con su instinto y clava el aguijón en la rana; con lo que el desenlace fatal se da. Ambos mueren.
¿Cuál es el mensaje? Si no se apoyan, si no se complementan, rana y escorpión cuando tienen que hacerlo para poder cruzar el río, ambos mueren. Aunque se puede decir que la rana podría haberlo hecho sola. El mensaje es más bien al escorpión, que no renuncia a su instinto, a su naturaleza; que no asume el acompañamiento en este cruce. Por eso muere. Se ahoga junto a la rana, inyectada por su veneno.
¿El hacedor es el escorpión? El hacedor ya es una metáfora. Estamos ente la metáfora de la metáfora. El inventor, el ingeniero de la racionalidad instrumental, termina actuando como el escorpión; matando al acompañante, a la rana que le ayuda a cruzar el río.
Recorriendo el camino de las metáforas, insinuadas en la narración, podemos hacer emerger la metáfora implícita, metáfora de contexto, de que la revolución industrial termina destruyendo la naturaleza. De que la modernidad, la racionalidad instrumental no dejan fluir la potencia de la vida.
El hacedor hace, es un productor; hace máquinas, máquinas que cumplen sus funciones programadas y calculadas. El hacedor también deshace, se deshace a sí mismo al renunciar a fluir, al renunciar a sí mismo para lograr ser para sí mismo.
Por la versión de la narración, sabemos que tampoco es para “otro”; sabemos que no se entrega, que considera que todos se mueven egoístamente. ¿Entonces para quién es el hacedor?
Una exégesis hegeliana nos llevaría a interpretarlo a partir de la figura conceptual de la enajenación. Un sujeto subsumido en el fetichismo de la maquinaria.
El hacedor de máquinas nos transmite una crítica a la racionalidad instrumentalizada internalizada en el sujeto; sujeto que aparece, siguiendo con la exégesis hegeliana, como sujeto enajenado.
Se trata de una crítica configurada literariamente, en forma proverbial; también se trata de un cuento, que se despliega desde la memoria de un personaje femenino. Memoria que rememora una historia de desencanto y desamor.
Como literatura, el cuento contiene varios planos, varios sedimentos; por lo tanto, también varias interpretaciones. Algunas de ellas las hemos bosquejado en el comentario. Otras quedan pendientes. Sin embargo, habría que aludir, en forma de hipótesis, un boceto más, comparando esta narración con otras de la escritora.
Carla Roca usa mucho, en la composición de la trama de sus narraciones, la idea del inacabamiento, la idea paradójica de que la realización de la plenitud se logra precisamente en el inacabamiento, en la apertura constante, en el fluir de la creatividad.
Ésta es una idea del espaciamiento sin límites; horizontes abiertos. Es interesante comparar este texto anterior, El hacedor de máquinas, con otro posterior, La tejedora. En ambos, esta apuesta por el inacabamiento.
Fuente: Ideas