11/25/2013 por Marcelo Paz Soldan
Y la ciudad heredará sus nombres.  Rosario Barahona Michel y los caminos de la soledad.

Y la ciudad heredará sus nombres. Rosario Barahona Michel y los caminos de la soledad.

Y en el fondo tu ausencia

Y la ciudad heredará sus nombres. Rosario Barahona Michel y los caminos de la soledad.
Por: Alex Salinas

…But it was charging Death itself on his pale horse; to stay was indeed to die, and it could be esteemed nothing less…
A Journal of the Plague Year, Daniel Defoe
Escribimos sobre un libro no para desbaratarlo, no para cernirnos sobre él. En este tiempo de libros espectáculo, de libros hoguera que se consumen en breves días, escribir sobre un libro es llamar a sus lectores, es darle un tiempo más de vida.
Empecemos diciendo que la obra de Rosario Barahona Y en fondo tu ausencia (Premio Nacional de Novela 2012) es una obra irregular. Irregulares son sus capítulos, irregulares sus voces narrativas, algunas que surgen y se pierden como ríos de temporada, irregular es su lenguaje, a menudo de aquel malhadado año de 1791, más de las veces, de nuestro siglo XXI.
Rosario Barahona ha andado bastante desde su primera novela El huésped (2000), cuando su lenguaje, tan dubitativo, sentía a cada momento la necesidad de explicar a sus lectores dónde quedaba Bolivia en el mapamundi. Algo de eso todavía queda en Y en el fondo tu ausencia, el evidente esfuerzo por reconstruir el tiempo histórico, la geografía y el mercado charqueño del siglo XVIII. Sin embargo, aunque esto sea importante para Barahona historiadora, acaso no lo sea tanto para nosotros los lectores, mucho menos para los personajes de la novela, que bien saben dónde viven, quienes son sus vecinos y la procedencia de los productos que consumen. Tomemos tan bien en cuenta, que si bien la abundancia, la repetición y la enumeración son características del lenguaje del sujeto barroco y de la retórica de Indias, en el libro de Barahona, la representación del espacio y de sus frutos, para el ojo europeo, no tendría que importar tanto, si es que nos encontramos con la voz intima e interior de algunos personajes que supuestamente no escriben y que, por tanto, no tienen la consciencia de que serán leídos.
Si podemos sortear el primer tercio de la novela, las voces narrativas parecen liberarse de la necesidad de explicarnos y de explicarse, como si, por fin, lo que contaran (si aplicáramos una de las reglas anotadas por Horacio Quiroga en su manual del perfecto cuentista) no tuviera más interés sino para ellos mismos, para los personajes de su propio tiempo y ambiente.
Nos encontramos entonces con consciencias complejas y castigadas, en una ciudad que tal vez jamás había sido contada como Barahona lo hace, con piedad, pero sin rabia ni sorna, sin nostalgia de lo que ya no existe. Es una ciudad que en sutiles pinceladas nos revela la arqueología de lo que ahora somos. En un tiempo del que poco sabemos, empotrado en la decadencia, la enfermedad y la muerte, en el fin de los linajes familiares, intuimos también el fin de un tiempo político que sin embargo los personajes no alcanzarán a ver.
Es en los últimos capítulos de la obra que Barahona demuestra su valía, en párrafos poéticos bien logrados donde los personajes se nos hacen humanos y son capaces de trasmitirnos sus recelos, su temor a la soledad, a la locura y la desaparición: “Y encuentro que ahora todas las cosas guardan un dejo de trampa, un secreto. Hay secretos que están aquí mismo rondándome, rondándome y, sin embargo, tan lejos que no puedo murmurarlos siquiera por su escabrosidad, porque me dan miedo”.
Es tan solo al final que la novela puede convencernos que tanto María del Carmen Gil como el sacerdote Josep de Suero y las palabras que Barahona les atribuye, pudieron haber existido.
Fuente: Puño y Letra