Saenz, el peregrino
Por: Rubén Vargas
La verdad es que no sé con certeza de quién surgió la idea, tal vez de una de las tantas charlas nocturnas entre amigos, lo cierto es que se nos ocurrió realizar una fiesta de disfraces para los carnavales”, recuerda Blanca Wiethüchter en Memoria solicitada, su libro de memorias dedicado al escritor Jaime Saenz. “No fueron muchos los invitados —continúa—, pero condición fue que nadie podía ser admitido sin disfraz. El mismo Saenz se vistió prolijamente de peregrino”. Tal fiesta se llamó “Una noche en Montecarlo” y ocurrió el 3 de marzo de 1979, sábado de tentación, en la sede de los Talleres Krupp, “cerca del Puente del Diablo”, para más datos, como reza la invitación que circuló entre los elegidos.
Hasta que Wiethüchter lo puso por escrito, el suceso permanecía en la memoria de los participantes y en eventuales relatos orales que, como ocurre con frecuencia tratándose de Saenz, el tiempo acaba por transfigurar, para bien o para mal.
Así las cosas hasta que un buen día de 2011, Alfonso Barrero Villanueva —universalmente conocido como el Sultán de Marruecos— recibió de manos de Ramiro Molina Barrios unas fotografías tomadas en esa fiesta por su hermano Javier, el fotógrafo con quien Saenz trabajó en su libro Imágenes paceñas.
“Aparecieron de la nada, luego de 33 años”, recuerda Barrero en su página de Internet donde se publican las imágenes. El hecho “me sorprendió de sobremanera”, dice también Barrero y no le falta razón, pues tales fotografías vienen no solo a documentar la realización de esa fiesta de disfraces sino a revelar elocuentemente una faceta muy poco conocida de Saenz: su espíritu lúdico y su talante histriónico.
Vestido con el traje del Peregrino, Saenz recibió a sus invitados y para ellos pronunció un discurso de bienvenida: “¿Majestades imperiales, altezas reales! ¡Nobles damas, valerosos hidalgos! ¡Bienvenidos a Montecarlo! Misteriosos mandatos os han reunido esta noche en Montecarlo; en orgulloso aunque ruinoso castillo, al que habéis acudido sin que os importara compartir un mismo techo con trovadores y adivinos; con monjes tabernarios; con astrólogos, rufianes, bandidos y alquimistas; con brujos, ballesteros y poetas; con asesinos y forajidos que aun el patíbulo rechaza”.
Saenz tenía entonces 57 años. Hay razones que pueden explicar su entusiasmo y espíritu festivo. El año anterior el dictador Hugo Banzer Suárez fue obligado a renunciar y en el país se respiraba un aire de esperanza en la vida democrática. En 1978, Saenz había publicado dos extensos poemas en un mismo volumen: Bruckner y Las tinieblas que cerraban un amplio ciclo poético abierto en 1957 con Muerte por el tacto y que alcanzó su punto más alto en Recorrer esta distancia (1973). El momento mismo de la fiesta ya estaban en proceso de publicación en la editorial Difusión de Jorge Catalano Imágenes paceñas y su opera magna, la novela Felipe Delgado —las portadas de ambos libros llevan fotografías de Alfonso Barrero Villanueva—. Había pues razones para celebrar.
Sobre las fotos de “Una noche en Montecarlo” un par de apuntes se hacen necesarios.
El primer hecho —ciertamente conmovedor— es que en una de ellas (arriba a la derecha en la página de enfrente) aparece Blanca Wiethüchter —en 1979 tenía 32 años—, sentada en el brazo de un sillón y con el gesto un tanto infantil —aprieta los labios al sonreír— de quien no acaba de sorprenderse de estar disfrazada y… en Montecarlo.
Wiethüchter sostuvo una larga amistad con Saenz testimoniada detalladamente en el ya citado libro Memoria solicitada, y en esa época era la principal estudiosa de la obra del poeta paceño. La edición aumentada y definitiva de Memoria solicitada se publicó en mayo de 2004. Cinco meses después, en octubre, moría su autora.
El otro apunte tiene que ver con Alfonso Barrero Villanueva, quien aparece en las fotos disfrazado de alquimista. Lo separaba de Saenz una gran diferencia de edad pero lo acercaba —quizás como a nadie— una amistad que había comenzado prácticamente en su niñez. Su abuelo fue el arquitecto Emilio Villanueva, a quien Saenz dedica un texto de su libro de retratos Vidas y muertes. Su madre fue Nelly Villanueva, de quien baste decir que en los ámbitos saenzianos ostentaba el hermoso nombre de La Hechizada. En julio de 1974, su hermana Corina se casó con Guillermo Bedregal García. Tres meses después, éste falleció en un inexplicable accidente automovilístico. Tenía solo 20 años y dejó una importante obra poética que Saenz, Alfonso y Corina Barrero se ocuparon de publicar y difundir.
Con el glorioso nombre de Sultán de Marruecos, Alfonso Barrero se coronó sin discusión ni apelaciones en el Campeonato del Mundo de Generala, organizado —lo mismo que “Una noche en Montecarlo”— por Jaime Saenz en los Talleres Krupp en noviembre de 1976. (En Memoria solicitada se transcribe la convocatoria y los reglamentos que rigieron esa famosa justa.)
En el centro de estas páginas aparecen el Peregrino Saenz y el Alquimista Barrero en un diálogo cuyas precisas palabras acaso se han perdido para siempre. No así los gestos que sorprendentemente regresan después de tantos años.
Fuente: Tendencias