Madre
Por: Verónica Viveros Guzmán
Madre, no se vos, pero yo siento que ese lienzo nuevo que has comprado me observa cuando me quedo a leer en el sillón y me sigue con la mirada cuando salgo de la sala. Tiene algo. En serio, aunque creas que estoy mal de la cabeza y sospeches que me falta no uno sino tres tornillos, yo siento que hay gente que vive en esa pintura. Tengo la impresión que los habitantes del cuadro, duermen, aman y comen en esa casona pintada con óleo supuestamente francés. Y digo supuestamente porque creo que Don Elías, embustero como es, podría venderte papas como si fuesen oro y vos toda ingenua le creerías sólo por la reverenda bocaza y galantería que el mencionado señor tiene. En fin, como no me crees, quizás lo mejor es no pasar delante del cuadro y hacerme a la desentendida para evitar esas miradas embrujadas que me siguen, pues yo sí creo en vidas paralelas, en mundos desconocidos, en otras dimensiones, en brujerías y cosas que no podríamos entender ni haciendo el intento. Madre, he estado pensando que quizás debamos mover el cuadro, quizás podríamos llevarlo al sótano, así me sentiría más tranquila. Ayer Doña Clotilde toda horrorizada me dijo que había visto gente apoyada en los balcones de la casona pintada y que no sólo la miraron, dijo también que había una niña con vestido blanco que la saludaba con malicia y picardía propia de los niños enclaustrados en pinturas supuestamente francesas. Y bueno, por lo menos ahora me siento menos loca, pues llegue a pensar que eran cosas mías, y no digas que yo le estoy poniendo ideas absurdas en la cabeza, porque con lo miedosa que es, no le he dicho palabra alguna a fin de no crear más caos en la casa. Madre, la cosa se está poniendo más descabellada aún. Ayer ocupada en los afanes diarios, olvidé que no debía mirar el cuadro y también vi a esa liliputiense familia que habita en él. Ni veinte Padres Nuestros lograron que mi alma volviera al cuerpo. Por favor no me mires así, la cosa es seria. Esa gente nos ve chueco porque quieren ser nosotros y que nosotros temamos de ellos. Lo mejor sería llevarlos al sótano o quemar el cuadro embrujado. ¿Qué te costó doscientos pesos? No madre, aquí no importa la plata, importamos nosotros. ¿Qué por qué vos nunca has visto nada? No sé madre, no tengo respuesta para eso, quizás porque los fantasmas se aparecen precisamente a la gente que cree en ellos. Lógico, quizás la incredulidad de la gente los vuelve invisibles y el creer en ellos los va engordando. Quizás como saben que sabemos y son más astutos que nosotros se esconden cuando vos pasas y se la pasan jugando con mi cordura. Sí, ellos quieren que vos pienses que estoy loca, pues déjame decirte que no lo estoy y Doña Clotilde cada vez que pasa por la sala se persigna, puede dar fe de eso. O quizás saben que si vos sabes, los mandarás sin más ni más al sótano y ahí no tendrían a quien mirar sólo a las escobas y trastos viejos que guardamos ahí, o a las ratas que ni se darían cuenta de su existencia o en el mejor de los casos acabarían comiéndoselos de a poquito. Abre los ojos madre, esa gente se trae algo. ¡El lienzo está vivo! Madre, he estado pensando bien las cosas. Si este es un cuadro supuestamente francés, ¿Por qué Don Elías lo vendería tan barato?, quizás el hombre ya se dio cuenta que el cuadro está poseído por seres que viven en él y lo vendió a precio de gallina muerta. Vos sabes que ese señor no le rebaja un centavo ni a su propia sangre. Madre, o se mueve el cuadro o me voy de la casa, esto ya está de buen tamaño. No puede ser que te hagas la sorda cuando estoy hecha un manojo de nervios y no puedo ni siquiera cerrar los ojos en las noches porque me da miedo que la gente que vive en el cuadro, por muy francés que sea, salga un día de estos. No, no estoy loca, ya te he dicho que hasta el perro aúlla cada vez que se abre la puerta de la sala. Es más, no quiere entrar a la casa ni cuando hace frío, y es porque los perros ven más allá de lo evidente. Los perros saben. Madre me hace mucho frío, el paisaje, el sol era una ilusión y las pocas nubes eran sólo de óleos chinos. Dicen por aquí que este lienzo barato fue pintando por un hombre teñido por la soledad, la tristeza y el abandono. Todos los que estamos aquí vivimos solos, tristes y abandonados. Madre estoy aquí mírame por favor te estoy gritando y no me escuchas. Mucha gente habita este siniestro lugar y todos han aprendido a cambiar la resignación por el deseo de poblar la campiña de gentes que sí creen en la existencia de cuadros embrujados por muy franceses que sean o parezcan. La niña del vestido blanco se llama Florencia y toda la inocencia que seguramente tuvo en sus días felices, hoy ha sido gobernada por la malicia típica de los niños enclaustrados en lienzos pintados con óleos chinos. Madre no sufras que no me he ido a ningún lado, estoy aquí y te veo llorando y no me escuchas. Madre no te sientas culpable por no haberme escuchado. Madre no me tragó la tierra, me tragó el cuadro. Madre abre tu mente un poquito y me podrás ver. Madre por favor, no lleves el cuadro al sótano, no quiero pasar el resto de mis días entre escobas, ratas y trastos viejos y olvidados. Esto es peor que el báratro ardiente al que temía cuando era niña y el Padre Manuel decía que iría derechito si osaba pecar. Madre por favor está muy obscuro y no veo nada, sólo escucho el ruidito insoportable de las ratas que ya pronto acabaran de comerse los periódicos y vendrán por nosotros. Madre…
Fuente: Ecdótica