Sobre la importancia de la lectura crítica: “Eduardo Mitre y la generación dispersa” de Guillermo Ruiz Plaza
Por: Montserrat Fernández
La lectura va más allá de ser una operación fisiológica, la lectura es apreciable (es provocadora) si y solo si acariciamos los detalles, “reunimos con amor las soleadas insignificancias del libro”, decía Nabokov. Este ejercicio de lectura se presenta en el trabajo de Guillermo Ruiz Plaza, anunciándolo como un amoroso y moroso trabajo. “Eduardo Mitre y la generación dispersa” es una monografía del trabajo poético, ensayístico y hasta autobiográfico del escritor orureño Eduardo Mitre. Esta monografía permanece abrazada a la obra de Mitre (pensando en el abrazo como un gesto doble: de amor y confianza, esa que sólo se gana cuando se conoce).
La monografía está conformada por tres cuerpos (recuérdese que el cuerpo evoca la unidad, la relación indisoluble de las partes:
El primer cuerpo se concentra en la obra poética de Mitre comprendida entre 1965 y 2004. Nueve son los poemarios leídos con el fin de descubrir un proceso estético y cito al autor “no me propongo la exhaustividad, sino la pertinencia al valorizar las marcas fundamentales de esta poesía”. Esas marcas son: una voz poética particular, el peregrino; un movimiento creador que pone en diálogo lo sagrado y lo profano y otras fuerzas antagónicas pero complementarias; y una visión espacial que sostiene la mirada de un mundo. Estas marcas no sólo nos ayudan a vislumbrar la creación del cosmos mitreano, sino no se cansan de recalcar que leer es empezar a conocer la palabra y sus silencios. En este sentido, la lectura de Ruiz recorre un mundo para luego, proponer su conocimiento. Es necesario señalar, también, como lo hace Ruiz, que el cosmos mitreano no es único sino posible y cito “el lenguaje poético se compone de palabras-deseos, palabras-potencias.”
El segundo cuerpo se conforma, se podría decir, de esos varios y variados conocimientos, pues se pone en diálogo dos géneros: la poesía y el ensayo. Rescatando ahora la obra crítica de Mitre, Ruiz marca un acercamiento de escrituras diciendo “Fuente de imágenes, la poesía; fuente de ideas, el ensayo”. Se rescata entonces la figura del poeta-filósofo (gran lector al fin), pues a menudo el pensamiento crítico de Mitre parte no de conceptos, sino de imágenes, dice Ruiz. Dentro del cosmos mitreano, estas imágenes no se presentan como “otras” (indiferentes o autónomas) sino como las “mismas” (activas, relacionadas). La lectura debe situarse frente a otras lecturas, no evitarlas, pues existe una red de correspondencias que dialogan a través del poeta, advierte Ruiz. De esta manera, entra al juego artístico de Mitre, donde como ficha (piénsese en el caballo de ajedrez) respalda, avanza, ataca y es parte de esa interpolación de voces. Al final, el gesto de todo lector, percibe Ruiz, es ambivalente: reconoce y construye, pero con esa construcción puede llegar a demoler, para crear.
El tercer y último cuerpo de la monografía destaca la complicidad que surge de la interdiscursividad. Habiendo leído el discurso poético y el crítico de Mitre como complementos, Ruiz señala su relación con la tradición literaria. Hay, dice, una selección por un lado y una recuperación por el otro, de lo que se lee que no puede pasarse por alto porque significa. Entonces encuentra en Mitre un poco de Huidobro, de Tablada, de Paz y tres poetas bolivianos Freyre, Cerruto y Camargo. Con un poco de todos ellos, ya sea por una voluntad de asociación o simplemente por una afinidad conceptual, se destaca a Mitre como un gran lector, que hace más que apoyar la cabeza en la mano para sostenerla mientras descubre mundos escriturales. Mitre lee y comienza y renace y escribe.
Para finalizar Ruiz ubica a Mitre dentro de la denominada “generación dispersa”, que distingue a un grupo de poetas y ensayistas bolivianos nacidos en la década del 40 (hablamos de Camargo, Echazú, Shimose, Urzagasti, Casazola y Wiethüchter) que marcan un tiempo trascendental en la construcción del espacio literario en los años 60 y 70. Este grupo, dice Ruiz, no se destaca por un signo generacional, sino por un fenómeno de individuación. El grupo busca una autonomía literaria, logrando la separación de la literatura y la política. Más aún, resalta la necesidad de individualidades fuertes que generen distintivos escriturales. Así, Mitre es pues como una araña solitaria, tejiendo una red literaria en una esquina olvidada, pero sabiendo que en otra esquina se teje con otro punto.
Después de todo lo dicho, la monografía se explica por sí misma. Del lado del buen lector y después de haber acariciado los detalles de un cosmos, esta monografía posibilita la entrada al juego artístico de Mitre. No queda más que decir que este libro: “Eduardo Mitre y la generación dispersa” se presenta como una buena lectura. Les toca a ustedes encararla.
Fuente: Ecdotica