“Y yo fui niña un día” Primeros años de Yolanda Bedregal
Por: Elías Blanco Mamani
(Este es el primer capítulo de “Yolanda Bedregal en vida y obra” de Elías Blanco Mamani que será presentado el 21 de septiembre, día del centenario del nacimiento de la poeta y novelista paceña.)
Sí como Óscar Alfaro murió un día de Navidad para entregar su corazón a los niños, Yolanda Bedregal nació el día de la primavera, el 21 de septiembre de 1913, para traer mensajes de amor y de vida. Revisando los sucesos de hace 100 años, 1913, encontramos que ese año nacieron cuatro poetas: el chuquisaqueño Julio Ameller Ramallo, la paceña Emma Alina Ballón, el cochabambino Javier del Granado y el beniano Miguel Domingo Saucedo, todos de gran prestigio en las letras nacionales.
Y entre los novelistas bolivianos, en 1913 nació Fernando Ramírez Velarde, el autor de Socavones de angustia. Y hurgando más en la historia literaria nacional, encontramos que en 1913 la renombrada escritora Adela Zamudio publicó su novela Íntimas. En poesía, Antonio José de Sainz publicó Ritmos de lucha y Fabián Vaca Chávez presentó el poemario Para ellas.
En este marco de acontecimientos, nació Yolanda Bedregal Iturri, cuyos padres fueron el escritor Juan Francisco Bedregal (paceño, nacido el 2 de abril de 1883) y Carmen Iturri Alborta (también paceña, nacida el 4 de marzo de 1887). Fue la tercera de siete hermanos, antes nacieron Honoria y Gonzalo; los hermanos menores de Yolanda fueron Jaime Erick, Carmen Cecilia Lucrecia, Pedro Álvaro Antonio y Ramiro.
Yolanda Bedregal ha reflexionado y le ha escrito a su propio nacimiento con versos que dicen:
Último día de invierno y primero de la primavera. Último día de la tibia tiniebla de la entraña para entrar en la fría luz del mundo. Ya estaría madura de la sombra, de la Nada, del amor; madura de la carne en que crecía. Y asomó mi cabeza con un grito: Flor de sangrante herida. Cúspide lúcida del dolor más hondo. ¡Jubiloso momento de tragedia!
Mi madre habrá tendido sus ojos,lacrimosa,Al indefenso fruto de su entraña. Nadie pesaba entonces el destino Que gravitaba en el recién nacido.
Fue este preciso momento, cuántas vidas se habrán estremecido sintiéndose nacer desde la muerte.
Yo habría de cumplir cuántos designios, tendría que repetir los ojos de algún antepasado; quien sabe la ponzoña de su alma o su nobleza realizar sus venganzas, amar lo que no amaron. Venir de los resabios de unos seres lejanosque se amaron un día y que se encadenaron con la vida. Ser una argolla más de esa cadena…
Haber abierto un vientre con dolores. Que un río misterioso traiga una vida al mundo.
Saber que somos fruto de un punto de alegría y ese germen, ¡Dios mío!,¿de qué dolores sube?, ¿de qué honduras?
De la tibia tiniebla a la luz fría, hendiendo vida y muerte, ¡en frágil carne la eternidad latía!
Juan Francisco Bedregal, con sus talentos de poeta, narrador y educador, fue quien moldeó el alma de Yolanda Bedregal. La fortaleza de su pensamiento está reflejada en su libro La máscara de estuco (1924) y su sensibilidad poética se nota en poemas como El árbol, que dice en sus primeras líneas: “Hermano piadoso, lleno de armonía: / tu serena gracia —fuente de poesía— / es la delicada forma con que expresa / su amor nuestra madre la Naturaleza”. Bajó ese abrigo creció Yolanda.
Así las letras y la poesía fueron creciendo en la niña Yolanda de manera precoz. La propia autora contó en una entrevista realizada por Mario Ríos Gastelú: “Parece una tontería lo que voy a decir, pero yo he comenzado a ‘escribir’ mis primeros versos cuando no sabía escribir ni leer. Me proponía escribir cositas y para ello tenía que recurrir a alguien que escribiera”.
La niña Yolanda Bedregal creció en un ambiente familiar de amor, bajo el cuidado permanente de su madre y las ayudantes de ésta, como mama Peta. El hogar de la poeta se levanta en la calle Goitia, casona antigua que contaba con un jardín, ubicada a unos pasos de la Universidad Mayor de San Andrés, donde precisamente trabajaba su padre Juan Francisco, quien llegó a ser su rector (1930-1936).
Yolanda Bedregal describe —a su manera— su infancia en el poema titulado Niñez que forma parte del poemario Almadía (1942). El poema alude a que tenía entonces siete años de edad y asciende hasta los diez. Ella escribió:
Y yo fui niña un día sobre la Tierra-Niña. Blanco mandil,paloma sobre los prados verdes.
Siete años. Caballos de cañahueca, canario de trapo, muñecos de arroz.¡Qué simple! ¡Qué perfecto!
Y el cine del domingo riendo con Chaplin a carcajadas.
Bombones de colores, blanco mandil, cuentos, mi gato, mi canario de trapo.
Abuela, bisabuela, mis hermanos, mis primos.
Canciones escolares:‘Los pollitos dicen pío pío pío…’‘Que linda en la rama la fruta se ve…’‘Resplandecen con el sol las brillantes mariposas…’ Mamá-Papá.¡Qué simple! ¡Qué perfecto!
Fiesta de los ojos gira un carrusel de horas. Caballos de colores cabalgan por el mundo de mis diez años. Se suceden los paisajes nuevecitos en la tierra: campos, cielos, alto lago,cerros, pájaros, arco iris.
¡Es tan inmenso el mundo y tan diverso!
Las luciérnagas brillan en la noche o se quedan colgadas en el cielo.
Amanecen sueños y cuentos de maravilla.
Los hermanos nos vamos a la cama rendidos a jugar.
¡Que cansancio tan lindo el de jugar!
¡Es tan inmenso el mundo!
Todo gira en los ojos felices.
En 1921, cuando Yolanda Bedregal cumplía recién ocho años de edad — según lo testimonia una fotografía tomada en la época—, fue presidenta del Círculo Artístico Infantil. En el directorio le acompañaban Antonio González Bravo como director y Wálter Montenegro como secretario.
Yolanda Bedregal “sentía gran admiración, respeto y aprecio” por Antonio González Bravo, con quien luego trabajó en la Escuela Indigenal de Warisata y en el Concejo Municipal de Cultura, según anotan los editores de la Obra completa de Bedregal.
La poeta le dedicó unos versos a González Bravo publicados en el diario La Nación del 20 de mayo de 1962 que dicen:
De esa infancia de espigas que guardamos para la comunión de los recuerdos, una brazada traigo, don Antonio, mojada en este lloro con que el cielo de tu ciudad querida te despide.
Infancia, espiga de penacho verde y blanca pulpa, que regaste, Maestro con tu palabra, con tu amor, tu ejemplo.
Hortelano de Dios fuiste, pues, Maestro;
sobre la falda de las pampas nuestras
trazaste el pentagrama de los surcos, una clave de sol de optimismo, para que broten músicas y canto, Kantutas y banderas en la patria.
Yolanda Bedregal hizo sus estudios de nivel básico en la escuela fiscal Ecuador ubicada en ese entonces en la plaza San Francisco. Una de sus profesoras fue Blanca de la Vega. La propia autora recuerda:
“En esos lejanos días también empezó la escuela. Fui mimada en las aulas por ingenua, callada, tímida, sonrosada; no por dote intelectual. ¡Cuánto me costó aprender a leer y a escribir letras y números! Mis 8 eran globitos unidos por un hilo, mis 2 no podían doblar la cabeza; en lugar de las ‘nubes suben y bajan en danza continua’ yo cantaba suben y bajan en blanca cortina. Sólo servía para ruborizarme, repetir versitos. Los que yo desde entonces me inventaba no los sabía escribir.”
Más grande —milagro, buena memoria mía o buena voluntad de los profesores— sacaba excelentes notas; ¡hasta fui campeona en atletismo! Claro que el concurso incluía otras materias. ¿Será por eso que siempre me sorprenden los premios?”.
Recibió su formación de nivel Secundario en el Instituto Americano de la zona de Sopocachi. Obtuvo el bachillerato en Ciencias y Letras el año 1928. Según detalla su hija Rosángela Conitzer, Yolanda Bedregal se graduó con medalla de Excelencia y Honor a la mejor estudiante de todas las asignaturas académicas y deportivas.
Durante su vida escolar enseñó aritmética y gramática en el colegio Sangrados Corazones como compensación por la pensión escolar de su hermana Carmen Cecilia y del hijo de su tía, Neftalí Aramayo. También dio clases a alumnos de cursos inferiores en el Instituto Americano, del cual era alumna regular y su padre era profesor de castellano.
Yolanda Bedregal creció en un ambiente literario marcada por la presencia de su padre Juan Francisco Bedregal (quien llegó a ser director de la Academia Boliviana de la Lengua). En su niñez también desarrolló afición por otras expresiones artísticas, en especial por la escultura. Así, en 1931, cuando tenía 18 años, participó por primera vez en una exposición organizada por la Academia Nacional de Bellas Artes Hernando Siles, entidad de formación creada unos pocos años antes, en 1926. En esa exposición, Yolanda Bedregal participó con dos obras: dos estudios del natural; uno de ellos, un desnudo.
En 1932, ya con 19 años de edad, ingresó a la Escuela de Bellas Artes para seguir cursos de pintura y modelado. Por entonces su profesor de escultura fue Alejandro Guardia, “quien le insistía que se dedicara a la escultura para no desperdiciar su gran talento”, según anota su hija Rosángela. Otra de sus profesoras fue Rebeca de la Barra. Sus conocimientos de la disciplina le permitieron realizar bustos de sus padres, sus hijos, de Gert Conitzer, su esposo, y personalidades como Guido Villagomez y Moisés Santivañez.
Paralelamente a su ingreso a la Academia de Bellas Artes, incursionó el la actividad musical. El 25 de febrero de 1932 fue nombrada vocal de la sección femenina del Conservatorio Nacional, en la ciudad de La Paz.
De 1932 también data uno de sus primeros textos en prosa poética, titulado Primer amor, que figura en su Obra completa (2009). En uno de sus dos párrafos dice:
“Primer amor: mezcla incoherente de extrañas sensaciones. Sonidos de color, colores de perfumes, matices de color, sabor de horas y de cosas que se perciben en una extraña vida que a fuerza de intensidad ya ni parece ser nuestra. El corazón percibe las sensaciones como si fuera único receptor. De entonces, de mi primer amor, no distingo el color del perfume ni del sonido. Todo va desordenado y superpuesto sobre un eje único como si en un hilo largo ahorcándome se ensartan la voz del cura, el humo de las ceras, los teoremas de álgebra, rimas de Bécquer, flores, campos, estrellas, catedrales, juguetes, castigos, cuentas de rosario, malas palabras, lágrimas, calles, horas desmenuzadas.”
Fuente: Tendencias